El rey también intenta el reencuentro con Cataluña
Felipe VI intensifica su presencia en Barcelona, su firma de los indultos se hizo con normalidad y se ha distendido algo la relación institucional con un monarca marcado por el 3-O.
La humedad mediterránea empapa los cuerpos. La gente ríe, aplaude, llora, se abraza. Es Barcelona, un 25 de julio de 1992. El heredero al trono de España, Felipe de Borbón, salta al tartán del Estadio Olímpico con la bandera. Todo el país pendiente en sus televisiones, la infanta Elena, entre lágrimas desde el palco, mira a su hermano. El país y la monarquía viven sus mejores momentos, una nación moderna que, por fin, se exhibe sin complejos ante el mundo. Suenan a todo trapo Montserrat Caballé y Freddie Mercury. El pujolismo se da la mano fuertemente con Zarzuela y La Moncloa.
Pero en esos días también había un pequeño grupo de cachorros nacionalistas que hacía algo de ruido y emprendía una campaña bajo el grito de Freedom for Catalonia. Uno de los más activistas respondía al nombre de Joaquim (Quim para los íntimos) Forn. Travelling y salto en el tiempo. Casi treinta años después, Forn es uno de los indultados por el Gobierno, con un decreto firmado por el propio monarca, y envolvió a sus compañeros de cárcel en aquella pancarta para decir adiós a Lledoners el pasado miércoles. La vida siempre se cruza.
La Moncloa trata de impulsar estos días esa agenda del reencuentro, ese intento de superar los terribles diez años que han marcado la relación entre Cataluña y España y dentro de la propia comunidad. Los indultos son ese primer paso que quiere dar Pedro Sánchez: “Hay que intentarlo”, repiten en el complejo presidencial. Todos son conscientes de que será muy complicado, difícil, con posiciones antagónicas, pero se quiere evitar caer en otro 1-O.
Y en estos trepidantes días marcados por la medida de gracia (que cuenta con la feroz oposición de PP, Cs y Vox y con el rechazo de una parte mayoritaria de la población, según varias encuestas) no pasa desapercibida la agenda del monarca, que ha intensificado su presencia en Barcelona. Felipe VI no habla directamente sobre las cosas, pero lo dice todo con sus gestos y hechos: ha estado tres veces en los últimos quince días en la capital catalana (dos después de los indultos).
Tensa calma, pero nada que ver con los anteriores años. Su visita no ha provocado grandes manifestaciones ni barricadas (como pasó con la sentencia del Tribunal Supremo sobre el procès) y se ha rebajado algo el habitual plante de las autoridades catalanas al monarca. Ahora está al frente del Palau de la Generalitat Pere Aragonès (ERC), que es republicano e independentista pero que apuesta por la vía pragmática y quiere recuperar el peso institucional perdido durante la época de Quim Torra y de Carles Puigdemont.
La figura de Felipe VI en Cataluña vive una continua crisis y levanta las críticas más furibundas del independentismo, tanto político como mediático, desde el discurso del 3-O en el que pidió restablecer el orden constitucional tras el referéndum ilegal. El Parlament ha aprobado resoluciones reprobando al monarca y estableciendo que no reconoce su figura de autoridad. En los textos acordados por la Cámara el año pasado se habla de que “la saga de los Borbones ha sido una calamidad histórica para Cataluña”, que la monarquía española es la continuación del franquismo y que es una casa real “delincuente”. Su valoración en esta comunidad apenas llega al 3,9, según la encuesta de IMOP Insights para El Confidencial.
El rey manda también señales con los actos que ha escogido durante estos días: las jornadas del Círculo de Economía, el Mobile World Congress y los premios de la Fundación Princesa de Girona (que se celebran en Barcelona tras las protestas otros años en la otra provincia, la más independentista). El monarca asocia su apoyo a la actividad económica, a la cultura, a los más jóvenes, a la tecnología y a la vertiente más internacional de Cataluña (que perdió hace tres años frente a Madrid el título de locomotora económica de España).
Y hay imágenes que valen más que mil palabras: la cena durante la inauguración del Mobile World Congress compartiendo mesa y mantel con Pere Aragonès, Pedro Sánchez y Ada Colau. Es verdad que el nuevo presidente catalán no ha salido a recibirle en los actos, pero luego siempre se han saludado dentro y han protagonizado fotos oficiales (todo un paso comparado con Quim Torra, aunque en Palau mantengan que sigue el veto a la Zarzuela). Tanto los empresarios como la Iglesias, dos ámbitos de relación directa con la monarquía, han apoyado estos días esos indultos.
La figura del rey ha estado estos días en boca de todos también por su firma de los indultos. Fue la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, la que planteó no firmar esos decretos (y lo sigue afirmando en privado). Esto provocó hasta un choque con Pablo Casado, ya que se trataba de incitar al monarca a saltarse la propia Constitución española. El rey siempre confiesa que no hay manual para ser monarca y que su fidelidad y marco de actuación es la Carta Magna. Desde el PSOE se ha arremetido contra los populares por utilizar la monarquía en una cuestión tan sensible, e incluso desde Unidas Podemos se advierte de que ese uso por parte de la derecha y la ultraderecha de la figura de Felipe VI desgasta más a la casa real.
Después de esa cena en Barcelona, el propio presidente del Gobierno, en una entrevista en la Cadena Ser, reconocía: “No vamos a arreglar de la noche a la mañana lo que se ha estropeado durante estos últimos diez años, pero estamos dando los primeros pasos para poder avanzar en la resolución de la crisis” y se está “en camino de la normalidad institucional”.
El reinado de Felipe VI siempre estará marcado por dos cuestiones: Cataluña y su padre. Al poco de llegar al despacho más grande de Zarzuela se encontró con un procés desbocado y tuvo que encarar la Declaración Unilateral de Independencia (DUI). Su discurso por aquellos hechos levantó el furor indignado entre el independentismo, pero lo hizo convencido a pesar de las dudas que tenía Mariano Rajoy sobre su conveniencia.
Hay también otros gestos simbólicos que ha querido escenificar la casa real durante estos días: la utilización del Palacio Albéniz, residencia oficial de los Borbón en Barcelona y que se ha habilitado tanto para una comida con empresarios como para los actos de los Princesa de Girona. Este último con otro punto a tener en cuenta: la participación de toda la familia, intentado que Leonor cale desde joven en esa tierra (la heredera estudia y sabe algo de catalán), con la vista puesta en que el mayor desapego hacia la institución está entre los más jóvenes.
El rey también intenta el reencuentro con Cataluña. Hoy parece muy difícil. ¿Lo logrará?