Eurovisión: ese gran escaparate de los conflictos internacionales
Llaman a boicotear la actuación israelí en esta edición, cuya artista cantó en la banda del Ejército, pero en el festival se han denunciado desde dictaduras hasta la homofobia. Con beso lésbico incluido.
Corre el 12 de mayo de 2018. Lisboa acoge la final del Festival de Eurovisión y en su escenario una cantante está llamada a arrasar y hacerse con la victoria. Su tema, Toy, contiene un rotundo mensaje de empoderamiento femenino y llama gallina a los hombres que maltratan a las mujeres. Se trata de la canción con la que Netta Barzilai ganó el certamen, pero no sólo eso. También se llevó numerosas críticas por mostrar su sensibilidad ante la lacra del machismo, pero obviando los muertos entre la población palestina que causó la represión de las fuerzas armadas israelíes. Incluso la televisión holandesa realizó una parodia que indignó al Gobierno hebreo.
Esta es sólo una muestra del telón de fondo con el que cuenta Eurovisión y que, a lo largo de su historia le ha convertido en una suerte de escaparate de algunos conflictos internacionales, sobre todo el árabe-israelí. Pero no se queda ahí, puesto que en el festival también se han expuesto pequeñas rencillas entre naciones, críticas de los participantes a los Gobiernos de sus propios países y gestos que han escandalizado a muchos.
En la edición de este 2021, la que se plantea como mayor polémica es la actuación de la representante de Israel, Eden Alene. No tiene nada que ver con la elección de su canción, Set me free, sino con la situación que se vive en la Franja de Gaza. Con centenares de muertos tras los bombardeos indiscriminados de las fuerzas armadas de Israel durante once días, se ha decretado un alto al fuego a dos de que tenga lugar el certamen. La misma jornada que la intérprete superaba las semifinales, a las puertas de la sede del festival en Róterdam, un grupo de manifestantes denunciaba la masacre y llamaba al boicot.
Quizás, el dato de la participante israelí más representativo -o que más resquemores ha levantado- es que ha realizado el servicio militar obligatorio, pero lo hizo actuando en una banda del Ejército. Eden Alene ingresó a los 18 años en las fuerzas armadas y allí comenzó a labrarse un nombre en el mundo de la música.
No es difícil encontrar vídeos suyos en la red, en la que canta ataviada con el uniforme militar. Este hecho ha despertado algunas críticas que acusan a la cantante, de ascendencia etíope, de formar parte de un Ejército que ha acabado con las vidas de centenares de palestinos y en algunos de los períodos de mayores bajas civiles, como fue el caso durante las protestas por el traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén, por parte de la Administración Trump.
No obstante, lo que ha llevado a Alene a subirse al escenario de Eurovisión no han sido las actuaciones y giras internacionales realizadas con el Ejército de Israel. Fue haber ganado en 2018 la edición israelí del concurso televisivo X Factor y luego el de The Next Star, con el que consiguió el pase eurovisivo.
Para ver uno de los primeros usos del Festival de Eurovisión como arma política hay que remontarse a 1964, cuando un hombre salió tras la actuación suiza portando una pancarta en la que se podía leer “Boicot a Franco y a Salazar”, en alusión a las dictaduras de España y Portugal. La cámara se movió en ese momento al tablero de votaciones y, desde entonces, la televisión pública española comenzó a emitir con 15 segundos de retraso las retransmisiones de carácter internacional, dejando un margen temporal al censor para actuar.
No fue el único gesto contrario al régimen franquista, puesto que Austria se negó a participar en el certamen de 1969. Aquel año Eurovisión se celebraba en Madrid. Y tampoco fue el único desafío que le hicieron al franquismo, pues fue muy sonada la jugada de Joan Manuel Serrat el año anterior.
A dos semanas de la edición de 1968, dijo que quería cantar en catalán aquel La, la, la, o al menos un par de frases. No se lo permitieron y por encima le salió bien la jugada a la dictadura, que acabó convenciendo a una Massiel que se hizo con el triunfo en Londres. Este es el ejemplo de cómo Eurovisión también puede ser un escaparate para tapar conflictos, algo que conoce muy bien Israel.
Israel, además de ser el gran polo de atracción de las críticas en distintos certámenes, también cuenta con varios detalles curiosos en la historia de Eurovisión. Por ejemplo, en 1980 sorprendió a todos diciendo que no participaba porque la fecha elegida coincidía con la conmemoración del Holocausto judío.
Los constantes choques del conflicto árabe-israelí de finales de la década de los 70 y comienzos de los 80 fueron el caldo de cultivo perfecto para tener al Estado hebreo siempre en el punto de mira. Abrió la veda Túnez, que en 1977 había anunciado su intención de participar en Eurovisión, pero se retiró para no participar con Israel. Al año siguiente, Jordania emitió en directo el festival, pero cortó la emisión cuando estaba cantado el triunfo de los israelíes.
En 2005, Líbano también se negó a emitir la actuación de Israel e incluso antes se había retirado como participante del certamen. Y en 2007, fue el representante israelí el que interpretó una canción en la que mostraba su desafío con un mensaje, bastante directo, a Irán: Push the button. Es decir, aprieta el botón, algo que se interpretó como una crítica a su política nuclear.
En 1998 fue la representante israelí la que se ganó todas las críticas en su país y generó un autoboicot. Entre amenazas de muerte, la artista transexual Dana Internacional subía al escenario en Birmingham para interpretar Diva. Israel no había ni mandado comentaristas al festival, pero la artista acabó haciéndose con una victoria incontestable y dando visibilidad a los prejuicios existentes en parte de la población hebrea.
En 2019, tras la actuación de Netta Barzilai, a Israel le tocó organizar Eurovisión. El certamen anterior ya había estado acompañado de una campaña internacional de boicot a la participación israelí, en la que fue sonada la retransmisión paralela de una banda palestina sobre los escombros de un edificio en Gaza. No obstante, aquel certamen pasó a la historia por la actuación en directo de Madonna, que dejó un mensaje de paz a través de dos de los bailarines que la acompañaron. Uno de ellos portaba la bandera de Israel y otro la de Palestina.
El conflicto entre Reino Unido e Irlanda por el Úlster -Irlanda del Norte- estuvo profundamente marcado el 30 de enero de 1972, el conocido como Domingo Sangriento (Bloody Sunday). Ese día, las fuerzas de los paracaidistas británicos enviadas a reprimir una manifestación acabaron matando a 14 personas desarmadas en el barrio católico de Derry. Fue el telón de fondo con el que unos meses más tarde, el 25 de marzo, Irlanda participó en Eurovisión con una canción en gaélico, Ceol an ghrá (o La música del amor). El problema es que el festival se celebraba en Gran Bretaña, cuyo Gobierno decidió hacerlo en Escocia.
Allí actuó la candidata irlandesa, Sandie Jones, que fue la primera cantante en ser abiertamente boicoteada en la historia del certamen. No han sobrevivido las imágenes que captaron las cámaras, pero en el patio de butacas del Usher Hall de Edimburgo, alguien lanzó petardos y bombas fétidas durante su actuación.
Después de las revueltas de la plaza de Maidán en Ucrania, la caída del presidente Yanukóvich y su exilio ruso, llegó la anexión de la península de Crimea en 2014, por parte de Rusia. Tres años más tarde, Ucrania acabó vengándose en cierto modo, vetando la actuación de Yuliya Samoylova. En realidad le negó la entrada al propio país y Rusia retiró su candidatura cuando le ofrecieron cantar de forma telemática.
No toda la polémica en Eurovisión es fruto de la política, también viene de choques culturales. En 1974, en Italia estaba en entredicho el derecho al divorcio y su derogación estaba a punto de ser sometida a consulta popular. La casualidad quiso que la canción con la que participaba la artista Gigliola Cinquetti llevase por título Sí. Aquel nombre fue malinterpretado como un intento de influir en el resultado del referéndum que tendría lugar semanas después de Eurovisión y la actuación fue censurada en la televisión y la radio italianas. Ni ganó Cinquetti ni ganó la derogación del divorcio.
Tuvo mucha más repercusión en la lucha por los derechos del colectivo LGTBI la edición del 2007, en Helsinki. En esta representó a Ucrania Andrei Mihailoich, la drag queen bajo el nombre de Verka Serduchka. Con un amplio rechazo en su propia casa, se aupó a la segunda plaza del concurso con Dancing lasha tumbai.
Pero si algo causó revuelo en varios países de Europa del este, en 2013, fue el beso lésbico de Krista Siegfrids con su corista. La cantante finlandesa, que subió al escenario vestida de novia, desató un escándalo en Rusia e Israel. También lo hizo en una Turquía que no participaba, pero que se negó a emitir la gala, a sabiendas de lo que ocurriría al final de Marry me.
El gran antecedente de esta historia se remonta a la capital lituana de Riga en 2003, donde había expectación por lo que haría al final de su interpretación el dúo t.A.T.u, conformado por Lena Katina y Julia Volkova. El año anterior habían publicado un videoclip que mostraba un beso lésbico, pero no sucedió esto cuando cantaron Ne ver be boysia ne prosi representando a Rusia.
La guinda de la consternación rusa la puso en 2014 la afamada Conchita Wurst, personaje femenino con barba y obra del austríaco Thomas Neuwirth. En la capital danesa de Copenhague, con su Rise like a phoenix hizo resurgir de las cenizas a un país que no ganaba desde 1966. Pero previamente había despertado la ira de los Gobiernos de Rusia, Bielorrusia y Armenia, que solicitaron públicamente que no dejasen participar a Conchita. Putin llegó a amenazar con que crearían su propio festival.