Esto es lo que se espera del G-20 en plena guerra comercial entre EEUU y China
Los presidentes Donald Trump y Xi Jinping mantendrán una reunión en la cumbre de Osaka en plena batalla a largo plazo por dos modelos distintos de entender el mundo.
El futuro de la economía mundial se juega esta semana en Osaka. Esta ciudad japonesa acoge el viernes 28 y el sábado 29 de junio una nueva cumbre del G-20, que reúne a las principales economías del mundo: la Unión Europea y otros 19 países. A pesar de la gran presencia de líderes mundiales como Donald Tusk, Angela Merkel o Justin Trudeau, el encuentro contará con dos absolutos protagonistas que acapararán todas las miradas: los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de China, Xi Jinping.
La asistencia de ambos dirigentes internacionales a Japón ya está confirmada, aunque todavía pueden producirse turbulencias en el camino. A pesar de la obsesión de Trump con China, nadie sabe por dónde puede salir el presidente estadounidense esta vez debido a la imprevisibilidad con la que gobierna.
Como suele hacer con los grandes anuncios, el propio Trump confirmó el encuentro en un mensaje publicado en su cuenta de Twitter. “Acabo de tener una muy buena conversación telefónica con el presidente de China. Tendremos una reunión ampliada la próxima semana en el G-20 en Japón. Nuestros respectivos equipos comenzarán las conversaciones antes de nuestra reunión”, desveló. No se trata de una reunión bilateral más, sino que su resultado puede ser crucial ya que ambos países se han metido de lleno en una guerra comercial que mantiene en vilo a toda la economía mundial. ¿Se logrará una solución?
Una nueva Guerra Fría
Esta guerra comercial es solo la máscara detrás de la que se oculta una gran batalla entre ambos países por hacerse con el liderazgo mundial, por su influencia sobre otros países. La situación es similar al enfrentamiento que se vivió entre EEUU y la extinta URSS durante la Guerra Fría tras el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y hasta la caída del muro de Berlín en 1989.
“Estados Unidos y China están enfrascados en una guerra comercial, que ha derivado en tecnológica. Aunque lo que subyace es una guerra por la hegemonía mundial porque el auge de China preocupa a Estados Unidos”, explica Federico Steinberg, investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor de análisis económico de la Universidad Autónoma de Madrid.
Se trata de una batalla a largo plazo entre dos modelos distintos de entender el mundo y la economía. “El conflicto no es comercial, es el liderazgo por el poder mundial. Y estamos al principio de los escarceos”, apunta Matilde Mas, catedrática de análisis económico de la Universitat de València. “China no está dispuesto a cambiar su modelo productivo y Estados Unidos no está dispuesto a que China siga creciendo. Habrá momentos de más tensión y momentos de menos”, apunta Steinberg.
La batalla comenzó en 2018
Prueba de la obsesión de Trump con el proteccionismo económico está en la elección del lema de campaña que eligió en 2016 y con el que llegó a la Casa Blanca: Make America Great Again (Hacer Estados Unidos grande otra vez). No era una proclama más, sino que ese eslogan ha marcado todo su mandato, con continuas idas y venidas y enfrentamientos con países enemigos como China o Irán. El magnate estadounidense entró como un elefante en una cacharrería, peleándose incluso con los viejos aliados: se atrevió a tocar el sacrosanto tratado de libre comercio con Canadá y México, el NAFTA, que llevaba en vigor desde los 90.
Pero el conflicto de los conflictos lo ha tenido con el país asiático y estalló en marzo de 2018 cuando Trump anunció la intención de imponer aranceles de 50.000 millones de dólares a los productos chinos. Rápidamente hubo respuesta: China hizo lo mismo con 128 productos estadounidenses en abril.
La guerra era un tanto desigual en sus inicios. “Como el volumen de exportaciones de productos estadounidenses a China es comparativamente pequeño, a Pekín le ha resultado difícil pagarle a Washington con la misma moneda”, señalan desde DWS (filial de Deutsche Bank).
Uno de los productos a los que China impuso aranceles fue la soja estadounidense. Este gráfico resume el impacto que tuvo la medida: las exportaciones cayeron un 80%. “No es de extrañar que los agricultores estadounidenses lo estén pasando mal”, afirma Darwei Kung, responsable de materias primas de DWS. Trump tuvo que lanzar un plan de ayuda para compensar a los agricultores.
Intentos de paz en el G-20 y la frustración posterior
No es la primera vez que los líderes se sientan en la mesa a buscar una solución al conflicto. Estados Unidos y China ya declararon un alto al fuego durante el transcurso de la anterior cumbre del G-20, celebrada en Buenos Aires (Argentina), en diciembre de 2018. Los equipos de ambos países negociaron durante los primeros meses de este año sin nuevas subidas de los aranceles, pero de repente todo saltó por los aires en poco tiempo.
Trump disparó de nuevo al anunciar en mayo un nuevo incremento de los aranceles para presionar al país asiático en las negociaciones, que estaban encalladas. El anuncio vino, como siempre, a través de su cuenta de Twitter: “Durante 10 meses, China ha estado pagando aranceles a EEUU del 25% sobre 50.000 millones de dólares en bienes tecnológicos, y del 10% sobre los 200.000 millones de dólares en otros bienes (...). Los del 10% subirán al 25% el viernes”.
La situación actual podría recordar a la que había antes de la cumbre de Buenos Aires, pero durante los últimos meses la presión, las amenazas y las acusaciones se han multiplicado, lo que complica la solución del conflicto. “Ahora estamos peor que entonces, porque la incertidumbre es mayor una vez que las negociaciones de después de Buenos Aires fracasaran. Está todo parado desde hace meses”, lamenta Steinberg.
La guerra tecnológica
A pesar de la escalada del conflicto, lo peor estaba todavía por llegar. La bomba estalló el 20 de mayo: las principales empresas tecnológicas estadounidenses, entre las que se encontraba Google, dejarían de suministrar componentes y software al gigante chino Huawei, bajo el mandato de Trump, que cree que esta firma es un instrumento de China para espiar.
Con esta decisión, Trump atacaba a la reina en una partida de ajedrez. Huawei no es una empresa cualquiera, sino la segunda compañía que más teléfonos vende del mundo por detrás de Samsung, y la que encabeza el desarrollo de la tecnología 5G. Tras la decisión de Google, los móviles de esta marca no se actualizarían con las nuevas versiones del sistema operativo Android.
El miedo rápidamente atrapó a los consumidores. Las ventas de móviles de esta compañía, que ha llegado a ser líder en España, se han desplomado en el país. El fabricante chino ha puesto en marcha una importante campaña de rebajas en los precios de sus dispositivos para intentar paliar la caída y capear la situación hasta que se encuentre una solución.
En caso de no llegar a un acuerdo, Huawei prepara su propio sistema operativo, al estilo de lo que ocurre con Apple, aunque la expectativa no es muy halagüeña. “Corremos el riesgo de crear dos bloques tecnológicos enfrentados entre sí, que no se hablen entre sí. Dos ecosistemas tecnológicos distintos: que Alibaba no entre en Estados Unidos y que Amazon no entre en China. Eso es muy negativo para las empresas que venden en todo el mundo”, alerta Steinberg.
Tres posibles escenarios ante el G-20
Con todo este telón de fondo, la reunión de Trump y Xi Jinping durante el G-20 es crucial. Los expertos manejan tres posibles escenarios. El mejor de ellos, y a la vez el más improbable, sería que ambos líderes alcanzaran en la misma cumbre un acuerdo definitivo para poner fin a la guerra comercial y que Estados Unidos y China se convirtieran en socios. Esta solución sería muy bien acogida por parte de los mercados y la más beneficiosa para los ciudadanos de todo el mundo, incluidos los españoles. “España es un país al que le va bien cuando hay reglas multilaterales”, señala Steinberg.
En el lado contrario, el peor de ellos es la continuación de la guerra para escoger cuál de los dos países es el líder hegemónico del mundo. Este escenario sería completamente perjudicial para la economía mundial, que no se encuentra en su mejor momento. Los bancos centrales, como el BCE, se preparan ya para lo peor y abren la puerta a nuevas medidas para frenar el impacto que puede tener una nueva escalada del conflicto en la economía.
Finalmente, el tercer escenario, que se encontraría entre los anteriores, es el que la gran mayoría espera que pase: una nueva tregua para retomar las negociaciones. “No es fácil saber qué va a pasar. La actitud de Trump va a continuar igual hasta las elecciones presidenciales. Las negociaciones entre ambos están paradas. En el mejor de los casos devolverá a ambos a la mesa de negociación”, cree Steinberg.
Algo en lo que coincide la profesora Matilde Mas, aunque se muestra cautelosa respecto al presidente estadounidense: “Trump dice tener buenas vibraciones [sobre la reunión] e incluso un plan B en caso de que no haya acuerdo. Lo esperable es que no llegue la sangre al rio, aunque por ahora lo único que es predecible es que Trump es impredecible”.
“El escenario más probable es que reanuden las negociaciones. Se podría congelar el status quo entre EEUU y China sobre los aranceles actuales durante un período limitado de tiempo. Las tarifas de los automóviles estarían exentas, ya que son de naturaleza global y están mucho más dirigidas a la Unión Europea y Japón. Un acontecimiento fuera de este escenario principal, positivo o negativo, tendría un efecto en los mercados”, afirma Frank Häusler, estratega jefe de Vontobel Asset Management.
¿Puede llevar a un conflicto armado?
Si hablamos de guerra comercial es porque, de momento, no ha ido más allá ni tiene visos de hacerlo a corto plazo. El conflicto está tomando un giro “preocupante”, con la escalada de aranceles y con el fracaso en las reuniones que se llevan desarrollando durante toda la primavera en un nivel político y técnico, pero por ahora no es “letal”, según Tom Gilbert, analista político de la Cámara de Comercio Belgo-china.
“Estamos ante una batalla por la hegemonía mundial y por el liderazgo de la economía, con tintes de guerra fría, en la que la munición es el comercio y la tecnología. ¿Guerra? Claro que podemos usar este término, pero es que las guerras hoy no se libran sólo en el campo de batalla”, resume. China, remarca, “quiere ser el primero en todas las listas del planeta” y en esa línea trabaja; EEUU, proteccionista, actúa en consecuencia, con el extra de “imprevisibilidad” que aporta Trump.
Gilbert reconoce que, “objetivamente”, las relaciones entre los dos países están en su punto más bajo desde la crisis de Tiananmen, de la que ahora se cumplen 30 años. Pero “a Washington no le interesa aún un enfrentamiento militar. Lo que intenta hacer mientras es acumular todo el poder posible en cuanto a capital, que sus empresas no cierren y, si puede ser, crezcan, que consoliden posiciones de líder mundial en áreas como la robotización, impedir que su competidor le dé la vuelta al tablero”, algo que ha dejado de ser una quimera: los expertos consideran que China puede convertirse en la primera economía del mundo en 2030. Pasado mañana. “Lo que esperan son años duros, de enorme rivalidad, pero creo que no aún en lo militar”, concluye.
La Estrategia Nacional de Defensa de EEUU del pasado 2018 ya da cuenta de que estamos ante una pelea preferente. Si en los últimos años la prioridad defensiva de la Casa Blanca ha sido el terrorismo, ahora se habla de “rivalidades estratégicas” con otros estados y cita expresamente a China y a Rusia.
Una de las cosas que preocupa a Estados Unidos, según los documentos del think tank Crisis Group, es el peso creciente de China en su región, en la que Washington tiene enormes intereses, y en organismos multilaterales. Por ejemplo, ha entrado en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y ha firmado la Convención de la ONU sobre Derecho del Mar, metiendo cabeza, aunque luego actúe de manera poco compatible con los principios con que se ha comprometido.
Mientras blanquea su imagen internacional, sigue robusteciéndose políticamente: así, ha eliminado la limitación de mandatos y ahora hay vicepresidente y presidente de por vida, algo nada democrático, pero muy ventajoso a la hora de lograr estabilidad y políticas de estado duraderas, como el robustecimiento del Ejército que acaba de emprender. EEUU no puede competir contra esos pasos, que generan una sensación de “impunidad” que facilita que países de la zona se pongan en su órbita, a su abrigo.
La contienda ha empezado por los dólares y los yuanes pero, si no hacen un esfuerzo de contención importante, el choque geopolítico que viene fraguándose desde hace tiempo podría llegar también. “No hemos llegado a un punto de ruptura, aún”, dice Gilbert, pero no hay que dejar de reparar en el peligro latente que sigue ahí, encendiendo luces rojas, en el mar de la China meridional. Un foco de tensión sin resolver.
En las dos últimas décadas ha habido roces ocasionales entre las fuerzas chinas y la aviación estadounidense. “Pekín reclama la titularidad del 90% del Mar del Sur de China, hasta apenas unos cuantos kilómetros de distancia de las cosas de Vietnam, Malasia y Filipinas, y ha emprendido una campaña agresiva de construcción de bases en islas estratégicas, tanto naturales como artificiales. Desde el punto de vista de Pekín, esas maniobras son normales para lo que Xi denomina un gran país”, recuerda el Group. Los países pequeños del sureste asiático se oponen a este poderío chino y algunos han pedido protección a Estados Unidos.
Y hay otros dos conflictos en los que la cuerda tensa puede alterar las cosas: el de Corea del Norte, cuyo régimen cuenta con el apadrinamiento de Pekín, que no estaría dispuesto a apoyar nuevas sanciones contra Kim Jong-un si fracasan sus contactos con Trump para iniciar su desnuclearización (la última reunión, en Hanoi, se fue al garete), y el de Afganistán, avispero eterno, en los que China da cobertura a algunos de los planes estadounidenses.
“Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”, escribió Trump en Twitter hace meses. Seguro que no ve tan sencillo vencer en un choque armado con otra de las superpotencias del planeta.