Esta familia es un caos: radiografía de los habitantes de Zarzuela
Su cuñado en prisión. Su padre investigado por Hacienda. Sus manirrotos sobrinos haciendo uso, presuntamente, de tarjetas opacas. Su madre y su mujer enfrentadas por sus hijas. ¡Vaya panorama tiene el rey!
Una familia es como un puzzle de historias unidas por lazos de sangre. Cada pieza tiene su historia. Y la Navidad tiene el poder de unirlas todas alrededor de una mesa.
No se preocupe si su cuñado está en prisión. O si a su padre le ha llegado un requerimiento de Hacienda. No sufra si el matrimonio de su hermana se rompió o si su madre y sus sobrinos son sospechosos de haber costeado su vida con tarjetas opacas. Tampoco si ha sentido las punzadas de la infidelidad. Ni siquiera si su mujer no se lleva bien con sus padres. No lo pase mal, porque es humano. Tan banal que también es real.
A continuación, una radiografía de los miembros de la familia real española que, como todas, tiene sus miserias... pero éstas trascienden al hogar.
Felipe VI es el rey de España más preparado de la historia. Es el primer rey constitucional, cuestión que luce con orgullo y que deja caer en alguna que otra ocasión. Se debe a la ley de leyes, línea infranqueable en su día a día. Su imagen es presentable, austera y solemne. No circulan rumores sobre él y su carácter dista mucho del de su padre, más socarrón y cercano, al menos en público. Fue un gesto, pero sacó de su despacho en Zarzuela el retrato de Felipe V, primer Borbón, para poner el de Carlos III, el rey ilustrado.
Desde que llegó al trono, Felipe VI no actúa como hijo o como hermano, sino como rey. Por eso, igual que su padre antepuso la restauración de la monarquía al morir Franco a la relación con su padre, el conde de Barcelona, Felipe VI sabe que para garantizar su reinado y el de su hija debe tomar decisiones drásticas. No importa la sangre. Ese es el motivo por el que no solo renunció a la herencia de su padre, a quien además dejó sin asignación, sino por el que despojó a su hermana del ducado de Palma.
El hoy jefe del Estado quiere una monarquía íntegra, transparente y renovada para “un tiempo nuevo”. Su máxima aspiración es que le quieran, porque de ese detalle depende su futuro. Felipe VI admira realmente el proyecto histórico de su padre, a quien reconoce su labor para hacer germinar en España un régimen de libertades homologable al resto de democracias occidentales tras cuatro décadas de mano dura. Pero en estos momentos está librando una partida contra el legado de Juan Carlos I.
En apenas seis años como rey, Felipe VI ha corrido una maratón de obstáculos que cansa solo con leerla: su hermana en el banquillo; su cuñado en la cárcel; su padre perdido en Emiratos y con sus cuentas apestando; las postrimerías de una crisis económica que empezó en 2008; el procés; dos repeticiones electorales; la ‘trampa’ que le tendió Mariano Rajoy en la investidura al rechazar su ofrecimiento para ser candidato a la presidencia del Gobierno; un Gobierno de coalición con un partido hostil a la monarquía y una pandemia.
El momento más crucial de su reinado fue el discurso del 3 de octubre de 2017, después del referéndum ilegal en Cataluña. En su alocución, dura en gesto y forma, dejó claro que no tolerará la ruptura de España por vías inconstitucionales. Fue aplaudido entre exmilitares que ahora anhelan un pronunciamiento y que le avisan por carta de que España se hunde, deslegitimado por los independentistas y advertido como un error por los pactistas.
Letizia Ortiz llegó a la casa real en 2003 de una forma y 17 años después es otra persona. En estos años ha protagonizado momentos divertidos, como la vez que interrumpió a Felipe VI ante las cámaras cuando ambos anunciaron su compromiso. Pero fue el encontronazo de hace dos años con su suegra, a quien no permitió fotografiarse con sus hijas, uno de los que más le ha marcado. Todo un antes y un después.
La reina Letizia rompió en ese momento su prestigio. Se derrumbó. Según cuentan fuentes próximas a la casa real, Letizia trabaja desde entonces para intentar reconstruir su imagen, porque lo que vieron los españoles fue una mujer que impidió a una abuela hacerse una foto con dos de sus nietas. La estampa, no obstante, desveló un problema común para muchos: la mala relación con la familia política.
La monarca vive pendiente de sus dos hijas, a quienes sigue en su educación de manera puntillosa y a quien ha mantenido hasta ahora alejadas de la escena pública. También es muy estricta con la alimentación de la casa. Nada de comida precocinada y variedad, mucha variedad.
Cada una de las apariciones públicas de la reina es objeto de examen estricto y ha conseguido convertirse en un referente mundial de estilo. Incluso en tiempos de pandemia, la imagen austera que ha mostrado ha marcado tendencia, aunque con ello no haya logrado la cercanía y la empatía que siempre se le reprocha.
Letizia ha encontrado su hueco en la agenda oficial de Zarzuela, en la que trata de volcarse en causas benéficas y la ayuda internacional. Su último viaje, a Honduras, el primero que hace este año en solitario por la pandemia, estuvo centrado en la cooperación sobre el terreno. Viajó hasta allí para conocer los estragos de los huracanes Eta e Iota y alejarse de los nubarrones que cercan a su familia por culpa de su suegro, con quien también mantiene una relación tensa.
El rey emérito es el apestado de la familia real. Tanto, que se encuentra a 5.641 kilómetros de la casa familiar, el Palacio de la Zarzuela. Juan Carlos I está en Abu Dabi y no regresará por Navidad. El exjefe del Estado se marchó de España en verano para no contaminar el reinado de su hijo, porque algo huele a podrido en sus cuentas.
Felipe VI no está sabiendo matar al padre. De momento, le ha dejado sin asignación y ha renunciado a su herencia. La sombra de quien fue rey de España entre 1975 y 2014 es alargada para lo bueno y para lo malo.
En la Fiscalía del Tribunal Supremo hay tres investigaciones en curso que afectan al patriarca de los Borbones: una por los 67,93 millones de euros que recibió como supuesta comisión de Arabia Saudí por su papel de mediador en la adjudicación a un consorcio español de las obras del AVE entre Medina y La Meca, otra por presunto uso de tarjetas de crédito con fondos opacos a Hacienda y una tercera, abierta tras una alerta del Banco de España, por si escondió varios millones de euros en la isla de Jersey, en el Canal de La Mancha, un paraíso fiscal hasta hace nada.
Los escándalos sobre el supuesto entramado de ocultación de su fortuna, ahora escaneada por la Justicia, han llevado a Juan Carlos I a presentar una regularización fiscal de 678.000 euros que no ha frenado las pesquisas de la Fiscalía. Y, además, han sacado de nuevo a la luz sus escarceos extramatrimoniales, pues, dos de sus examantes, la aristócrata alemana Corinna Larsen y la decoradora mallorquina Marta Gayà, fueron regadas por el monarca con el dinero procedente de Arabia Saudí. Todo un gesto.
El matrimonio de Juan Carlos I y Sofía de Grecia lleva roto décadas. Desde que la reina emérita descubriera a su marido por sorpresa culminando la infidelidad. Ambos firmaron un pacto de apariencia ante los españoles, pero la realidad es que han mantenido vidas separadas durante largos años.
La reina Sofía de Grecia tiene una sonrisa perenne. Quién sabe si se desapareció cuando se enteró de que la Justicia también le investiga por el presunto uso de las tarjetas opacas. Supuestamente, el empresario mexicano Allen de Jesús Sanginés-Krause está detrás de algunos de los gastos en los que incurrió la reina y que compartió con su marido y algunos de sus nietos. Los gastos corresponderían a viajes, estancias en hoteles, tratamientos médicos, clases, restaurantes y otras partidas ordinarias.
Pero ya hace tiempo que Sofía es testigo directo, desde la discreción con la que toda reina tradicional ha sido educada, de cómo su familia ha ido desmoronándose, haciendo tambalear el futuro de la institución que su hijo lidera. Porque este fue siempre para ella un objetivo fundamental: que Felipe VI llegara a rey algún día.
Todo comenzó con la “huida” de su hija Cristina y sus nietos a Suiza en un intento por tomar distancia con España por los problemas judiciales que acabaron con Urdangarín entre rejas. Continuó con la aparición de Corinna, la amante de su marido, que puso en tela de juicio la actitud de la reina y su papel en ese matrimonio. Después llegó la escenita vivida con Letizia y sus nietas en la catedral de Palma en la misa del domingo de Pascua. Ahora, enfrenta los numerosos escándalos financieros de su marido que han terminado con él fuera de España y salpicando a varios miembros de la familia, incluida ella misma.
A pesar de todo, y según han revelado desde su entorno cercano, hasta hace unos días, Sofía albergaba la esperanza de celebrar las navidades con su marido, con el que dicen habla con frecuencia. Aunque esta posibilidad se ha esfumado y ahora no sabemos con quién compartirá mesa y mantel en la noche más familiar del año ¿Terminará cenando en Londres con su inseparable hermana? ¿Preferirá Mallorca en Navidad?
La princesa de Asturias no tiene el futuro asegurado. Nadie puede prometerle que llegará a reinar en España, un país que empieza a cuestionar la monarquía parlamentaria como forma de Estado, con partidos abiertamente republicanos gobernando el país y con comunidades autónomas, las de fuerte arraigo nacionalista, donde ciudadanos y políticos dan la espalda a una familia de sangre azul que no reconocen.
Para que Leonor de Borbón pueda cumplir con su destino divino, los españoles deben seguir aceptando la corona. Pero la princesa de Asturias enfrenta otro problema: la falta de legitimidad entre los jóvenes, entre los que el apoyo a una república gana cada vez más enteros. España es un país paradigmático. A pesar de que casi toda su historia ha estado protagonizada por reyes, al pueblo nunca le ha invadido un fervor monárquico. Es famosa la coletilla de historiadores y periodistas, que dice que España no es monárquica, sino juancarlista. También la copla que los madrileños cantaban al rey emérito cuando llegó a España por primera vez: “Si Juan Carlos quiere corona, que se la haga de cartón, que la corona de España no es para ningún Borbón”.
La princesa de Asturias, además, necesita un capote de los políticos: un cambio constitucional que elimine la preeminencia de los hombres sobre las mujeres en la sucesión. Pero se antoja harto complicado dada la inestabilidad política y la falta de consenso entre las fuerzas parlamentarias sobre cómo reformar el país y el propio texto constitucional.
Aunque este año su papel como heredera ha sido más relevante, los españoles, a diferencia de lo que ocurría con su padre a su edad, apenas conocen a la heredera al trono, a la que su madre ha querido mantener alejada de la escena pública, concentrada en su formación y en vivir, en la medida de lo posible, como una niña de su edad.
“Concienzuda, rigurosa y muy sonriente”, la describen en Zarzuela. Aún le faltan tres años para jurar la Constitución, algo que hará cuando cumpla la mayoría de edad. Hasta entonces, se esfuerza en cada discurso público, especialmente en los galardones que llevan su nombre y que premian cada año a los humanos más brillantes y ejemplares del planeta.
Es la segunda en la linea de sucesión al trono, lo que hasta ahora le ha supuesto poder pasar un poco más desapercibida mientras la atención social y política se focaliza en su hermana
Este año ha participado por primera vez en una acto público y hemos escuchado su voz. Fue durante la lectura virtual de El Quijote, el Día del Libro, junto a su hermana. Ese mismo día, las hijas de los reyes quisieron dirigirse a los miles de jóvenes de nuestro país para mandarles su apoyo y solidaridad en la lucha contra la pandemia.
En ambas intervenciones descubrimos a una Sofía tímida, que aún no está familiarizada con su papel público, pero que cuenta con el apoyo de su hermana mayor en todo momento. Y así lo volvieron a demostrar durante su estancia en las islas Baleares: Sofía era ayudada por su Leonor cuando un accidente le obligó a caminar con muleta.
Dicen de ella que se parece a la familia Ortiz Rocasolano, que juega al fútbol, que es fan de la saga de Star Wars, que le gusta la moda, que tiene muchos amigos y que es una niña muy graciosa. El futuro de Sofía, a priori, se dibuja mucho más tranquilo que el de su hermana.“Yo auguro que esta Sofía va a ser el verso suelto que da colorido y humaniza a las familias reales”, vaticina la periodista Pilar Eyre.
Cuentan las crónicas que, en estos momentos convulsos, la hija mayor del emérito se ha convertido en uno de sus mayores apoyos. Hasta ahora es el único miembro de la familia del rey —que se sepa— que ha viajado a Abu Dabi a ver a su padre —a finales de noviembre fue fotografiada por un pasajero en un avión con destino a los Emiratos Árabes— y, puesto que finalmente la situación sanitaria ha echado atrás el regreso de Juan Carlos a España estas navidades, podría ser que Elena y sus hijos viajaran a ver al abuelo para pasar unos días.
Que la infanta Elena, la más borbona de los tres hijos de los eméritos, es el ojito derecho de Juan Carlos es algo de lo que se ha hablado largo y tendido. Ellos comparten numerosas aficiones, como la caza, la buena mesa y los toros, y siempre han mostrado su admiración y cariño en público. Y, por supuesto, en privado: Juan Carlos se convirtió en protector y soporte de su hija y sus nietos, Froilán y Victoria Federica, cuando Elena y Jaime de Marichalar decidieron anunciar el “cese temporal de la convivencia matrimonial” en 2007 y el divorcio oficial en 2010.
Desde entonces, a Elena no se le ha vuelto a conocer pareja y ha vivido volcada entre su papel de mediadora en conflictos familiares —y ha habido muchos—, la formación de sus hijos —que le han salido algo traviesos— y sus tareas oficiales como miembro de la familia real hasta 2014 y miembro de la familia del rey hasta ahora. Porque dentro o fuera de la institución, con o sin agenda, Elena siempre se ha mostrado fiel a la corona y ha sido una orgullosa ciudadana española que ha hecho de la bandera del país uno de los detalles imprescindibles de sus estilismos —gomas del pelo, pulseras, funda de móvil, mascarilla o correa del perro—. Claro que presuntamente también parece haber usado las tarjetas black de su padre, algo que quizá no está muy bien visto entre los ciudadanos españoles.
Desde que el nombre de Iñaki Urdangarín se vio envuelto en una turbulenta historia financiera y legal que acabó con sus huesos en la cárcel de Brieva (Soria) en junio de 2018 —y de la que ella finalmente quedó absuelta—, Vitoria ha sido el lugar en el que Cristina de Borbón ha pasado las últimas navidades, junto a la familia de su marido. Unas fiestas que el año pasado fueron especialmente felices, pues Urdangarín disfrutó esos días de su primer permiso penitenciario y pudo estar junto a su familia en la capital vasca.
Un año después, la vida de la hija menor de los eméritos sigue girando alrededor de la situación del padre de sus cuatro hijos, condenado a cinco años y 10 meses de prisión por malversación, prevaricación, fraude y tráfico de influencias en el Caso Noos. Se sabe que Cristina viaja con frecuencia a España para visitar a su marido, pero su hogar sigue estando en Ginebra (Suiza), donde la pareja y sus cuatro hijos se trasladaron en 2013 cuando estalló el escándalo y donde La Caixa le ofreció un puesto como coordinadora de La Obra Social que recientemente ha abandonado. Ahora trabaja para la Fundación Aga Khan, con sede en esta ciudad.
Alejada del foco mediático y apartada de toda función institucional, la exduquesa de Palma —el rey Felipe le retiró el título en 2015— no mantiene ningún tipo de relación con su hermano Felipe, ni con su cuñada Letizia pero sí con sus padres. Una de las últimas informaciones que se han conocido es que la infanta Cristina ya está en España a la espera de que su marido disfrute de su permiso penitenciario de Navidad.
Era el yerno ideal: miembro de una reconocida familia vasca, deportista de élite, campeón olímpico, aplicado estudiante, simpático y educado. Pero al final salió rana. Iñaki Urdangarín es el primer capítulo de una serie de catastróficas desdichas para la familia real que se han ido haciendo bola.
Todo comenzó el 12 de diciembre de 2011, cuando el Caso Noos ya ocupaba páginas y páginas de la prensa, minutos en los informativos y tiempo en las tertulias. Ese día la Casa del Rey —por aquel entonces el monarca era Juan Carlos I— decidió apartar a Iñaki Urdangarín de sus actos oficiales al considerar que su comportamiento no era ejemplar. En ese momento, el duque de Palma fue apartado de la agenda real y de la vida en palacio: la buena relación que mantenía con el heredero y su mujer se esfumó por completo.
Muchas fueron las veces que vimos desfilar al yerno del rey Juan Carlos en la entrada de los Juzgados de Mallorca. También vimos a su mujer, que estuvo imputada aunque finalmente fue absuelta.
El 18 de junio de 2018, Iñaki Urdangarín ingresó en la prisión de Brieva (Soria) donde tiene que cumplir una pena de seis años y tres meses por delitos de prevaricación, fraude, tráfico de influencias y delitos contra la Haciendo Pública.
El duque EmPALMAdo —como firmaba algunos de los correos electrónicos que formaban parte de la investigación judicial— ha disfrutado hasta ahora de dos permisos penitenciarios y ha podido abandonar la cárcel dos días a la semana para trabajar como voluntario en un centro de discapacitados.
En mayo de 2021 cumplirá la mitad de su condena —que tiene como fecha final el 9 de abril de 2024— y ya podrá disfrutar del tercer grado, es decir, de la semilibertad.
Felipe Juan Froilán y Victoria Federica de Todos los Santos de Marichalar y Borbón se han coronado este año como otro foco de desasosiego y dolor de cabeza para la familia del rey.
A sus 22 y 20 años, respectivamente, los hijos de la infanta Elena y Jaime de Marichalar son dos incondicionales de las revistas del corazón por sus amistades, novios, salidas y estilo de vida. Y, gracias a su abuelo, también se han visto implicados en el caso de las tarjetas black pues parece que ellos, presuntamente, las utilizaron para pagar desplazamientos en Uber, hacer compras o abonar sus clases de piano.
Que Froilán pondría la nota de color en esta familia ya se veía venir. Desde niño, sus travesuras han sido noticia. Sólo hay que recordar la patada que le propinó a una de las damas de honor en la boda de Felipe y Letizia, la decisión paternal de mandarle a un internado por sus malas notas, el tiro de escopeta que se dio en el pie cuando realizaba ejercicios de tiro con su padre o el insulto que dedicó a un chico chino en el Parque de Atracciones. Ese revoltoso niño ha dado paso a un joven rebelde al que le gusta salir por la noche, presumir de cochazo y saltarse las normas impuestas por la pandemia.
Victoria Federica era, a los ojos de todos, todo lo contrario que su hermano: una niña tímida y tranquila, a la que le gustaba el ballet y era una excelente jinete. Pero el cuento también ha cambiado para ella y ahora, además de comenzar a despuntar como un it-girl a la que le gustan los bolsos caros y la ropa de marca, se ha convertido en despreocupada joven que no rechaza ninguna invitación a una fiesta y que también se ha saltado en numerosas ocasiones las normas. Muy criticado fue el viaje que hizo con su novio hasta una finca de Jaén donde pasaron el confinamiento con un grupo de amigos.
Los hijos de Cristina e Iñaki Urdangarín son los miembros más desconocidos de la familia del rey. En 2013, cuando el escándalo por el Caso Noós salpicó a toda la familia real y los Urdangarín-Borbón fueron invitados a dejar Barcelona e instalarse en Suiza, ellos eran todavía unos niños que apenas hacía un año que se habían instalado en España procedentes de Washington y de poco o nada se enteraban.
Juan Urdangarín, el mayor, tenía por aquel entonces 14 años y era algo más consciente de los terribles acontecimientos que habían protagonizado sus padres. Dicen que todo eso ha dejado en el joven un poso de tristeza y timidez que se aprecia en las pocas apariciones públicas que el chico ha hecho desde entonces. A sus 21 años, sólo se sabe de él que vive volcado en su trabajo como voluntario, que estudia en Madrid Relaciones Internacionales y que visita con frecuencia a su abuela Sofía, con la que mantiene una estrecha relación.
En España, aunque en Barcelona, también vive el segundo de los hermanos, Pablo, que acaba de cumplir 20 años. En la Ciudad Condal lleva instalado desde este verano para continuar sus estudios e intentar seguir los pasos de su padre como jugador profesional de balonmano —aunque de momento no juega en ningún equipo—.
La pasión por el deporte es algo que toda la familia Urdangarín comparte. Al tercero y más desconocido de sus hijos, Miguel, le encanta esquiar, patinar y practicar surf en las playas de Mallorca. Dicen de él que es un gran estudiante y este curso ha decidido asentarse en Londres para estudiar Ciencias del Mar.
A Cristina sólo le queda la compañía de Irene en Ginebra. La pequeña de la familia tiene tan sólo 15 años pero ya se muestra como una niña coqueta e interesada por la moda. Pocas son las veces que la hemos podido ver en compañía de sus primas Leonor y Sofía, con las que no tiene mucho contacto, al contrario que con Victoria Federica con la que este verano la hemos visto cercana y cómplice.