Filosofía en un mundo que se transforma
Una de las consecuencias positivas de esta crisis ha sido la discusión filosófica que ha surgido a su alrededor.
Durante más de veinte siglos hemos estado discutiendo pacientemente sobre la libertad, la muerte, la política, la técnica, la existencia. Ese no es problema, dice Harari en diálogo con Fei-Fei Li: “Los filósofos son pacientes y podrían continuar otros veinte siglos, pero no los ingenieros y tampoco los que están detrás de ellos: los inversores”. Es cierto que los filósofos somos criaturas pacienzudas. Podemos seguir debatiendo y elaborando teorías a expensas de lo que ocurre en otras áreas del conocimiento, y por esto se insiste una y otra vez en profundizar el dialogo filosófico y la investigación interdisciplinaria. En este aspecto la filosofía todavía tiene mucho que aprender y es algo sobre lo cual, por evidente que parezca, debemos insistir las veces que sean necesarias.
Durante años se ha impulsado la apertura de la filosofía a un público más amplio bajo diferentes modalidades como: “filosofía pública”, “filosofía práctica”, “filosofía fuera de clase” e incluso con las “universidades populares”. Iniciativas que fueron criticadas con severidad por filósofos conservadores. Frente a esa visión limitada e incluso elitista sobre el quehacer filosófico actual, el interés que han generado esas propuestas a nivel académico y fuera de las aulas ha sido la mejor respuesta. Por si eso fuera poco, el acelerado proceso de virtualización impulsado por la crisis de la pandemia ha demostrado que ese tipo de concepciones tradicionales ya no tienen asidero.
Una de las consecuencias positivas de esta crisis ha sido la discusión filosófica que ha surgido a su alrededor. Año fructífero para la filosofía e incómodo para quienes la dieron por muerta o por lo menos intentaron sistemáticamente desaparecerla de los planes de estudio como sucedió durante los últimos quince años en Latinoamérica. Si consideramos esto, podemos decir que la filosofía se ha revitalizado de forma considerable.
La virtualización educativa es un hecho y la transición de lo presencial a lo virtual representa otro impulso para la filosofía. La investigación interdisciplinar promovida por Dennett y Wilson, por ejemplo, ha recibido un importante respaldo. Congresos, clases, encuentros, disertaciones y seminarios online dejaron de ser opcionales como ocurría antes de la pandemia. Ahora no solo podemos participar en tiempo real, sino insertarnos en el debate de forma activa y rigurosa con intelectuales alrededor del mundo. Porque las nuevas redes de investigación que han emergido en este tiempo reflejan precisamente esa necesidad.
Por todo esto, los filósofos no solo debemos insistir como el tábano socrático en la idea de escapar de las murallas del pensamiento encapsulado que ha limitado, en algunas instituciones, la pasión por el asombro. Es preciso reforzar debates en el ágora pública-virtual en un tiempo en el que los grandes problemas sociales también son problemas filosóficos y políticos. No es momento para distanciarse de esta plaza virtual porque como dice Heráclito “aquí también” se puede filosofar. Una conversación pública saludable y fructífera es necesaria y esta responsabilidad la compartimos todos.
Cuando se traba el diálogo interdisciplinario, el pensamiento filosófico se convierte en una especie de calabozo. Las universidades se transforman en cárceles donde la filosofía saca la cabeza por los barrotes para ver cómo se transforma el mundo. Creer que el universo filosófico cabe en la cáscara de nuez universitaria es una insensatez, hoy más evidente que en otros tiempos. Todo indica que, así como la capacidad de adaptación del ser humano ha sido la clave de supervivencia de nuestra especie, también será la de las escuelas de filosofía que deseen sobrevivir en esta nueva época.