Estimados señores Rutte y Hoekstra
Sus repugnantes declaraciones son la gota que colma el vaso.
Espero que estén bien ustedes y los suyos en estas circunstancias que nos está tocando vivir. Les escribo desde España, sur de Europa, un país miembro de la Unión Europea. Asolado por la pandemia del coronavirus como pronto lo estará el suyo, Holanda, Dios no lo quiera. Mi país desgraciadamente cuenta con una corta trayectoria como democracia moderna, no más de 42 años. ¿Sabe por qué? Porque a nosotros no nos liberó ninguna fuerza aliada tras la Segunda Guerra Mundial, como a ustedes. Todos prefirieron hacer realpolitik como ahora usted y algunos países más, y en España nos comimos una dictadura de casi 40 años, una dictadura como las de las fuerzas del eje que iniciaron aquella guerra.
Esta corta trayectoria democrática hace que tengamos instituciones un tanto endebles, siempre cuestionadas, desde dentro y desde fuera del país; no nos hemos beneficiado nunca de largos periodos de bonanza en los cuales asentar prestigio, mitología de buena gestión, solvencia y eficiencia como otras potencias europeas. No, a nosotros siempre nos caen los San Benitos y los tópicos del sur latino, de país poco serio, como les pasa a los italianos o los portugueses, que también se comieron lo suyo durante décadas.
Dejaré para mis responsables políticos la tarea de desmontar uno a uno y con datos fehacientes la imagen de mala gestión de la crisis, que creo que es más imagen que otra cosa, a pesar de los errores cometidos, porque en las crisis inéditas efectivamente se cometen errores. ¿Qué cosas verdad? La supuesta mala gestión de unos es la buena de los otros, ya se sabe... Solo le diré que en Madrid se ha creado un hospital para afectados por el Covid-19 mayor y en menos tiempo que en China, que nuestros profesionales de la sanidad cobran bastante menos que los suyos en Holanda y en este momento están haciendo frente a muchas más dificultades, arriesgando su propia vida, no se le olvide.
Siempre pensé, ingenuamente, que formar parte de la Unión Europea era formar parte de una entidad política supranacional, solidaria, que era algo más que un mercado o una potencia financiera, una forma de gobernar la globalización con reglas diferentes del sálvese quien pueda del capitalismo. La crisis económica de 2008 y sus secuelas sucesivas ya me dejaron bien claro que eso no era así y cuáles eran los límites de esa solidaridad europea, pero siempre quedaba la duda de la circunstancia y de la solidez de cada economía nacional y de sus respectivos responsables. Cuando llegó la crisis de los refugiados en 2015, que no era cuestión de dinero, sino de valores, la solidaridad brilló claramente por su ausencia a lo largo y ancho de la Unión Europea. Ahora, con la crisis del coronavirus, debido a la incomparecencia de la UE en cuestiones de vida o muerte y lo inerme de su proceder, ya se me está agotando la poca fe que le tenía como proyecto político de futuro. Supongo que no soy el único. Sus declaraciones -repugnantes, como otro ciudadano del sur ha tenido a bien replicarle- son la gota que colma el vaso.
Pero le diré una cosa, un consejo para cuando llegue el momento. Acuérdese de que España resistió durante tres años antes de la embestida definitiva del fascismo en aquella guerra mundial. Mientras otras naciones europeas sucumbieron en meses, y la suya concretamente no aguantó más de una semana. Una semana. Luego tuvieron que esperar años a que los liberaran los aliados. Y le diré más, algunos españoles fueron los primeros en liberar París y otros llegaron hasta el mismísimo Nido del Águila. Así que yo que ustedes no me ufanaría mucho criticando la gestión española de la crisis del coronavirus, por lo que pueda venir, más que nada. Nunca se sabe cómo acaban estas cosas. No bien, por lo general.
Cuídense mucho.