¿Exhumamos también a la RAE?
En la gran manifestación de mujeres, organizada por el Movimiento Feminista el pasado 8-M, muchas de nosotras, y entre ellas el colectivo Las Periodistas Paramos, cantábamos consignas como "Vamos a quemar, vamos a quemar a la RAE por machista y patriarcal". Es un buen ejemplo para las mujeres de que hemos tomado conciencia en esta sociedad androcéntrica en la que los varones están considerados como sujetos referentes y nosotras seres dependientes y condicionadas a ellos en el lenguaje. Como en cualquier lengua y en todas las sociedades. Así que tras tres mil años de opresión, opacidad y ocultamiento de nuestro género -el 53% de la población mundial-, y 300 años de historia feminista, la única revolución no sangrienta en la historia de la humanidad (varonil a la totalidad), dijimos: "¡Basta ya!". Y comenzamos a estudiar y elaborar teorías al respecto, de dos formas: lenguaje no sexista, que sería lo clásico, y lenguaje inclusivo, un término algo cursi e ininteligible para la mayoría social.
Maestras en este tema, son las feministas Teresa Meana, Eulália Lledó, Mercedes Bengoechea o colectivos de mujeres como Emakunde, Instituto Asturiano de la Mujer y otras muchas, que necesitan ser leídas y estudiadas. Ellas nos dicen que la lengua es el reflejo de la sociedad que la utiliza. Lledó afirma: "El sexismo es fundamentalmente una actitud que se caracteriza por el menosprecio y la desvalorización, por exceso o por defecto, de lo que somos o hacemos las mujeres... El androcentrismo, en contraste con el sexismo, no es tanto una actitud como un punto de vista. Consiste fundamentalmente en una determinada y parcial visión del mundo, en la consideración de que lo que han hecho los hombres es lo que ha hecho la humanidad o, al revés, que todo lo que ha realizado el género humano lo han realizado solo los hombres, es pensar que lo que es bueno para los hombres es bueno para la humanidad, es creer que la experiencia masculina incluye y es la medida de las experiencias humanas".
La lengua forma parte de nuestra educación y cultura y determina los roles que se nos asignan. Igual que los colores azul y rosa marcan desde la infancia si vamos a ser niñas, por supuesto opacas en cuanto al género, o niños que van a crecer utilizando lo masculino como eje universal de una forma de expresión que excluye a las mujeres, a lo femenino, que lo deja en neutro. No hay gama cromática para otros géneros como trans, queer, binario y más, porque no existen para el mercado y la sociedad.
Un ejemplo que todas hemos vivido y que resulta altamente significativo, con el que he experimentado la exclusión, el machismo y el protagonismo masculino como un todo universal en esta cadena patriarcal que podríamos llamar "la pequeña diferencia y sus grandes consecuencias", parangonando el maravilloso libro de Alice Schwarzer: Nos situamos en una reunión de la redacción de cualquier medio escrito o audiovisual donde la mayoría somos mujeres-tropa-rasa o becarias precarias. Los cargos están al mando y son todos varones en el 99% de los casos. En el tabernáculo donde se deciden los temas, pongamos que un día cualquiera hay nueve mujeres y un ciudadano. ¿Cómo se dirigen al grupo los pilotos mandamases? "Hola chicos... vamos a ver qué temas sacamos hoy en portada". Nadie pía. Ni el individuo ensimismado ni la nutrida comparecencia de mujeres. Lo toman como algo normal. Y no lo es. Si a esta misma situación le damos la vuelta y solo hay una mujer en la mesa junto a nueve caballeretes y el gurú-gerifalte osara decir: "Hola chicas, veamos cuáles son los contenidos para la primera de hoy", los muchachos de verdad y aludidos a la totalidad saltarían henchidos de esa testosterona tan mal entendida sintiéndose mega-máximo ofendidos reclamando sus santos griales de género.
Ya no digo el alboroto mental que bulliría sin cocerse en los mullidos cerebros-homínidos si en dichas asambleas hubiera personas trans o queers. Boquicerrados ingresarían en una UVI a la espera de un trasplante de masa encefálica.
No hay nada que más me chirríe en la actualidad que el uniformizado lenguaje de la clase política. Los partidos de izquierdas tienen mujeres feministas que atizan a sus machos para que se apeen del lenguaje masculino-machista. De ahí esas patadas linguísticas en forma de "compañeras y compañeros, ciudadanas y ciudadanos, las madres y los padres", o memeces semejantes que junto a un lacito violeta en la cerviz les presta una seguridad de que son hombres , todos son líderes, y feministas.
Conclusión: hay que esforzarse para usar, ciudadanía, vecindario, personas, judicatura, la redacción, la cúpula y más eteces, porque un lenguaje sexista que nos olvida es como un pez sin bicicleta.
Y sí, la RAE al fuego catalizador y sus señores, los que prometen irse si algo cambia en inclusión, exhumados a un planeta con sus congéneres los dinosaurios cenicientos. O los gurusos emplumados.