¿Estamos cerca de una invasión rusa de Ucrania?
Los analistas se inclinan más por un ataque puntual, acompañado de otros elementos de guerra híbrida, como ciberataques o desinformación para desunir a los aliados.
El gato ha pasado de encorvarse a bufar. Mucho y fuerte. Las amenazas entre Rusia y el bloque EEUU-OTAN-UE a propósito de Ucrania se recrudecen y nadie sabe qué puede ocurrir en los días por venir. ¿Un conflicto abierto, o sea, una guerra convencional? ¿Una escalada puntual de agresiones, sea con misiles que se cruzan, sea con ataques cibernéticos? ¿Una guerra híbrida con múltiples frentes?
Por ahora, no hay mucho concreto. La pasada noche, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dijo que cree que su homólogo ruso, Vladimir Putin, “intervendrá” en Ucrania, pero no quiere una “guerra en toda regla”. Lo hizo después de que Washington reafirmara, junto a sus aliados europeos, atlánticos y en la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), la defensa de la “arquitectura de seguridad europea existente” y su determinación de resolver por la vía diplomática la crisis con “un frente transatlántico fuerte, claro y unido”. Esto es: de decirle a Rusia que no va a diseñarle su apuesta defensiva en el viejo continente para favorecer sus intereses y que, pese a las desavenencias de los últimos tiempos, la alianza no se rompe.
Su secretario de Estado, Antony Blinken, que se reunirá este viernes con su homologo ruso Sergéi Lavrov en Ginebra, advirtió a su vez que Rusia podría atacar a Ucrania “en muy poco tiempo”. No hay detalles del cuándo ni del cómo, de los datos que su Inteligencia está recabando para asegurarlo, pero el resultado son nervios, angustia, inestabilidad. Un día antes, ha pedido a la UE y a la OTAN reforzar su “compromiso diplomático” ante lo que llama “acciones desestabilizadoras” de Rusia. España, por su parte, ha ofrecido el despliegue de cazas en Bulgaria como parte del dispositivo que prepara la OTAN en el este de Europa.
Moscú niega que vaya a atacar Ucrania, que si ha mandado a sus fronteras soldados (más de 100.000 según las potencias occidentales) nada tiene que ver con eso, que están en su territorio y haciendo maniobras legales y rutinarias. Pero, a la vez, avisa a los demás de “graves consecuencias” si no se escuchan sus reclamaciones para que se dé marcha atrás en el acercamiento y hasta integración que países exsoviéticos están teniendo con EEUU y la OTAN, a las puertas de su casa.
El analista Matthias Poelmans, con base en Bruselas, reconoce que “en pocas ocasiones se ha estado tan cerca del choque abierto” desde la descomposición del espacio soviético, hace 30 años. Sin embargo, las consecuencias de una guerra al uso son “insosteniblemente impredecibles” para las dos partes, por lo que en círculos diplomáticos y defensivos se entiende que, pese al riesgo, estamos en una fase de estudio de fuerzas y debilidades. “Cuaja ya en un choque claro en el plano geoestratégico, el de las influencias regionales y los recursos naturales”, pero se consolidará y aumentará por esa vía, “siguiendo los modelos de la guerra híbrida de hoy”.
“Son situaciones en las que los Estados hacen uso de su capacidad militar contra otro país o actor no estatal, a la par que se valen de otros medios vinculados a los ámbitos económico, político o diplomático. Creo que podemos ver algo de lo primero, quizá algo de artillería, pero más de lo segundo, porque en un conflicto convencional Rusia no podría imponerse políticamente, militarmente o económicamente. No está en condiciones”, indica. Así pues, posible susto militar, más ataques cibernéticos, campañas de desinformación y ataques mezclados por distintos frentes (el gas, del que Europa es altamente dependiente y que ya está carísimo, o Bielorrusia, donde recientemente se alimentó una notable crisis con refugiados).
A su entender, la principal preocupación en Occidente “no es tanto la posibilidad de una guerra convencional sobre Ucrania, sino más bien que Moscú esté tratando de dividir y desestabilizar Europa, sacudiendo el equilibrio de poder continental a favor del Kremlin”. “Y eso, sin duda, está pasando”, añade.
Según la Casa Blanca, Putin tiene desplegadas a más de 100.000 tropas a lo largo de toda la frontera con Ucrania y está moviendo decenas de miles más a Bielorrusia, país amigo y satélite. No sólo se mueven manos, sino material, artillería y tanques sobre todo. Compatible con maniobras... o con algo más. Según Washington, no se han visto aún despliegues de material esencial para una ofensiva a gran escala, como por ejemplo hospitales de campaña y más munición. De ahí que a la prensa de EEUU el Pentágono le explique que estamos aún en una fase de tanteo del enemigo, aunque en tono amenazante.
Washington ha apuntado a la posibilidad de que Rusia cree algún “pretexto” para invadir Ucrania, que idee un plan que sirva de excusa que se denomina falsa bandera, y también medios como Axios han publicado que es viable que se sumen las fuerzas de Rusia y Bielorrusia en unas aparentes maniobras inocentes para que los rusos entren en Ucrania, aprovechando la frontera común, en el sur.
La Inteligencia militar ucraniana, a finales de noviembre, ya denunció que Rusia prepara un ataque para “finales de enero o comienzos de febrero”. Una eventual invasión militar, dicen sus militares, que implicaría probablemente ataques aéreos, de artillería y blindados seguidos de asaltos de tropas aerotransportadas en el este, desembarcos anfibios en Odesa y Mariúpol y una incursión más pequeña a través de la vecina Bielorrusia, según el general ucraniano Kyrylo Budánov, al frente de esta agencia.
El Institute for the Study of War ha elaborado un diagnóstico de posibles tipos de invasión por parte de Rusia. Sostienen que no es un análisis prematuro, sino sencillamente de estrategia: por dónde pueden venir los tiros, literalmente. Para empezar, las fuerzas rusas pueden atacar desde la región de Donbás y la ocupada península de Crimea, con la intención de atraer a las fuerzas ucranianas hacia este terreno.
Los separatistas respaldados por Rusia, fuertemente armados, han controlado una franja del este de Ucrania desde 2014 y siguen intercambiando disparos con las fuerzas gubernamentales ucranianas a pesar del alto el fuego de 2015 que puso fin a las principales hostilidades. En este conflicto murieron entre 14.000 y 15.000 personas. El gobierno de Kiev insiste en que allí ya hay un despliegue importante de fuerzas rusas, algo que Moscú niega. Es “el escenario más probable si Moscú decide atacar”, según la Agencia Reuters.
También podría entrar desde el este, porque le permite acceder pronto a grandes ciudades e incluso la capital (a menos de cuatro horas), tomar posiciones en el río Dnieper, apostar por el Mar Negro para controlar la costa o ir desde Bielorrusia, una vía que le permitiría evitar zonas físicamente complejas.
Nadie cree que Rusia vaya a invadir y quedarse como fuerza ocupante en Ucrania, porque ya se aprendió la lección de Afganistán (en carne propia) o de Irak (en la norteamericana). “Creo que está pensando más bien en un golpe certero y un regreso a sus fronteras”, dice Poelmans, reafirmado por el informe de este instituto.
Se calcula que una invasión de Ucrania requeriría de entre 150.000 y 200.000 soldados. El país tiene un ejército de 145.000 efectivos, según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), pero también se estima que hay 300.000 veteranos del conflicto de baja intensidad en la región de Donbás. Y las encuestas afirman que un tercio de los ciudadanos ucranianos estarían dispuestos a emprender la “resistencia armada”. “Una defensa firme requeriría al menos una fuerza de 325.000 personas, un contrainsurgente por cada 20 habitantes”, añade el informe.
La alternativa
El poder persuasivo de Rusia es grande, pero los informes especializados descartan un uso masivo de él. Cuenta con más de 2,5 millones de soldados entre los que están en actividad y las reservas, cifra que no incluye las fuerzas especiales. Tampoco los 4.500 cazabombarderos y aviones de transporte de los más sofisticados. Ni las enormes baterías de misiles. Y mucho menos su capacidad nuclear. Pero poner todo eso a funcionar tiene sus consecuencias y, pese al poderío de Moscú, la réplica del adversario sería demasiado dura.
¿Qué queda? Enseñar los dientes para lograr conquistas parciales. La justificación rusa para una hipotética invasión de Ucrania es la creciente influencia de EEUU y sus aliados de la OTAN en los países cercanos a su frontera occidental, la misma en la que durante gran parte del siglo XX la Unión Soviética gozó de su mayor hegemonía geopolítica. Hoy dos países que comparten frontera con Rusia en el este de Europa no son parte ni de la UE ni de la OTAN: Bielorrusia y Ucrania. El primer, gran aliado. El segundo, cada vez más metido bajo el paraguas atlántico y con aspiraciones de ser miembro. Es lo que hay que parar, porque eso ampliaría el poder de Occidente en su frontera.
Es por eso que en las reuniones in extremis que se están manteniendo a varias bandas para que la sangre no llegue al río, Rusía está pidiendo una serie de exigencias que haría de cortafuegos a esa influencia occidental creciente a sus puertas. Entre los requerimientos anunciados destacan la prohibición de que Ucrania ingrese en la OTAN, el fin de la actividad de la Alianza militar en Europa del Este -incluido el territorio ucraniano, el Cáucaso y Asia Central- y el compromiso de que ni Washington ni Moscú desplieguen misiles de corto o medio alcance fuera de sus territorios.
Además, el Kremlin pide un límite al despliegue de tropas y armas por parte de la OTAN en el Este, lo que devolvería a las fuerzas armadas de la organización al lugar donde estaban estacionadas en 1997, antes de una expansión hacia esa parte del continente. Ignorar estos puntos conduciría a una “respuesta militar”, similar a la crisis de los misiles en Cuba, en 1962, amenazó el viceministro ruso de Exteriores, Serguéi Riabkov, al presentarlos en una rueda de prensa. EEUU reaccionó de inmediato diciendo que son exigencias “inaceptables”.
Por esa vía no hay acuerdo. Pero tampoco ha habido desde la semana pasada movimientos militares distintos a la acumulación de tropas en la frontera. ¿Podría EEUU dar el paso de mandar tropas? Biden por ahora sólo habla de sanciones económicas y tecnológicas, pero sí ha autorizado el envío de misiles de Lituania, Letonia y Estonia a la zona, material fabricado en EEUU. Sobre las represalias, nada de ir de blandos como en el inicio de la invasión de Crimea en 2014, sino con golpes sensibles como bloqueos a la banca y a la compra de materiales semiconductores -lo que tendría un alto impacto en industrias clave como la aeronáutica o la del automóvil- o el fin de cualquier exportación de productos con tecnología estadounidense.
No hay que olvidar que este año hay elecciones de mitad de mandato y Biden está débil en las encuestas, que tienen crisis internas como la del coronavirus y la inflación o las leyes que no acaban de salir, que su enemistad con Putin es declarada desde que se destapó la trama rusa en favor de Donald Trump. Pero tampoco hay que perder de vista que EEUU viene de la debacle de Afganistán y el retorno talibán, por lo que meterse en un avispero defensivo sin posibilidades de éxito también repele.
Desde el lado europeo, la gran amenaza contra Putin es el recién construido gasoducto Nord Stream 2 que todavía está pendiente de aprobación regulatoria en Alemania y ahora mismo se encuentra bloqueado. Su ratificación permitiría a Rusia un acceso más directo a sus lucrativos clientes europeos de gas natural, así que es natural que el nuevo canciller alemán Olaf Scholz haya dicho ya que el bloque definitivo de la canalización estará sobre la mesa si Rusia se atreve a emprender cualquier agresión armada contra Ucrania.
También se contemplan sanciones económicas, sin concretar. Se podrían adoptar en la reunión de ministros de Exteriores de la UE del 24 de enero, pero el problema es que han de acordarse por unanimidad y el sentir de los Veintisiete es diverso: no por la unánime idea de que una invasión de Ucrania es despreciable, sino por el grado de castigo a Rusia, potencia que algunos tienen más cerca, con la que tienen pasado y relaciones que cuidar. Las negociaciones se esperan complejas.
También hay ruido de botas. Suecia trasladó hace unos días a cientos de soldados a su isla de Gotland, estratégicamente importante, que se encuentra en el mar Báltico, y Dinamarca reforzó su presencia en la región unos días antes. Estas crecientes tensiones también han reavivado el debate tanto en Finlandia como en Suecia sobre si ambos ahora deberían unirse a la OTAN.
De momento, se abre este viernes una nueva ventana de negociación con el encuentro Blinken-Lavrov y con ella vuelven la esperanza y la angustia. A la par.