España es una historia de violencia
Cuando tenía 9 años me llevaron a ver el Guernica, que volvía de Nueva York. Tengo un recuerdo vivo del contraste del cuadro blanco y negro, tan imponente como los frescos barrocos del Casón del Buen Retiro donde se instaló. Lo recuerdo en un habitación acristalada sobre un suelo blanco. Lo curioso es que hace unos días vi una foto de la sala completa y la habitación no era tal sino una urna inmensa, un relicario blindado superlativo con forma de urna electoral, una supercaja fuerte.
Este recipiente se construyó para protegerlo de todos los peligros pero en aquel
momento el más cierto era un ataque de grupos de ultraderecha, tan activos entonces que en el año anterior cometieron 22 atentados mortales, incluyendo a Yolanda González Martín. Aquellas organizaciones que se pierden en la memoria, como el Batallón Vasco Español o la Triple A que en 1977 mataba con una bomba al conserje de la revista El Papus hiriendo a 17 personas. Fue nuestro Charlie Hebdo. El Guernica llegó a España por deseo testamentario de Picasso a la muerte de Franco, entre la matanza de Atocha y el golpe de estado del 23 F. El recuerdo de la transición es incompleto sin esa contabilidad de violencia fascista.
Aquella caja, maravillosamente diseñada, se hizo para que aquellas bandas no
reventasen un cuadro que simbólicamente, les era odioso no solo por evidenciar la participación genocida de la Alemania Nazi en la Guerra Civil, sino por exhibir el triunfo de la libertad sobre la tiranía franquista. Con el tiempo he entendido que su ubicación en el Casón, más allá de las razones cronológicas, se debe a una razón de seguridad. Si volaba el Guernica que no volasen también Las Meninas.
Antes, durante y después de la llegada del cuadro ETA mataba mensualmente. La vida era un infierno en el País Vasco. Aquellos aguerridos gudaris que mataron a Ernest Lluch de un tiro en la espalda son la otra gran lacra cobarde de la violencia contemporánea española. La transición fue violencia que hoy nuestra selectiva memoria borra, pero es que la historia de España es violencia.
La primera guerra civil española de la modernidad es lo que se llamó Reconquista. Pensar que gente que lleva aquí 8 siglos son invasores es haber asumido una mentira repetida mil veces. Entender la historia en clave nacionalista genera estos monstruos goyescos del conocimiento. En nuestro país, desde el siglo XV, podemos acordar que hemos padecido 20 guerras civiles, incluyendo la Guerra de las Comunidades y el Levantamiento Cantonal de Cartagena. Veinte guerras en cinco siglo de historia que, por relativo consenso, entendemos que es la de nuestro país. Siempre hemos estado
en guerra pero es que cuando no estábamos en guerra la violencia se adueñaba del tejido social con el pretexto de la religión, el hambre o la política.
Cuando se edificó la idea de la “España Negra” en un librito escrito por Èmile
Verhaeren y Darío de Regoyos, los extranjeros viajaban a un país que, según ellos, gozaba de la muerte en los toros, en los montes, en los cementerios. Aquel mito tenía mucho de literatura para turistas pero había una realidad y era la estrecha relación de nuestro pueblo con la muerte violenta. La violencia es asumida como heroica sin entender que es el fracaso de los cobardes porque todos tenemos puños pero no todos corazón, más allá del músculo que bombea y hace caminar a personas que llamamos personas porque aún no hemos convenido ponerle un nombre que defina a su malvada especie.
Hoy vivimos un espectáculo de agitación entre dos nacionalistas que intentan construir una historia nueva. Son las dos caras de la misma moneda y se necesitan, uno es Torra y el otro Abascal, de hecho VOX son los tanques de Torra que remontan la diagonal en dirección a Madrid. Torra es un hombre al que no le da miedo el dolor porque ha conocido el más intenso y su personalidad es serena a base de afrontar la dureza de una vida que reorganiza las prioridades. Sabe lo que tiene que hacer y sabe que no puede ganar su guerra con la violencia en la calle, que no tiene un ejército que mandaría gustoso a morir. Sabe que el tiempo juega en su contra porque hasta parte de su mitad de población está harta de esta autoinmolación. En su estrategia está que un partido nacionalista desde Madrid agite el fuego de sus bases y debilite la convivencia española. VOX no sería nada sin Torra y el nacionalismo catalán.
Las imágenes de los disturbios en Barcelona ha cambiado el sentido del voto de parte de la derecha que, harta, quiere tanques en la Diagonal. Torra y Abascal, dos caras del mismo uso de la violencia nacionalista, aparentemente antagónicos pero complementarios.
Vuelvo al Guernica y pienso que, estando a unos metros, nunca se mostró frente a Las Meninas. Hubiera sido fácil. El Prado muestra a Velázquez junto al Carlos V en Muhlberg de Tiziano. En un lateral se podría haber colocado el de Picasso y traer El perro hundido de Goya enfrente. Hubiésemos podido decidir qué otros cuadros de la nuestra historia hubiesen ocupado temporalmente el resto de la sala poligonal y el resultado hubiera sido la materialización de lo mejor que hemos sido, la historia de la verdadera grandeza de España, los picos del arte y la universalidad nuestra. Pero no se pudo hacer, estoy seguro de que alguien lo pensó pero la amenaza de la violencia, como siempre, estaba ahí, quitándonos la tranquilidad para disfrutar el pan de cada día o valorar nuestra verdadera grandeza, que no son los putos tanques, los putos desfiles ni un puto pistolero cobarde.
La violencia es la enemiga de la grandeza de España.