Felipe VI, el "drama" de un rey cada vez menos de todos
A las supuestas comisiones de Juan Carlos I se suman otros problemas para la corona: los errores del rey actual y la utilización que algunos políticos hacen de su figura.
De un tiempo a esta parte, el nombre del rey se escucha allá donde hay un político. En el Congreso, en el Senado, en ruedas de prensa, en Twitter, en los medios… La monarquía está siendo politizada, pierde apoyo y su imagen está dañada, según algunas encuestas.
Las supuestas comisiones de Juan Carlos I, que investiga la Justicia, y su salida de España han contribuido a aderezar este caldo de cultivo hostil hacia la casa real, en crisis desde antes de la abdicación del rey emérito. Pero Felipe VI afronta otro problema: no ser percibido como el rey de todos los españoles justo al tiempo que su figura se usa como arma electoral. Todo un reto.
La crisis que envuelve a la monarquía tiene una de sus causas en las tensiones políticas que cruzan el país, donde hay territorios, como Cataluña y País Vasco, en los que es percibida como una institución ajena. Cada vez más jóvenes cuestionan la existencia de un monarca en pleno siglo XXI. Y, reflejo de ello, es el barniz abiertamente republicano que Podemos, socio del PSOE en Moncloa, intenta imprimir en su acción de Gobierno, con ministros que han reprobado públicamente algunos de los últimos movimientos de Felipe VI.
Si partidos independentistas y de izquierda más allá del PSOE, arquitecto del pacto constitucional que reinstauró la monarquía en la Transición, usan el nombre de Felipe VI para hacer política, los partidos de derecha no se quedan atrás. En los últimos tiempos, los españoles han visto una instrumentalización de la corona también por parte de los partidos que dicen defenderla.
Vox es el que más alza la voz cuando grita “¡viva el rey!” en la Cámara baja. La vehemencia de la extrema derecha persigue un objetivo: resucitar, en nombre del monarca, la Antiespaña, formada por izquierdistas y separatistas. Pero ese fin también se percibe en el PP e incluso en Cs. Basta ver la alusión que hizo la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, al papel de freno del rey frente a la acción del Gobierno.
“Los políticos usan el nombre del rey en vano. Y es que nuestra clase política no respeta la institucionalidad de la corona, que es un ente subordinado y un poder moderador sin funciones ejecutivas. Hay dos fuerzas políticas que usan el nombre del rey. Una, que es Podemos, con personas que a propósito del rey quieren liquidar la Constitución del 78. Y otra, que es Vox, que por abrazarle en exceso le están comprometiendo. Y no deberían usar el nombre del rey en vano. Lo que no se puede hacer es atribuir amores y desamores de los políticos al rey”, opina José Antonio Zarzalejos, periodista y exdirector del diario monárquico ABC, autor de la exclusiva de la abdicación de Juan Carlos I en 2014.
La utilización de Felipe VI abre varios interrogantes. El primero es qué le puede pasar si su nombre sigue en boca de los políticos. “El problema es que puede acabar siendo rehén de una tendencia política. Esto le pasó a Alfonso XIII, que acabó siendo defendido por los sectores más conservadores. Cuando un monarca es reivindicado por una facción, malo, porque deja de ser visto como un elemento general y es visto como un elemento marcado. La monarquía peligra si se convierte en tema de enfrentamiento entre opciones políticas. Si no sabe desmarcarse de estos hooligans suyos que lo excitan tanto y lo defienden tanto, le hacen un flaco favor. A la monarquía se la pueden cargar los monárquicos intransigentes”, opina Borja de Riquer, historiador y profesor emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Zarzalejos considera que Felipe VI no se ha excedido en sus funciones y que el problema es de la clase política, aunque entiende que la monarquía no goce de un apoyo unánime. “No hay sociedad en la que no exista algún tipo de disenso y en todas las monarquías hay algún republicano… Pero a mí, lo que me parece, es que el rey se ajusta a las funciones constitucionales, que es neutral y que no ha hecho ningún gesto que apunte a lo contrario”. Pero no todo el mundo lo ve así. De Riquer cree que el gran error de Felipe VI fue el discurso del 3 octubre de 2017 tras el referéndum ilegal del 1-O.
“Ese discurso fue un error, porque era un discurso del Gobierno, no del jefe del Estado. Debió pronunciarlo el presidente Rajoy, no el jefe del Estado. Ese fallo de implicarse en una cuestión de Estado le granjeó una notable hostilidad en sectores de la opinión catalana. No tenía que haber intervenido de aquella forma”, analiza el historiador. La defensa de la legalidad constitucional que hizo el monarca contra el separatismo encaja a la perfección con el discurso que más votos granjea a Vox: la cuestión catalana.
“Juan Carlos I llevó mejor aquello de ser el rey de todos los españoles. Felipe VI, desde su discurso del 3 de octubre, tomó partido. La derecha política, conectada con el nacionalismo español, le ensalzó. Y desde ese momento, el rey quedó unido a esa parte. Su padre supo romper con el franquismo para ser el rey de todos, una expresión que implica escuchar a todos y asumir que no hay una manera correcta de ser español, y que, quizá, no hay una nación española prepolítica, preexistente, que es en lo que se basa todo el nacionalismo. No solo el español”, opina el profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad de Navarra Jorge Urdánoz.
Un rey “de parte”
Así, según este experto, se ha producido un alineamiento entre el jefe del Estado y una determinada opción política que contribuye a que los ciudadanos perciban que Felipe VI ha perdido su neutralidad y ha dejado de ser el rey de todos los españoles, el mantra que obsesionó a Juan Carlos I tras la muerte de Francisco Franco. Y eso es algo que plantea una una segunda pregunta: qué puede hacer Felipe VI para desmarcarse de amores políticos.
“Es inevitable que la figura del rey sea objeto de debates políticos. Pretender que la figura de un rey no pueda formar parte de la discusión política es una utopía”, opina de Riquer, quien añade que “el monarca se debe desmarcar”. “Él puede potenciar que la monarquía se reforme y que desaparezca de la Constitución la inviolabilidad del rey. Una constitución que plantea que haya una figura inviolable es impresentable en una democracia avanzada. Él lo puede solicitar a los políticos, igual que desaparezca la prioridad de la línea masculina sobre la femenina en la sucesión. Pero si él calla, otorga”, zanja el historiador.
El problema es que orientar la acción política puede constituir una flagrante violación de sus funciones. “El rey puede hacer poco, sobre todo no desviarse de su función ceremonial y simbólica y no entrar en pugnas políticas ni tan siquiera para defender su institución. Tiene que ser útil y tener la ayuda del Gobierno para, por ejemplo, conectar con los territorios. Y eso que ocurre lo contrario cuando no le dejan ir a ciertos sitios. Necesita reconectar con territorios y generaciones y necesita la ayuda del Gobierno. Debería pedir ayuda a los partidos de derecha y al PSOE. Ahí está la clave, que la defensa de la monarquía no sea hiperventilada en la derecha, sino que esté coordinada con la parte de la izquierda”, opina Lluís Orriols, politólogo de la Universidad Carlos III de Madrid y doctor por la Universidad de Harvard.
Son, por tanto, los políticos quienes pueden reconducir la percepción de la corona. “La monarquía tiene poco margen de maniobra, es uno de los dramas que tiene. Al no estar sujeta a rendición de cuentas, todo tiene que estar refrendado por el Gobierno. Y cualquier paso en falso puede ser malinterpretado. La solución no depende de ellos, sino de las élites políticas. La reacción de la derecha responde a que siente que la institución está atacada por un socio minoritario de Gobierno. Pero ahí corre el riesgo de que se asocie a una monarquía de parte. Si bien la monarquía era transversal en los 90, ahora ya eso no se cumple”, zanja Orriols.
Ya la comisión que se encargó de redactar la Constitución debatió abiertamente sobre el encaje de las nacionalidades históricas, la identidad y la figura del rey. “Miguel Herrero de Miñón abogó por una monarquía que asumiera la complejidad histórica de España. La monarquía podía haberse sustentando en una idea de país basada en sentimientos nacionales varios. Pero el rey, a tenor de sus actitudes, tiene una concepción unívoca de la nación. Esa idea de nación cívica a la que llama tiene que recoger las diferentes sensibilidades expresadas por los ciudadanos libremente y eso incluye la sensación de pertenencia a una nación diferente. Yo concibo dos categorías diferentes para que el rey pueda operar sin fricciones: nación y estado. Y el rey, debería ser el rey del Estado”, opina Urdánoz.
Este profesor, además, considera que la clave para abordar el futuro de la monarquía “no es hacerlo en términos de supervivencia de la institución, sino de la calidad de la democracia que la legitima”. “La cuestión de elegir entre monarquía o república para un demócrata no es un riesgo. El riesgo está en el hecho de que parece que no hay libertad para elegir las opciones que abre esa dicotomía”, arguye.
Orriols asume que el debate monarquía o república perjudicará especialmente a los socialistas: “Al PSOE es un tema que le hace daño. A Podemos le va bien, porque va alineado con su electorado. Estamos en un proceso de profunda crisis política en España. Empezó hace 5 años, pero el incendio está virulento y sigue muy activo. Todas las instituciones del Estado tienen peligro de sufrir… Pero hay una cosa que está clara, la república aún no goza del consenso que tuvo la monarquía en sus mejores tiempos”.