'Eva contra Eva', la función teatral del pragmatismo
Una obra de las que encienden las alarmas de la crítica.
Una obra como Eva contra Eva, que se acaba de estrenar en el Teatro Reina Victoria, suele encender todas las alarmas de la crítica, al menos de la no complaciente, y los profesionales. Los motivos son variados, pero destacan los siguientes: se estrena en un teatro comercial y con vocación de popular, es decir, de vender entradas. Es una obra que se vende porque la protagoniza una estrella, Ana Belén. Está basada en Eva al desnudo/All about Eve, una película clásica de Hollywood, que qué necesidad hay existiendo el fabuloso original.
Pero fijándose más, se encuentra un autor teatral de campanillas, Pau Miró. Un dramaturgo que hizo brillar a Toni Cantó en teatro, sí, el mismo que viste y calza la Oficina de Español de la Comunidad de Madrid, en Llueve en Barcelona. Y una directora que ha dado ya bastantes muestras de que sabe dirigir con eficacia, Silvia Munt. Que fue fraile antes que cura. Es decir, que es una actriz muy apreciada en el cine español antes de ser directora de escena (y de cine).
Agítese todo, mézclese bien. Póngase un hombre guapetón y resultón como Javier Albalá, también buen actor y conocido. Antagonista de la estrella junto con Mel Salvatierra, que hace de la joven actriz. Añádase una gota de buenos secundarios de siempre. Y ya tiene la Eva al desnudo que se puede ver en el Teatro Victoria de Madrid. Sí, hecha para el disfrute del público. Pero con la exigencia del teatro clásico, de siempre.
Es decir, con la exigencia de contar bien, al menos, una historia. Esta la tiene. Una actriz consagrada, entrada en años, a la que le puede la rutina del teatro y de su vida. A la que le aparece una competidora que no resulta ser mejor actriz que ella. Pero sí es más joven, más turgente, más atractiva a la mirada de los hombres, sobre todo. Y de las mujeres, pues a ella les gustaría parecerse. Ese tipo de actriz llamada a la fama y que sirve para vender cosméticos y moda carísima.
La actriz consagrada ve cómo la recién llegada primero le va robando protagonismo en teatro. Luego, la vida que tenía con su director y autor de cabecera. Con el que convivía. Le robará también la atención del periodismo y la crítica. Hasta dejarla sin su representante. Que decide que vienen nuevos tiempos y el futuro no está en el teatro, sino en las series de televisión. Y que la jovenzuela es un bombón para esas series.
Sí, pasa el tiempo y la platea, el público, pide sensaciones nuevas. No parece ser ese el caso del público que llena el Teatro Reina Victoria. Parejas talluditas o incluso tirando a mayores. Grupos de mujeres que se han puesto guapas para ver a la estrella y luego tomarse algo con las amigas, Ladies who lunch que las haría cantar Sondheim si fueran estadounidenses. Todos ellos de edades cercanas a las de Ana Belén, cuyas canciones y películas seguramente les han acompañado mucho en sus vidas. En sus alegrías y tristezas. No son los únicos. También están las parejas de hombres, incluso los grupos, treintañeros y cuarentones, que también van ver a la estrella.
Así que, con el acierto y el pragmatismo que los caracteriza, Pau Miró y Silvia Munt reman a favor de Ana Belén. Construyen una obra que se le ajusta como anillo al dedo. Donde la actriz está cómoda pero no puede acomodarse. Donde no se le pide hacer algo extraordinario o diferente del tipo de actriz que es. También pragmática y eficaz. Aspectos que junto con su atractivo seguramente han conseguido mantenerla tanto tiempo en candelero y en cartelera. Aunque sí se la reta a estar presente en escena y a que se esa presencia, lejos de la Cleopatra que acaba de hacer con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, resulte natural en teatro.
Así que, con unos buenos diálogos, con unas buenas frases, el autor no escatima a ninguno de sus personajes. Todos tienen las suyas. Junto con una dirección en la que la mano de la directora no se nota, pero que tiene que estar por cómo funciona y fluye la cosa. Añadido a una eficaz escenografía sobre la que el principio de realidad queda suspendido, permitiendo que lo mismo sea un camerino, que un escenario, que una habitación de hospital. Y el uso inteligente del vídeo o las imágenes en movimiento hacen de esta propuesta teatral una buena obra.
Un producto clásico, como de toda la vida. Lo que la mayoría de los espectadores esperan cuando van al teatro o entienden por teatro. Al que responden con silencios intensos. Esos que se producen cuando todos a la vez siguen con interés lo que pasa en escena, la peripecia de los personajes. Lo que dicen y lo que hacen. Cuando se sienten concernidos. Y que incluso, como en las arias de la ópera, provocan aplausos para la diva antes de que acabe la función.