Feminismo y transexualidad
Las acciones de reconocimiento de las personas transexuales no deben significar eliminar el sexo.
El sexo es un concepto biológico definido para la mayoría de las especies. Los elefantes, los monos, los perros, los gatos... tienen un sexo. Entre los humanos, la sociedad del patriarcado adjudica a cada sexo una serie de valores y estereotipos, un grupo de comportamientos prescriptivos que han ido cambiando a lo largo de la historia. De este conglomerado de valoraciones y comportamientos adjudicados a cada sexo se llama “género” por razón de sexo. La lucha feminista se inscribe en esta evolución del concepto de género, buscando la igualdad y la justicia social.
Sobre las personas transexuales pesan todo un conjunto de prejuicios terribles. Debemos combatirlos, sin duda, pero no nos confundamos: el sexo es, como digo, un concepto biológico se mire como se mire. Situémonos en un continuo en el medio del cual está el espacio entre sexos. Si en algunos casos muy minoritarios (alrededor del 0,15%) no hay una correspondencia entre el sexo de la persona y la forma en que ella se siente —son los casos frontera— se impone poner los mecanismos necesarios con el fin de conseguir que el grueso de la sociedad no tenga prejuicios contra estas personas.
Pienso que deben poder aceptarse a sí mismas y esto requiere que la sociedad las admita y abrigue como un hecho biológico más. Este tipo de prejuicios no son nada más que miedo a lo desconocido. A perder privilegios; a muchas cosas que nos llenan de incertidumbre. Pero las acciones de reconocimiento de las personas transexuales no deben significar eliminar el sexo, como propone la teoría queer, a partir de la cual se ha basado la propuesta de la Ley Trans, en proceso de llevar a trámite en el Congreso de los Diputados. Si es necesario, incorporemos otra categoría: el sexo transexual.
Pretender quitar de en medio el hecho biológico del sexo es como si intentáramos suprimir las montañas y el mar. Y no hagamos trampas semánticas sustituyéndolo por “identidad de género”, que es una construcción social y no biológica. Debemos trabajar para que el combate al reconocimiento de las personas transexuales vaya en paralelo al del feminismo.
También necesitamos entender el fondo del problema por el que las personas transexuales quieren eliminar el sexo binario. Una persona con atributos sexuales masculinos y que se siente mujer es mucho mejor aceptada en el “grupo de las mujeres” que una persona con atributos sexuales femeninos que se siente hombre en el “grupo de los hombres”.
Dejando de lado excepciones que confirman la regla, el grupo heterosexual de los hombres no consiente que una persona con atributos sexuales femeninos forme parte de su grupo masculino. La rechaza. Por ejemplo, como se pregunta una amiga mía: ¿El Vaticano los admitiría como uno de los suyos?
Esto demuestra que los valores patriarcales de la “masculinidad” son todavía muy potentes. En el grupo de sexo “masculino”, cualquier rasgo de feminidad atenta contra su autoestima construida socialmente.
Ante esta barrera —la no aceptación de transexuales en el grupo heterosexual masculino—, el grupo transexual ha optado por decir que el sexo es una invención social: aquí radica el gran disparate. Lo que hay que hacer es derribar prejuicios. Construir valores equitativos entre la masculinidad y la feminidad, incorporándose todas las variaciones posibles. Ciertamente, es un cometido espinoso; y se suma el hecho de que las personas transexuales constituyen un grupo numéricamente pequeño relativamente al conjunto de la población.
En cualquier caso, las feministas tenemos que seguir en el camino hacia nuestra Ítaca; hacia la búsqueda de la igualdad de oportunidades. Las personas transexuales dicen que están hartas, y lo entiendo, pero las mujeres heterosexuales también lo estamos y estamos luchando desde tiempos antediluvianos; y no se puede decir que no hayamos logrado avances.