Europa no caerá dos veces en el mismo agujero

Europa no caerá dos veces en el mismo agujero

Mussolini (izquierda) y Hitler (centro). 

En febrero de 1942, pocos meses antes de que la victoria rusa en la batalla de Stalingrado cambiara el curso de la Segunda Guerra Mundial, el famoso escritor y activista austriaco Stefan Zweig se suicidó junto a su mujer en Brasil. No pudieron soportar la idea de un planeta invadido por el nazismo, en un momento en que el ejército del Tercer Reich parecía avanzar como una apisonadora imbatible.

Hoy, setenta y siete años más tarde, yo me pregunto si muchos de los que que van a votar en las próximas elecciones al Parlamento Europeo son conscientes de la situación en la que se encontraba nuestro continente en ese momento, a punto de sucumbir ante uno de los regímenes más inhumanos que han existido en la historia del mundo, y de lo rápidamente que puede degradarse una sociedad si se dan las condiciones necesarias. Al inicio de la década de los 30 nadie podía imaginar que alguien llegaría al poder para intentar aniquilar Europa manipulando la pobreza y la desesperación de millones de alemanes que se abrazaron al gobierno nacionalsocialista de Hitler como quien se abraza a un madero en medio del mar. Un simple dato que muestra el clima social que se vivía: en 1932, tres años después de la Gran Recesión y poco antes de la llegada del partido nazi al poder en Alemania, la tasa de desempleo en este país superaba el 40% y el país sucumbía ante una inflación galopante.

La historia es como una espiral: avanza pero tiene patrones que tienden a repetirse. Hoy, en Europa, nos encontramos en un contexto político y social que, salvando todas las distancias, tiene cierta relación con la situación anterior al advenimiento del fascismo y el nazismo. Ha transcurrido una década desde que en 2008 la crisis financiera expulsara a la pobreza a millones de personas que no han visto mejorar sustancialmente sus condiciones de vida desde entonces. Uno de cada cinco europeos se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social. Más de un tercio de la población entre 18 y 34 años no puede emanciparse del hogar de sus padres por falta de recursos para pagar un alquiler. El desempleo juvenil dobla el desempleo general, y éste no ha dejado de aumentar desde 2008. Mientras tanto, asistimos a la eclosión de movimientos y partidos políticos que, sobre la base de una xenofobia apenas disimulada, demonizan a determinados grupos (refugiados, inmigrantes, musulmanes, mujeres, personas LGBTI, defensores de derechos humanos, etcétera) haciéndoles responsables de todas nuestras desdichas, con la intención de laminar los avances en derechos humanos pero prometiendo, eso sí, el Paraíso a las clases oprimidas. Este movimiento va tomando cuerpo en diferentes países con diferente intensidad: Francia, Austria, Alemania, Polonia, Hungría, Italia, Eslovaquia, Finlandia, Dinamarca, Gran Bretaña, Holanda, España...

En Europa nos encontramos en un contexto político y social que, salvando las distancias, tiene cierta relación con la situación anterior al advenimiento del fascismo y el nazismo.

Este afán demonizador es síntoma de una enfermedad que tenemos que combatir, porque este escenario que acabo de dibujar es la lamentable consecuencia del fracaso de décadas de políticas que nada han tenido de sociales, a las que se sumaron las políticas de recortes de gasto público y de derechos puestas en marcha a partir de 2008 en muchos países europeos. Buena parte de la clase política no ha estado a la altura y ha construido una Europa que, a la hora de la verdad, maltrata a las personas refugiadas e inmigrantes que huyen de la guerra y la pobreza, y no ofrece condiciones dignas de vida a un porcentaje apreciable de su propia población.

Afortunadamente, hay buenas noticias. La más evidente es que no nos encontramos en 1942. Vivimos en el año 2019 y Europa, a pesar de todas su imperfecciones, ha recorrido un largo camino, con altibajos, en la paz y el respeto a la dignidad de las personas desde que, acabada la Segunda Guerra Mundial, se promulgara en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hoy los datos viajan a la velocidad de la luz a través de Internet y, a pesar de las noticias falsas, las nuevas generaciones tienen herramientas de sobra para hacerse una composición de lugar, debatir, intercambiar información y compartir sus ideas sobre la Europa que quieren. Nunca jamás el activismo por los derechos de las mujeres, por las minorías sexuales o contra el cambio climático ha sido tan masivo. Nunca la acción de los gobiernos se ha vigilado tanto como se vigila ahora. Y nunca ha sido tan importante como ahora decidir qué Europa queremos.

Amnistía Internacional reivindica una Europa con justicia y esperanza en la que nadie se quede atrás, una Europa en la que podamos expresarnos con libertad, amar con libertad, vivir dignamente en una sociedad solidaria con quienes más lo necesitan, una sociedad que no tolere ningún tipo de violencia contra las mujeres. Una Europa con un medio ambiente en el que podamos vivir saludablemente, tanto las generaciones actuales como las venideras. Y sobre todo, una Europa que no olvide que un día, no hace mucho tiempo, estuvo a punto de sucumbir ante el totalitarismo. Está en nuestras manos.

Amnistía Internacional ha lanzado la campaña #HazTuCampaña en redes sociales para impulsar el debate sobre la Europa que queremos ante las elecciones del próximo 26 de mayo. Más información en www.es.amnesty.org.