Expandir la cultura para expandir la vida
La cultura no es un compartimento estanco, por el contrario, está íntima e indisociablemente entrelazada con el resto de los ámbitos de nuestra vida.
Hay personas que imaginan la cultura como algo separado del resto de las esferas de la vida, en muchos casos como un complemento ornamental, pero la cultura no es un compartimento estanco, por el contrario, está íntima e indisociablemente entrelazada con el resto de los ámbitos de nuestra vida: nuestra salud física y mental, nuestra economía, nuestra imaginación política, nuestra capacidad para pensar cosas como la sostenibilidad, el desarrollo local, la igualdad, la convivencia o el diseño de nuestras ciudades.
Sin duda, la cultura tiene sus dimensiones particulares y específicas, que producen impactos sociales y económicos propios: supone el 3% del PIB, genera 700.000 empleos al año, y es el basamento de nuestros vínculos sociales, de nuestra construcción de identidades y de comunidad. Los lenguajes artísticos y las producciones simbólicas, por su parte, constituyen modos únicos e irremplazables de comprender, imaginar y transformar la realidad que nos rodea, y de comunicar y defender dicho deseo de transformación.
Por todo ello, la cultura debe ser objeto de unas políticas específicas que, por un lado, garanticen su buena salud y su capacidad de desarrollarse en condiciones de libertad y, por otro, garanticen a la ciudadanía el ejercicio y disfrute de sus derechos culturales, como la igualdad en el acceso a la producción y a la participación cultural. Pero, en el diseño de esas necesarias políticas culturales, no debe olvidarse que ni ellas mismas ni la propia cultura serán jamás ámbitos segregados del resto de ámbitos de la existencia social. Esta imbricación de la cultura con toda actividad humana se ha entendido históricamente en áreas de gobierno que han hecho uso instrumental de ella, como las del turismo o las políticas de acción exterior. También se puso de manifiesto en el proceso de desarrollo del Estatuto del Artista al constatar que para abordar lo referido al ejercicio de la profesión cultural debía formarse una comisión interministerial integrada por diversos departamentos.
Además de en las anteriormente mencionadas la cultura tiene impacto en muchas otras esferas. Se ha demostrado que la incorporación de las disciplinas artísticas en el ámbito educativo tiene grandes beneficios cognitivos, emocionales y relacionales. En el Informe PISA de 2022 ya se evaluarán entre las competencias de los estudiantes el pensamiento creativo. También la Organización Mundial de la Salud ha reconocido el valor de incorporar el arte a los sistemas sanitarios y cada vez existen más estudios e iniciativas que conectan los ámbitos de la salud y la cultura. La cultura también tiene que ver con la sostenibilidad, por el propio impacto de las actividades culturales y por la potencia que se desprende del encuentro entre las artes, la ciencia y la tecnología para el diseño de las soluciones del futuro. Y, por mencionar, tan solo, algunas más, la cultura también tiene que ver con las políticas de igualdad, de inclusión social, de atención a la dependencia, de diseño urbano, de empleo, de movilidad o, incluso, de seguridad.
La cultura, en definitiva, tiene que ver con la posibilidad de articulación de nuestra vida común. Garantizar nuestros derechos culturales y contribuir a la salud de un sector productivo fuerte y sostenible, son indisociables de la participación de las políticas culturales en muchos otros ámbitos. Reconocer, reforzar y sostener esos vínculos contribuye a profundizar en el derecho a la cultura porque abre la posibilidad de incorporar a una población más diversa a la participación cultural, y, a su vez, conectar las políticas culturales con ámbitos concomitantes contribuye a alcanzar los objetivos propios de estos ámbitos. Es, precisamente, este carácter transversal el que hace de la cultura un campo estratégico fundamental para afrontar los retos que tenemos por delante: desde el cambio climático a la transformación del modelo productivo, de los usos del tiempo a la garantía de derechos, la buena vida o el refuerzo de las políticas de igualdad.
Por ello necesitamos políticas circulares y expandidas para la cultura. Políticas que, a la vez que generan empleos de calidad, fomenten el acceso a la cultura. Que al tiempo que vertebran un territorio, avancen en investigaciones sobre la salud o soluciones para reducir nuestra huella en el mundo. Políticas que sean simultáneamente de fomento de la creación artística y de inclusión social y redistribución de recursos materiales e inmateriales. Por otro lado, únicamente a partir de este reconocimiento del carácter transversal de la cultura y de su colaboración con otros ámbitos podremos reforzar su relevancia social. Solo sacando a la cultura del pequeño rincón al que hoy muchas personas —y muchos diseños políticos— la relegan dejará esta de ser percibida como algo secundario y accesorio. Solo con la posibilidad de valorar de verdad su impacto en otros ámbitos, y no solo mediante discursos, se demostrará y construirá de facto su importancia social.