'Fiesta, fiesta, fiesta', ven, escucha las voces del silencio
Ya lo dijo Javier Vallejo, el otro buen crítico de teatro deEl País, cuando vio esta obra el año pasado ""Fiesta, fiesta, fiesta" calará si con la escenografía completa, la luminotecnia y en escenario grande funciona la mitad de bien de lo que marchó sin todo ello en un pase previo al estreno, en el pequeño local de Impromadrid. "Y vaya cómo ha funcionado en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, a pesar de que el escenario y la sala eran de nuevo pequeños. Tan pequeño como la mini temporada de 5 días para la que agotó entradas con tan solo anunciarse.
Hay que dejar claro que el objeto de esta crítica no es dejar con la miel en los labios a sus lectores. No. Es avisarles de que Fiesta, fiesta, fiesta, de Lucía Miranda y su compañía The Cross Border Project, bien merece salir de casa e ir al teatro; que hay que estar atento para pillarla, pues agota entradas; y, si es posible, llevarse a la chavalería que haya en casa. Los motivos son varios.
La primera, la técnica con la que se ha construido: el verbatim. Técnica que consiste en entrevistarse con los protagonistas de un hecho real. En este caso los profesores y los alumnos de compensatoria y las madres y padres de estos. Luego transcribir exactamente lo que dicen y con las transcripciones construir una historia, una obra de teatro, basada en hechos reales. Una forma de trabajar muy corriente en los países anglosajones. Entre las que destaca The Laramie Project de Moisés Kaufman. Una técnica que ha usado hasta el mismísimo David Hare (guionista de Plenty, Las horasoEl lector).
El truco está en que sus actores tienen no solo que aprenderse el texto sino la forma en que lo dicen los personajes reales. Convertir un texto y una voz en una música a cuyo son moverán el cuerpo en el escenario. Cuando lo estaban contando parecía como si en ese aprender se produjera una magia, magia blanca, de eso no hay duda, mediante la que eran poseídos por esas personas reales.
En este caso, el tema son todos esos chavales procedentes de casi cualquier parte del mundo, incluida la propia España, que se encuentran en las aulas y que por diversos motivos no son capaces de alcanzar el nivel educativo que se les exige. Chavales desubicados por el conflicto que se produce entre las tradiciones familiares y las tradiciones del país en el que viven y al que pertenecen. Tradiciones que vestidas de fiestas patrias y celebraciones, de cultura, se enfrentan en ellos, convirtiéndolos en campos de batalla de unos y de otros. Batallas políticas en las que importa ganar antes que el qué se gana.
Guerras frente a las que los profesores, y otros muchos profesionales de los colegios públicos, se empeñan en poner paz para poder construir. Construir personas, seres humanos hechos y derechos. Lo intentan sin siquiera tener las mínimas herramientas que consideran necesarias para hacerlo. Se enfrentan con lo que solo les queda: la imaginación, aunque esta, sino se la alimenta, si no se la dota, también se agota.
Imaginación es la que tiene esta pequeña compañía. Una compañía que hace de la necesidad, económica, virtud y con un pequeño elenco, multicultural, sube a escena a profesores, alumnos y sus padres. Proporcionándolos, desde su especificidad, de esa característica que les hace humanos más allá de las pocas líneas que tienen algunos personajes. Discursos humanos, que no siempre se comparten, pero que existen y que hay que conocer si se quiere establecer un debate público que hacia dónde vamos o, mejor, hacia dónde queremos ir todos juntos.
Voces que hacen que se deje de ver el globo terráqueo dividido en norte (arriba) y sur (abajo). Que, como en la escenografía de la obra, un fondo lleno de globos terráqueos de distintos tamaños y colores colocados en apaisado en las espalderas de un gimnasio, se empiece a ver de forma transversal. Una sencilla y bonita metáfora de la transversalidad humana que no pertenece a ningún partido ni ninguna causa, que pertenece, como indica su apellido, a los seres humanos y que se gana con esfuerzo y ejercitándola (de ahí que estén en el gimnasio).
Como le pertenece a Alma, la conserje del instituto que interpreta Miriam Montilla. Personaje que, en vez de la realidad, parece sacado de aquellas películas en las que Almodóvar era ingenuo y valiente y tenía olfato y vista para lo que ocurría en la calle. Ese personaje que conoce bien lo que les pasa a estos chavales. Pues ella también fue, sigue siendo, un campo de batalla. Batalla entre lo que quería ser y lo que podía ser. Un campo en el que se produjeron varias derrotas, y, como se ve en la obra, se siguen produciendo, gracias a la aplicación burocrática de la norma, en vez de modificarla para garantizar derechos o mejoras. Derrotas que ella aprendió a hacer más dulces gracias a la música, cualquier música, y al baile, popular y de verbena. Y así, de nuevo, la cultura libre y mestiza, popular, de fiesta y de verbena, sale al rescate de un simple ser humano. Lo mismo da que esté en el trabajo o no. El caso es que está aquí, que es de aquí.