Por qué feminismos y no feminismo: desde la unión y desde abajo
Voces contra el racismo y la transfobia buscan la unión de un movimiento por todas las mujeres.
Este 8-M no es otro cualquiera, el Día de la Mujer de 2022 llega después de un año sin celebrarse por las restricciones del covid-19 y con una marcha en 2020 que sufrió críticas durante meses por el riesgo de contagio de coronavirus que había entonces.
Aunque que las movilizaciones pueden volver a realizarse, la celebración no está exenta de polémica y las luchas internas dentro del movimiento feminista han hecho que se empañe la reivindicación por la igualdad que promueve este 8-M. De hecho, en ciudades como Madrid hay dos manifestaciones convocadas: una transexcluyente y otra transfeminista.
Sin embargo, cada vez son más las feministas que abogan por una unión no solo en cuanto a género e identidad sexual, sino también a nivel de raza o de clase social. Es decir que en vez de un feminismo hegemónico, haya feminismos que tengan en cuenta las distintas interseccionalidades.
Para Gracia Trujillo, profesora de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y autora del libro El feminismo queer es para todo el mundo (Libros de la Catarata), este conflicto no es nuevo, pero tampoco tiene por qué ser malo.
“No todos los conflictos son estériles, a veces nos pueden hacer avanzar, como, por ejemplo, cuando las compañeras migrantes y racializadas nos han llamado la atención sobre actitudes racistas a erradicar, y han planteado su necesidad de organizarse de manera autónoma en estos últimos años”, señala Trujillo. ”La diferencia en esta ocasión es que hay una ruptura con un sector feminista que está difundiendo discursos de odio contra el colectivo trans. Se autodenominan radicales y no, no todo el feminismo radical es tránsfobo, ni mucho menos. Por eso es importante que conozcamos nuestras genealogías, nuestros recorridos teóricos y activistas”, explica.
Para Maribel Torregrosa, activista trans y feminista, parece que el conflicto recae en las mujeres trans como ella. “Parece que somos casi depredadoras y que vamos violando mujeres y vamos borrando mujeres con una goma de borrar Milan de estas de doble color”, sentencia.
En este sentido Ana Bueriberi, directora de comunicación de la revista antirracista y feminista Afroféminas, apunta a que la revista no concurrirá al 8-M como institución. “Este tipo de reivindicaciones que hay en la manifestación no nos tienen en cuenta. Lo más consciente es no ir”, detalla.
Según señala, “en España y Europa cuando se habla de diversidad, inclusión de todas estas palabras tan bonitas en los discursos, no se tienen en cuenta [a las personas racializadas]”. “Te diría que la brecha más grande que hay en España ahora mismo es entre personas blancas y personas no blancas o personas racializadas, metiendo ahí todo lo que no sea blanco. Ese es el mayor problema y no, no se ve porque la gente se piensa que por tener seis mujeres y cuatro hombres en un grupo ya es diverso. No, vamos a mirar de qué etnia son estas personas para poder decirlo”, argumenta.
Dentro de la lucha feminista, así como en toda la sociedad, sigue habiendo racismo hacia las mujeres racializadas y afrodescendientes, más aún cuando se ejerce desde una posición institucional. Para ella, el llamado “feminismo negro” que repasa las desigualdades y luchas de las mujeres afro es necesario. “Pero creo que lo que habría que hacer no es hablar de feminismo si no de feminismos, en plural”, apunta haciendo referencia a otras desigualdades que se viven por clase, identidad u orientación sexual.
“Igual que con el machismo, hay que analizar el lenguaje. Antes se pensaba que el machismo era pegar a la mujer o maltratar a la mujer, insultarla. Ahora se ha visto cómo hay dentro matices o micromachismos. Con el racismo ocurre exactamente lo mismo, hay cosas más fuertes como escupir a alguien por la calle o hacer algo más grave, pero lo hay también en el día a día”, explica Bueriberi, quien recuerda que “hay un montón de expresiones y palabras que utilizamos y términos que pasan por alto” como ‘me bajo al chino’ o ‘no hay moros en la costa’. “En realidad no estamos explicando el racismo, sino que estamos desgranando y usando todas sus capas para que la deconstrucción sea realmente eso”, indica.
Del mismo modo, la periodista recuerda que dentro de la violencia hacia las mujeres también hay un sesgo racista, como que solo se ponga la nacionalidad del agresor cuando este no es español. “Como periodista en clase me enseñaban a que hay contar lo básico, las 5W, pero no de qué raza se trata. Cuando se trata de noticias negativa se hace hincapié en la nacionalidad de la persona, si no es española. Es raro que digas ‘un hombre español mata o hace tal’ se dice un joven, un hombre, pero no vas a tener la nacionalidad”, señala y apunta a que eso también ocurre con las mujeres negras.
“En el caso de Ana Julia Quezada se vio. Obviamente es una asesina, pero compáralo un caso de otra mujer que haya matado a un niño. Se hacía mucho más hincapié en de dónde era la mujer, cuando la mujer vivía aquí y lo que está en juicio es si es una buena persona o no, no de dónde viene”, sentencia.
La gran fractura del movimiento feminista y la que más foco mediático está teniendo es la de identidad de género. En 2022 se sigue discutiendo si las mujeres trans son sujetos activos del movimiento feminista en parte propiciado por la Ley Trans estatal y la autodeterminación de género que esta plantea.
Para personas como Torregrosa, este cisma acabará con el tiempo. “Son menos y no tienen razón. Ellas no evolucionan con lo cual se quedan paradas en el tiempo y, al no evolucionar, no pueden marcar nuevas ideas, formatos o nuevas propuestas”, explica.
Trujillo acude a la escritora feminista, afro y lesbiana Audre Lorde para ejemplificar lo que debería ser el feminismo. “El feminismo es la casa de todas, de todes, o no es. Los discursos de odio contra colectivos vulnerabilizados como el de las personas trans, que les alejan de alcanzar derechos y libertades y lo hacen en nombre de ‘el feminismo’, no pueden tener cabida aquí”, explica.
Sin embargo, esta lucha no es nueva. Torregrosa recuerda que se ha encontrado con dificultades para formar parte del movimiento desde hace años. “Nos ha costado mucho a las mujeres trans entrar dentro del movimiento feminista, igual que a las lesbianas. Por ejemplo, fui invitada a organizar la mani del 2014 y hubo gente de esa comisión que intentó expulsarme de ella e intentaban a toda cosa que en el manifiesto se incluyera el término transfeminista”, rememora.
Esta discriminación del movimiento se dio también en los años 70 y 80 en el movimiento lésbico norteamericano, pero no así en España, por lo que Trujillo recuerda que el camino a seguir por colectivos como el transfeminista, el queer o el transmaricabollo no es que haya movimientos diferenciados. “No es la huida a otros espacios la estrategia política que defienden sino las micropolíticas, que son como piedrecitas que vamos poniendo en la máquina del sistema cis-heteropatriarcal, racista y clasista en el que vivimos, para que se atasque, para pararla y boicotearla todo lo que podamos”, añade.
Este movimiento es el predominante, aunque menos ruidoso, dentro de la lucha feminista, aunque tal y como recuerda Torregrosa, sigue habiendo cierta microtransfobia o transfobia dentro del propio colectivo que no está tan latente como las llamadas TERF (Trans Excluyent Feminists). “Es muy difícil superar eso de un día para otro, es como los micromachismos que hay en el mundo de las mujeres. Es el estigma que nos han colocado desde la sociedad”, sentencia y pone el ejemplo en el llamado “techo de algodón” concepto por el que las lesbianas no quieren tener relaciones con mujeres trans. “Hay situaciones en las que entre mujeres del propio colectivo LGTBI puede haber ciertos rechazos”, recuerda.
Otra de las críticas que se escucha hacia el feminismo transinclusivo y las llamadas teorías queer es que son misóginas o que no son feministas. Nada más lejos de la realidad. Estas teorías, tal y como apunta Trujillo, buscan una mirada más allá de los binarismos de género y que abogue por la interseccionalidad. “Esta perspectiva nos permite, a su vez, cuestionar nuestros propios privilegios de blanquitud, clase, nivel educativo o ciudadanía. No es cierto que los planteamientos teóricos queer, o los activismos, estén alejados de las cuestiones materiales. Es una lucha anticapitalista, antirracista, autónoma, de base”, explica.
Estos conflictos, en muchos casos teóricos y alejados de las bases de la ciudadanía, están haciendo que sectores más alejados de estos movimientos se pierdan en terminologías y argumentos. “Recuerdo hace unos meses que una amiga me escribió para decirme que necesitaba que le explicara qué había pasado con uno de los murales feministas: había sido vandalizado por los ultras, pero luego también tenía unas pintadas del sector transexcluyente, que tachaban género y ponían sexo. Ahí me di cuenta de que si nosotras mismas nos estábamos perdiendo con los términos del conflicto qué estaría pasando con la gente en general”, ejemplifica Trujillo.
“Tanta bronca nos está alejando a muchas de nosotras también, yo no hago más que oír últimamente en mis redes y entre mis amigas el hartazgo y el desánimo que están generando estos conflictos”, señala la socióloga, quien añade que a la vez se están creando redes de apoyo entre personas “no sólo frente al sector TERF sino en general, en este contexto tan difícil que tenemos, con la extrema derecha avanzando posiciones a nivel social y político”.
La solución para representar todas estas interseccionalidades pasa por derrumbar lo que se conoce como feminismo hegemónico o mainstream, que se ha desarrollado hasta ahora por mujeres cis blancas de clase media-alta y con acceso a estudios superiores.
“En esta división en los feminismos hay un componente de clase y racial clarísimo. El rechazo, el desprecio incluso, a ‘lo queer’ al transfeminismo, tiene que ver con que suponen una crítica a un feminismo institucional, blanco, hegemónico, que no deja paso, que instrumentaliza la lucha colectiva para su propio beneficio (electoral, académico, etc.) y que ahora se revuelve para defender sus privilegios de clase, entre otros”, apunta Trujillo.
Para Torregrosa, esta ruptura con la cúpula del feminismo institucional se inició en 15-M y se hizo evidente en las movilizaciones del 8-M de 2018, a la que acudieron, según los sindicatos, 5,9 millones de personas.
“Básicamente es la manifestación de la pérdida de poder de estas teóricas de la academia, que han sido muy importantes dentro del feminismo español. Dominaban el feminismo a nivel institucional desde puestos de poder político. Básicamente, lo que hacían era expandir su feminismo blanco, de mujeres pudientes y, desde luego, excluían a todas aquellas que no consideraban que formaran parte de esto”, recuerda. “Han estado dando y quitando carnets simplemente por no pensar como ellas o por venir de otros espacios más asamblearios, jóvenes, incluyentes, más populares en definitiva”, señala.
Trujillo coincide con Torregrosa en el sentido de que se ha abierto una “guerra contra los feminismos autónomos, de base, que están tomando las calles con más fuerza que nunca en los últimos años”. “Nunca habíamos tenido tanta capacidad movilizadora, en nuestro contexto y a nivel global. Y nunca había sido tan difícil controlarnos, tanto por parte de este feminismo hegemónico como de la sociedad en general: de ahí la virulencia del conflicto”, apunta.
Para Bueriberi, la solución para que hubiera unos feminismos que representasen a todas las mujeres sería pararse a hablar con cada una de ellas para conocer las dificultades que atraviesan. “En una clase tienes 30 alumnos y si uno de los alumnos no entiende la lección, tienes que pararte con él, ver que está pasando, cuáles son sus problemas, en este caso, cuál es su lucha, su reivindicación y atender a ella para que toda la clase pueda avanzar junta”, ejemplifica.
“Al final, si el feminismo mainstream o hegemónico no está mirando por todas las mujeres, teniendo en cuenta las intersecciones y las opresiones que pueden tener no representa. Tendría que pararse a escuchar. Que el colectivo de mujeres con discapacidad haga sus reivindicaciones, que el colectivo de mujeres magrebíes haga lo mismo, el de mujeres negras, igual. Y así podamos darle una vista general al mundo de las pequeñas cosas que nos afectan y dentro de como mujer nos afectan cosas, explicar que estamos ejerciendo distintas opresiones dependiendo de cómo seamos de cómo nos veamos físicamente”, agrega.
En un momento en el que las agresiones machistas, racistas y LGTBIfóbicas están en auge arropadas en buena parte por el crecimiento de la ultraderecha, el movimiento feminista se encuentra más dividido que nunca. Ante esto, Trujillo pide unirse frente al enemigo común.
“El enemigo común es el sistema cisheteropatriarcal, el capitalismo, el racismo, el capacitismo, el edadismo… todas las desigualdades existentes todavía hoy, y todas las violencias que genera ese sistema. Es triste ver cómo un sector feminista, transexcluyente, está defendiendo las mismas ideas que la ultraderecha”, recalca. “La ultraderecha tiene muy claro contra qué grupos va: las feministas, personas LGTBI, migrantes, etc. Parece mentira que no veamos esto, y que sigamos teniendo que defendernos de los grupos fascistas, y del fuego ’amigo”, detalla.
La socióloga y escritora anima a “crear puentes entre luchas, coaliciones aunque sean puntuales” a empatizar y escucharse en escucharnos mucho las unas a las otras, sin robar la voz ni violentar a nadie, en mirar y estar muy atentas a que nadie se sienta excluida, se quede fuera”. Trujillo cita a la escritora Virginie Despentes para señalar a quiénes son, como ella misma llamaba, las que forman parte del ”proletariado del feminismo”. “Esas ‘otras’ incómodas, son hoy en día las migrantes, las racializadas, las gitanas, las trans*, las putas, las kellys, las trabajadoras de la fresa... Dejémonos de debates estériles sobre el sujeto político del feminismo, y arremanguémonos, que hay mucho que batallar todavía”, reivindica.