Esto se tiene que acabar...
El problema de la matanza de mujeres viene de muy lejos. En la Edad Media, por citar una de las épocas más oscuras de la Historia, la Inquisición asesinaba “legalmente” a mujeres.
El 29 de julio de este año se perpetraba, sobre las ocho de la tarde, el último feminicidio (el último del mes de julio) en España. Se llamaba Abigail, tenía 34 años, y vivía y trabajaba en Santa Cruz de Tenerife. El monstruo le esperaba a la salida del trabajo (Abigail estaba limpiando un bloque de pisos) y la mató a puñaladas, cortándole el cuello. En España en lo que va de año ya se han cometido 59 feminicidios. Desde 2010, año en que Geofeminicidio empezó a realizar el registro de feminicidios, 1.318 mujeres han sido asesinadas por hombres.
El problema de la matanza de mujeres viene de muy lejos. Por ejemplo, en la Edad Media, por citar una de las épocas más oscuras de la Historia, la Inquisición asesinaba “legalmente” a mujeres a mansalva por el hecho de serlo. Y lo hacía marcándolas primero como brujas para poder eliminarlas después. Con la excusa de que la brujería estaba prohibida y penalizada con la muerte, la Inquisición tachaba a determinadas mujeres de brujas para poder asesinarlas, quemándolas vivas en la hoguera.
Pero vayamos a palmos.
El Manlleu Maleficarum es uno de los primeros compendios de criminología, una especie de manual práctico dirigido a los inquisidores, y los expertos dicen que define con precisión la brujería y la establece como un delito a perseguir con dureza. Asimismo deja muy claro que esta persecución va dirigida a las mujeres. Insiste con patente obsesión en que la mayoría de los que ejercen la brujería son mujeres y no hombres. Y dedica todo un capítulo a explicar que las mujeres son seres inferiores y, por eso, al demonio le es más fácil meterse dentro, especialmente si son pobres, solteras o viudas. El libro refleja claramente la angustia del poder masculino de aquella época frente a todo lo que tenía que ver con la reproducción humana. La determinación de los inquisidores era que el universo del nacimiento no quedara en manos de las mujeres (comadronas, etc.) y pasara a la figura del médico, encarnada, claro, por el hombre, que es quien tenía acceso al educación. A las mujeres les estaba absolutamente vedada.
¿Qué tenían en común las brujas? Las brujas eran mujeres que tenían un oficio; solían ser cocineras, curanderas, matronas, consejeras. Adquirían conocimientos con la práctica de sus actividades. Sabían distinguir las plantas, conocían métodos para realizar destilaciones y remedios curativos, y sabían eliminar venenos...suministraban anticonceptivos y practicaban abortos. La práctica de estos oficios por parte de las brujas (oficios que implicaban conocimientos), sobre todo la práctica relacionada con el embarazo de las mujeres, producía sentimientos de amenaza a los hombres poderosos.
Las brujas eran percibidas como transgresoras y subversivas, ya que no obedecían las normas de género prescritas en aquella época. Despreciaban los comportamientos esperables por sus coetáneos de sumisión, domesticidad, pasividad y cuidado maternal. Sin duda, con sus actividades, las brujas desafiaban el dominio de los hombres en las esferas pública y privada. Cuestionaban su poder. Eran una constante provocación para los hombres poderosos de la Inquisición. Ya que, que yo sepa, hoy en día el poder de la Iglesia sigue en manos del mundo masculino.
Lo cierto es que las brujas no eran juzgadas por sus actos sino porque eran mujeres; mujeres que no acataban los roles y conductas prescritas por la sociedad. Las páginas del Manlleu Maleficarum lo dejan bien claro: “Hay brujas que hieren y curan, otras hieren pero no pueden curar y otras sólo curan [....]. Debido al juramento hecho al diablo, todas las actividades de las brujas, incluso las buenas, deben ser consideradas malas”. En definitiva, la ilegitimidad del poder de las mujeres fue, en la Edad Media, combatido y aniquilado por medio de la invención del concepto de brujería y la cacería de brujas. Eran un objetivo principal de persecución y exterminio.
La violencia hacia las mujeres, los femicidios, tiene sus fundamentos en sólidas desigualdades estructurales y secularmente perpetuadas entre mujeres y hombres, resultantes de los roles socialmente asignados. Así pues, los homicidios por razones de género –los femicidios– están motivados por factores como la ideología del poder y el privilegio del hombre sobre la mujer, las normas sociales relativas a la masculinidad y la necesidad de imponer el control o el poder del hombre. Para la ideología del machismo es imperativo hacer cumplir los roles de género, prevenir, desalentar y castigar lo que se considera un comportamiento femenino inaceptable.
Desgraciadamente, esta cosmovisión, estos conceptos sobre las mujeres, la limitación de sus roles se extiende por todo el planeta Tierra. Las sociedades son todavía muy machistas y los homicidios de mujeres y niñas por razones de género constituyen la manifestación más extrema y brutal de la violencia contra las mujeres y afectan a todas las regiones y países del mundo. No digo nada nuevo. Hay bastantes evidencias de que la mayoría de los feminicidios son perpetrados por las parejas actuales o anteriores de las mujeres asesinadas (como el caso de Abigail en Santa Cruz de Tenerife) u otros miembros de la familia. Y el hecho es que también las evidencias demuestran que los asesinatos de mujeres por parte de las parejas íntimas (actuales o exparejas, maridos, compañeros de citas) suelen estar relacionados, como decimos, con la necesidad de afirmar el control masculino o de castigar lo que se considera un comportamiento femenino inaceptable. Como el comportamiento de las brujas, que también era inadmisible.
Las cifras disponibles indican que este tipo de crimen (homicidios intencionados de mujeres) se perpetra en el mundo en un número muy elevado. Los homicidios cometidos por miembros de la familia que no son la pareja, como los padres, los hermanos y los tíos, también suelen estar arraigados en las normas sociales y culturales, que pueden incluir prácticas tradicionales nocivas, como los asesinatos por honor y los realizados por dote. En el contexto de estas prácticas, tanto los miembros masculinos como los femeninos de la familia pueden atentar contra la víctima intencionadamente.
En resumen, la violencia hacia las mujeres que no acatan las prescripciones de comportamiento impuestas por el machismo no sólo no ha menguado sino que sospecho que ha ido en aumento a partir de la primera revolución feminista. Claro, hoy en día las mujeres ‘contestatarias’ ya no son juzgadas en tribunales por jueces vestidos con sotanas inquisitoriales. La sociedad occidentalizada de hoy no dispone de tribunales que condenen a las mujeres en la hoguera para apaciguar las inquietudes machistas.
El poder machista no tiene legisladas herramientas normativas que le permitan usar a las mujeres como chivo expiatorio, como ocurría con los inquisidores de la Edad Media. Pero también es evidente que las creencias de lo que es la masculinidad –y los valores que las sustentan– no han cambiado en la medida de lo necesario para una convivencia igualitaria. ¿Cómo canalizar las identidades masculinas frustradas? Frustraciones que derivan de un conglomerado de creencias sobre lo que es la virilidad y que sitúa al género masculino en la cuerda floja. La masculinidad debe demostrarse siempre. La virilidad implica no fallar en la acometida.
El concepto de lo que es “ser un hombre de verdad” no tolera fisuras y, por este motivo, comporta un estado de vigilancia constante porque soporta muy mal cualquier injerencia que pueda significar un ataque a la masculinidad así definida. Dicho de otro modo, el sexismo hoy, en el mundo occidental, no dispone de formas para canalizar los sentimientos de autoestima amenazada de los hombres; entonces, cuando el sexismo benévolo y la discriminación sutil dejan de ser operativas para controlar a las mujeres, algunos machistas desatan manifestaciones sexistas hostiles y feroces, hasta llegar al extremo de matar. Hasta este punto sienten dañada, herida y atacada su autoestima los asesinos.
Para resumir, en las sociedades occidentales, el imaginario masculino sexista no tiene hoy en día el apoyo institucional de otras épocas ni, por supuesto, de la Iglesia. Pero sin embargo, el sexismo y las prerrogativas del poder que los hombres se autoatribuyen, siguen profundamente arraigadas. La única solución pasa por el cambio de mentalidad de los hombres a partir de un cambio de valores. No se trata de que los hombres sean condescendientes hacia las mujeres, sino que sean capaces de valorar la igualdad por encima del poder autoatribuido y la sumisión femenina. Ciertamente, habrá a quien todo esto le parezca utópico. Pero para las mujeres y algunos hombres (no debemos olvidarlo) es una cuestión prioritaria, urgente, para que el género femenino deje de estar subordinado al género masculino. El ingente número de mujeres asesinadas por hombres son el caso extremo fruto de esa desigualdad y sumisión. Y esto debe pararse. Debe detenerse de una vez por todas porque es intolerable.