‘Feliz lunes’, un musical para enredados
"Con tanto enredarse, ¿dónde queda cada individuo? ¿Y el amor? ¿En una habitación con un móvil?"
Cuatro años de trabajo para cuatro días. Los cuatro años son los que la compañía Opening Doors ha estado trabajando para poner en pie el musical Feliz lunes. Los cuatro días serán los que se podrán ver en El Umbral de Primavera. Una pequeña sala de Lavapiés referente para los muy teatreros. En la que este pequeño musical al uso con clara vocación mainstream, aparece como algo excéntrico en su programación, si no fuera porque si algo caracteriza a los gestores de El Umbral es el riesgo.
Un riesgo que esta vez no lo asume tanto en las formas teatrales, en las maneras de hacer teatro, sino en mostrar una obra escrita con sujeto, verbo y predicado. Una obra lejos del lenguaje y metalenguaje que se suele ver en este teatro.
El sujeto lo pone Sara. Una chica mona que trabaja de dependienta en una de esas cadenas de perfumerías que ofrecen cosméticos y colonias de marcas de lujo a buen precio, junto a otros productos de higiene corporal y productos de limpieza para la casa. Un trabajo que apenas le da para costearse la vida, una vida que depende al fin y al cabo de mamá, pero que le permite buscársela en lo suyo. Lo suyo es la interpretación.
Sara despierta un lunes. El día anterior ha incumplido una cita de trabajo. Una fiesta en la que su representante pretendía darle visibilidad ante productores y directores de casting. Por lo que recibe una pequeña bronca y, después, una gran noticia. Ha sido elegida para protagonizar el próximo bombazo de un director muy conocido, posiblemente al lado de un actor también muy conocido.
El verbo, la acción, lo ponen las redes sociales. Porque ¿qué hacer ante esta noticia que quiere contar pero que le han pedido que no cuente? Fotografiarse y escribir en cualquiera de dichas redes sociales, o en todas las que maneja, que este lunes, ese terrible día con el que comienzan todas las semanas laborales, es un feliz lunes por algo que no puede comunicar a sus followers. Lo hace con uno de esos mensajes inspiradores y de autoayuda llenos de emoticones lanzando besitos.
Operación en la que está inmersa cuando la realidad de carne y hueso, el predicado, aparece en forma de un vecino argentino con jet lag buscando una “güaifai” y Sara le ofrece su “güifi”. Y es que acaba de llegar a Madrid desde el otro lado del charco para buscarse la vida y necesita hacer saber a su madre que está bien.
Un argentino que en vez de mirar a Sara como una imagen en la red, mira en sus libros y en sus películas. ¿Y qué ve? Ve a alguien que lee La broma infinita de David Foster Wallace y que acumula películas clásicas. Alguien con la que comparte gustos.
Sí, como en todo musical o comedia romántica, love is in the air. Y el aire de los tiempos está en la red. Por eso, este breve (des)encuentro real, en el que chico conoce chica, se queda en nada concreto. Pues pronto la mirada de Sara se vuelve al Tinder, la popular app de contactos, donde ella ha encontrado su Ryan Gosling particular, en lo físico. Un joven ingeniero que ofrece un futuro de estabilidad económica y material.
Que eso no existe, que no es real la realidad, es lo que le vendrá a decirle y cantarle su mejor amigo. Un gay también entregado a otra red de contactos, Grindr, al que la vida le ha enseñado que esta vida enredada ofrece, con un poco de suerte, un buen y rápido contacto sexual, un desahogo cuando la necesidad aprieta, y poco más.
Pero el breve encuentro, la breve conversación con el nuevo vecino sobre libros y películas, y sobre redes sociales, pues no hay conversación que se libre de este tema, ya ha hecho su efecto. ¿Está ella persiguiendo su sueño o el sueño que otros imponen a través de algoritmos? ¿Quiere ser esa chica a la que otras chicas como ella admirarán y copiarán? ¿Quiere ser parte de esa maquinaria que normaliza y estandariza los usos y costumbres amorosos de sus madres y sus abuelas tuneados de una aparente libertad sexual?
Para contar y cantar todo esto con la ligereza que exigen los tiempos y los musicales el equipo creativo ha recurrido a una muy buena referencia: Sondheim. El nombre puede que no diga nada al público masivo. Por eso hay que ponerle apellidos. Es decir, referencias.
Hay que recordar que es el libretista de West Side Story, musical del que acaba de hacer un remake Steven Spielberg, nada menos. Que Tim Burton y Johnny Deep se embarcaron en Sweeny Todd. Que Madonna y Warren Beatty recurrieron a él para que pusiera música y canciones a la peli Dick Tracy que protagonizaron. Y que es el autor de Company, el musical con el que Antonio Banderas ha triunfado en Málaga y en Barcelona, como hará el próximo otoño en Madrid.
A eso se añade que el equipo se trata de jóvenes suficientemente preparados. Es decir, gente formada y que sabe batirse el cobre, a los que ya se conoce bien en la profesión. Lo que se nota en la eficacia con la que han sido capaces de montar la obra y en cómo usan los pocos recursos teatrales que tienen a su alcance.
Por tanto, cuatro sábados seguidos en el mes de julio se hacen muy pocos para que el público potencial de este musical lo descubra y se produzca el fenómeno del boca-oreja. Que hagan arder las redes con su crítica a la relación que la gente de su generación, y posiblemente las de otras generaciones, han establecido con ellas. Porque, con tanto enredarse, ¿dónde queda cada individuo? ¿Y el amor? ¿En una habitación con un móvil?