Marcos Hourmann, primer médico condenado por aplicar la eutanasia: "Si no sale la ley en esta legislatura, no sale jamás"
“Lo perdí todo con 45 años y levantarme no está siendo fácil”.
El anhelado descanso de Carmen llegó con el comienzo de la agonía de Marcos. Todo ocurrió en tan solo unos segundos del 28 de marzo de 2005. Horas antes, la mujer, de 82 años, había ingresado en el Hospital Móra d’Ebre (Tarragona) con hemorragias internas y un infarto de miocardio. Padecía cáncer de colón y, tras meses de lucha, le pidió al médico que la atendía que terminara con su sufrimiento. Era Marcos Hourmann, el primer sentenciado en España por ayudar a morir a un paciente, por practicar la eutanasia.
Aquel día, Carmen lo solicitó dos veces y su hija, una más, la definitiva. A última hora, el doctor tomó una jeringuilla, la llenó con cloruro de potasio y se lo inyectó en vena. El sufrimiento acabó y Hourmann se marchó a relatarlo en el informe médico. Meses después recibió una llamada: el hospital lo acusaba de homicidio. Se enfrentaba a 10 años de cárcel pero decidió sortear el juicio y autodeclararse culpable aceptando un acuerdo con la fiscalía que reducía a un año la condena y le permitía seguir ejerciendo. Pero la condena no se diluyó: su vida ya se había fragmentado en mil pedazos. Y no iba a ser fácil recomponerla.
14 años después de todo eso, Hourmann aún no lo ha conseguido, aunque afirma que el ciclo está cerrándose. La ilusión ha vuelto y lo ha pillado en las tablas del Teatro del Barrio, donde protagoniza Celebraré mi muerte –dirigida por Alberto San Juan y Víctor Morilla y producida por Jordi Évole–.
Levanta su ánimo en los últimos meses el hecho de que la eutanasia haya saltado de nuevo a la palestra, aunque no con la noticia que espera sino con un nuevo “acto de amor”: el de Ángel Hernández ayudando a morir a su pareja, María José Carrasco el pasado 5 de abril.
Sin micrófonos y sin guion, aunque sin desprenderse del aura que le rodea y recuerda –por su timbre de voz– a Ricardo Darín, Marcos Hourmann conversa con El HuffPost, no de la muerte, sino de hasta dónde llega la vida.
¿Qué es la muerte para ti?
Nunca me he planteado la muerte y, a día de hoy, tampoco me la planteo. Nunca ha sido un miedo ni un fantasma en mi vida. No tengo miedo a morir por la forma en la que vivo, creo que ahí está la clave. Pienso en hoy, nunca en mañana. La muerte no es buena ni mala, es lo que hay.
¿Hay buena y mala muerte?
Claro, la mala muerte es la de María José Carrasco. La buena muerte es la que uno quiere. Para los que creen en Dios, es la que se da bajos sus creencias. Para los que no creen en nada, puede llegar en la cama de un hospital, entubado después de luchar hasta inhalar la última gota de oxígeno. Pero también hay quien dice basta, que no quiere vivir más. A ellos, tenemos que darles una oportunidad para que se despidan de todo de una forma tranquila y no como tuvo que hacerlo María José. A mí no me gusta hablar de muerte digna, porque en realidad de lo que hablamos es de buena muerte, de dejar este mundo como cada uno quiere.
¿Tenemos miedo a morir?
Es natural que tengamos miedo, sobre todo al dolor. Es un sentimiento que inhibe y que va implícito en la muerte. Hace unos días, una chica de 15 años me dijo: “A mí me da mal rollo”. La sociedad está construida bajo unas creencias, una educación, unos valores que marcan cómo vivimos la vida y la muerte.
Escribiste Morir viviendo, vivir muriendo, un libro en primera persona en el que hablas de “un acto de amor transformado en una pesadilla”. Afirmas que no lo volverías a hacer...
Si te tiras a una piscina sin agua pensado que sí la había, ¿te volverías a lanzar? Yo me tiré a una piscina sin agua, muy convencido de lo que hacía, después de haber luchado y cumplido con las dos fases que debía. Primero, como médico, luché por su vida y, después, cuando llegó el punto en el que no había nada más que hacer, cumplí con mi deber humano.
¿Qué pasó por tu mente durante los minutos antes de hacerlo?
Esa noche no fue una tortura para mí, mi vida transcurrió con normalidad, sin dramas. No pensé en ningún momento que lo que hacía, por ley, era delito. Luché con todas mis fuerzas por esa mujer y, después, me transformé en su hija. Pensé que yo había estado allí, sufriendo enormemente por la enfermedad de mi padre. Si se me hubiera cruzado un segundo de racionalidad, la hubiera sedado más, era la única opción entre lo que hice y solidarizarme con ellos. Entonces no habría tenido problemas, pero no tenía ningún sentido. En ese momento, en mi mente solo cabía pensar que no era necesario sufrir ni un segundo más.
¿Hasta cuándo hay que dejar sufrir?
Hasta que alguien te dice basta. Después de todo, me planteo que debería haberlo hecho antes. Con todo lo que ahora entiendo, sabiendo ahora lo que esto significa, pienso que debería haberla ayudado antes a morir y no haber luchado tanto. No tenía sentido; era luchar contra algo imposible, esas horas de dolor no tuvieron ningún sentido.
Hay gente que defiende únicamente los paliativos contra el sufrimiento. ¿Dónde está la frontera entre estos y la eutanasia?
Son dos cosas que no se contradicen. Los paliativos tienen la función de controlar una enfermedad grave incurable, inhibir los síntomas que provoquen un disconfort en el individuo. Ahí no hay ninguna discusión más. El punto clave llega cuando en un enfermo paliado no hay nada más que paliar. Y si ese enfermo te dice que no quiere vivir más, que no quiere recibir más tratamiento. ¿Qué respuesta deben dar entonces los médicos paliativos?
Dices que la muerte es parte de vuestro trabajo pero este debate no parece que llegue a vosotros, los médicos...
Hay que dejar claro que el médico es un ser humano como cualquier otro, con sus creencias, sus vivencias, sus enseñanzas, y no todos tienen que aprobarlo ni estar de acuerdo. Hace falta que nos sentemos a hablar de ello, no puede ser un tabú dentro de la medicina. Los médicos no se atreven a hablar de esto, pero es necesario que en vez de sentarnos en tantos congresos científicos, que son útiles y muy importantes, lo hagamos a debatir de la humanidad de la parte de la medicina.
Hay algunas instituciones colegiadas que alegan que es un tema de la sociedad. La sociedad está a favor y pide que el médico, la persona que está capacitada, ayude. Está claro entonces que es un problema del médico no de la sociedad, que va un paso más adelante que los políticos, que los médicos. Estamos hablando de un derecho que hay que pedir, y que está pedido, aunque la manifestación no haya sido a las puertas del Congreso. Quizá, si en vez de 600.000 firmas hubiéramos llevado a personas, a votos, los políticos se lo hubieran planteado con más urgencia.
¿Qué tiene que pasar entonces para que os sentéis a hablar de esto?
Es una pregunta tan fácil y tan complicada a la vez… En el fondo, no entender este sufrimiento es una gran estupidez, entra dentro de la estupidez y la mediocridad del ser humano. No hace falta que se comparta, no hay que estar de acuerdo, sino que basta con entender.
Un médico ve situaciones dolorosas continuamente, no hace falta que sean extremas. Si tienes una herida en el dedo, un segundo de dolor se nota. Imagina el dolor de la imposibilidad de vivir como uno quiere. Quién no puede comprender eso.
Santiago Abascal hizo referencia a la eutanasia con una afirmación que desató la polémica. “En el norte los ancianos casi salen corriendo del hospital por miedo”, dijo... ¿Qué piensa al escuchar eso?
Ningún comentario, no me genera nada. No merece comentario.
El Ejecutivo aún no está construido pero, con las posibilidades que ofrece el nuevo Parlamento, ¿crees que habrá ley?
En un plazo de dos años habrá ley, el tema es qué tipo de ley. El 75% del Congreso de los Diputados está favor de la eutanasia. Si no sale en esta legislatura no sale nunca.
¿Qué tipo de ley debería ser?
En mi opinión, la ley tiene que ser lo más amplia posible, abarcar una amplia gama de patologías. Debe incluir las restricciones necesarias para que no haya abusos. Y, lo que más asperezas levanta, debe incluir una comisión evaluadora previa al acto eutanásico. Hay quienes defienden que la evaluación se produzca posteriormente, pero yo prefiero luchar con la comisión previa a hacerlo con una posterior que nos deje en el limbo. También hay quienes defienden ambas.
Visto con perspectiva, ¿mereció la pena hacerlo?
Mereció la pena 100%. No estoy arrepentido, aunque he estado rabioso y dolido por las implicaciones laborales y económicas. Me costó rehacer mi vida.
¿Te declaras culpable, como lo hiciste en el acuerdo con la fiscalía?
Me duele decirlo, yo no me siento culpable de nada. La palabra matar no entró en mi vocabulario nunca. Di un golpe en la mesa al escribir en el parte médico la palabra potasio que se acalló después de firmar la sentencia. Me hicieron esconderme en un armario y participar en Salvados me obligó a salir. Al abrir las puertas, se recompuso una parte de esta historia. Lo perdí todo con 45 años y levantarme no está siendo fácil. Fue perder el comer, una lucha por la subsistencia.
¿Qué esperas ahora?
Disfrutar del teatro, poder seguir transmitiendo un mensaje para que tratemos la muerte de otra forma y nos deshagamos del tabú. Espero que salga la ley y la gente pueda morir como quiera.