Feminismo y feminismos
La historia de la humanidad se ha construido en torno a la figura del hombre: héroes, escritores, políticos... Hasta hace bien poco la mujer era invisible, transparente en la vida pública. Cada mujer que ha conseguido agrietar el techo de cristal es un éxito a apuntar en el haber de todo el género humano.
No fue hasta la Ilustración cuando las mujeres comenzaron a reivindicarse como sujetos políticos y públicos de una manera organizada, despojándose así de la imposición a vivir en el ámbito exclusivamente de lo privado. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano supuso el inicio del empoderamiento de la ciudadanía, de las democracias liberales; empoderamiento para los hombres, claro. Lo de las mujeres ya era otro cantar. Y es precisamente ahí cuando surge la primera ola del feminismo, con dos increíbles mujeres: Olympe de Gouges que replica el texto y lo titula Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana y Mary Wollstonecraft con su texto Vindicación de los Derechos de la Mujer, que es considerada la obra fundacional de lo que hoy conocemos como feminismo. Wollstonecraft afirma por primera vez que la diferencia entre géneros viene determinada por hechos culturales, no solamente biológicos; toda una revolución para la época.
Pero, como casi siempre ocurre, tras épocas de gran avance y lucha social, vienen otras de gran represión; sin ir más lejos Olympe de Gouges fue guillotinada, se prohibieron las reuniones numerosas de mujeres, muchas de ellas fueron encarceladas... Pero al mismo tiempo, toda época de progreso deja su semilla para las siguientes generaciones, aunque parezca que esa explosión de progreso ha muerto para siempre.
No tardó en aparecer lo que llamamos segunda ola del feminismo, que tiene como principal reivindicación el derecho al voto de la mujer, el sufragismo; el feminismo se reivindica así como un movimiento sociopolítico. Lucretia Mott y Elisabeth Cady Stanton inician una lucha sin cuartel por los derechos civiles de la mujer; en su Exposición de sentimientos reclaman para sí los mismos derechos civiles que los varones, en especial, el derecho al voto. Y tras mucha pelea, la mujer tras la Primera Guerra Mundial comienza a ejercer su derecho a votar en algunos países, aunque no todas al mismo tiempo: las mujeres negras tardaron todavía más en ejercerlo. Por el camino quedaron huelgas de hambre, acción política, persecuciones, insultos... Pero lo consiguieron, lo conseguimos.
Después de este movimiento tan importante y definitivo para toda la humanidad, distintas mujeres negras comenzaron a quejarse del feminismo blanco que las excluía de sus decisiones y sus luchas y hubo otras apreciaciones en torno a la teoría feminista como el feminismo socialista de Flora Tristán que cree que la liberación de la mujer pasa por la abolición del capitalismo.
En El Segundo Sexo, Simone de Beauvoir afirma que a la mujer no se le define por su sexo, sino por sus roles culturales, y supone una auténtica revolución para la época, una ruptura con el pensamiento anestesiado y puritano. Por otra parte, Betty Friedan, exponente del feminismo liberal, con su obra Mística de la Femineidad supone un revulsivo para el movimiento feminista que quedó un poco paralizado en el periodo de entreguerras, fundó la Organización Nacional de Mujeres que actualmente es la mayor organización feminista mundial y también la más antigua de la historia. Friedan fue una de las mujeres más importantes en poner voz a aquellas que no la tenían, a aquellas que estaban ahogadas en el ámbito de lo privado. Y ambas, Beauvoir y Friedan, entre otras, dieron lugar a la llamada Tercera Ola del Feminismo.
Y el debate en torno a la teoría feminista, lejos de apaciguarse, creció y llegamos a la situación que define el pensamiento actual, en la que, grosso modo, podemos hablar de dos ramas del feminismo: feminismo liberal, que utiliza el paradigma de igualdad/desigualdad para describir la situación de la mujer y propone la conquista de derechos frente al hombre como método de solución de estas desigualdades y el feminismo radical que utiliza el paradigma de opresión del sistema (patriarcado) y apuesta por cambiar todo el sistema como punto de partida imprescindible para la emancipación real de la mujer.
Han surgido otros feminismos: feminismo de la diferencia, ecofeminismo... Todos válidos en tanto y en cuanto forman parte de la teoría feminista, y ninguno, por supuesto, con validez universal; el único feminismo que repudio es el feminismo TERF que excluye a las mujeres trans de la lucha feminista. Ninguna teoría política puede aspirar a explicar todas las variables de un problema, y pretender que el feminismo lo haga es caminar hacia el abismo. El feminismo es la lucha por la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, y por tanto no necesita apellidos: ni radical ni liberal. Pero en la teoría feminista se hace imprescindible apellidar al feminismo para entender qué paradigma se nos presenta y para, conforme a dicho paradigma, aportar distintas y diversas soluciones. Una feminista radical no entenderá la realidad de la mujer igual que una feminista liberal, y viceversa; pero ambas, la radical y la liberal afirman con el mismo ímpetu el hecho incontestable de la desigualdad misma. Y esto es, precisamente, lo que verdaderamente importa: la desigualdad, y cómo combatirla.