Juan José Millás: "La extrema derecha estaba mejor cuando estaba fagocitada por el PP"
El escritor, que acaba de publicar 'La vida a ratos', reflexiona sobre la situación política y social en España.
Pasados los 70, hay escritores muy prolíficos... y luego está Juan José Millás. Con seis artículos periodísticos a la semana y una novela por año, el escritor se niega a dar la razón a quien lo encuadra como “tercera edad”. Pero que nadie confunda la abundancia de obras con la abundancia de musas. “Para escribir se necesita una disciplina diaria; todos los días tengo unas horas de trabajo que procuro respetar”, explica Millás, que se declara amante de la rutina. “Un poema quizá sí, pero una novela no la puedes escribir a golpe de inspiración”, sostiene.
No lo dice en absoluto subestimando la labor de los poetas; más bien al contrario. “Creo que a lo más que se puede llegar en la vida es a ser poeta”, afirma el autor. De hecho, Millás confiesa a El HuffPost que, aunque nunca ha publicado poemas, de joven escribía muchos “a modo de descargas emocionales”. “No era bueno” —dice—, pero su estricta disciplina le obligó “a trabajar mucho el lenguaje y a educar el oído”. Y eso le sirvió más adelante: “Muchas de las cosas que escribí en poesía las desarrollé luego en novelas”. Ahora acaba de publicar La vida a ratos (Alfaguara), una novela en forma de diario (o viceversa), donde el protagonista —tocayo suyo— da rienda suelta a sus paranoias y vivencias.
Comienzo como comienza su último libro. ¿Con 67 años se es viejo?
Con 67 años uno puede no sentirse viejo, pero lo que te dice el mundo es que lo eres, porque hay unos baremos establecidos por los que a partir de los 65 ya eres tercera edad. Es un desastre, porque hay gente que se lo cree. Si tú obedeces a las órdenes que te da el mundo, a los 65 te sientas en el sofá, enciendes la tele, te pones a ver Telecinco y te mueres.
Yo salgo a caminar todas las mañanas después de trabajar un par de horas. Y, muchas veces, la percepción que tengo de mí mismo es la de un muchacho, pero veo que la gente no me mira así. También intento explicar que la vejez no es un proceso lineal; hay veces que a los 60 estás mejor que a los 50. Naturalmente, al final te mueres, pero a veces das pasos atrás. En muchas cosas, estoy mejor que cuando tenía 50. Sé que al final me muero, pero voy bien. En cuanto a lo psicológico, en la vejez vuelves a tener percepciones de la realidad que tienen que ver con la adolescencia e incluso con la infancia. Y eso está muy bien: es como si en el centro de la vida hubieras estado tan ocupado por cuestiones prácticas, de los hijos y tal, que hubieras perdido determinadas sensibilidades. Muchas veces cito la primera frase de los diarios de John Cheever, que dice: “En la madurez hay misterio, hay confusión”. Con esa frase también podría empezar el diario de un adolescente. La recuperación del misterio y la confusión es fantástica, por eso existe esa complicidad entre los abuelos y los nietos, de la que están excluidos los padres, porque no entienden. No hay que renegar de la vejez y, sobre todo, no hay que hacer caso a las órdenes que te dicen que a los 65 eres viejo y a los 80 te mueres… Bueno, ya iremos viendo.
En este libro menciona la figura de la madre como un ser omnipotente. En cierto modo, es un poder que suelen tener las madres, ¿no?
Es un poder que tienen y que nosotros les atribuimos porque hubo una época de nuestra vida en la que dependimos absolutamente de ellas. No ya cuando estuvimos en su vientre, sino de recién nacidos. Dependíamos de sus pechos, de sus caricias. Fuimos seres superdependientes, y eso queda registrado en alguna parte de nuestra memoria. Es muy difícil ver a una madre como un ser vulnerable, necesitado, frágil. Cuando las madres envejecen, molesta un poco verlas así porque la imagen que tenemos de ellas es la de seres omnipotentes, porque lo han sido. Si a esas cuestiones le añades un complejo de Edipo patológico, la madre se convierte en algo… Pero luego rascas un poco y ves que son seres tan frágiles como el que más.
¿En qué lugar queda entonces la figura del padre?
El padre es distinto. En la cultura de la que yo vengo, los papeles del padre y la madre estaban muy marcados. El padre era un ser distante. Ahora hay muchos padres muy maternales, pero entonces era difícil encontrarlos. El padre era el que rompía la relación entre la madre y el hijo, y era lo que debía hacerse. En psicología, el padre es el tercero, el que viene a estropear una relación que era perfecta.
Entiendo que el libro tiene algo de autobiográfico. ¿Es usted tan supersticioso u obsesivo como su protagonista?
Me temo que sí. Aunque estoy más curado que el protagonista, pero sí. En líneas generales, seguramente me parezco bastante.
¿También en las fobias y en lo hipocondríaco?
También en eso.
¿Cree que todos deberíamos ir al psicoanalista alguna vez?
No, no es obligatorio. Es más, seguramente hay gente poco analizable, con poca capacidad para el análisis. Pero si te lo puedes permitir… A mí el psicoanálisis me ha venido muy bien. Desde el punto de vista del paciente, la experiencia psicoanalítica es muy difícil de explicar. En la vida diaria, la mayoría de las cosas que decimos no tienen significado; sin embargo, todo lo que se dice en el diván tiene significado. Es muy misterioso. El método psicoanalítico consiste en la libre asociación. Tú hablas de esto, de lo otro, de lo de más allá, vas asociando libremente, y de repente el psicoanalista o la psicoanalista abrocha todo eso, hace una interpretación y es un momento muy luminoso. Porque ves que cosas que aparentemente no tenían nada que ver estaban muy unidas. A mí me fascina. Además, para un escritor es fabuloso; una de las cosas que debe tener más desarrollada un escritor es la inteligencia asociativa. Ernesto Sabato decía: “El escritor es aquel capaz de ver que la Luna, que no cae, y la piedra, que cae, son la misma cosa”. Esa capacidad asociativa se cultiva de muchos modos, pero uno de ellos es en la terapia psicoanalítica.
Hace poco publicó El País que la mayoría de los jóvenes no ha oído hablar nunca de Cortázar ni de Borges porque los autores hispanoamericanos suelen estar fuera del currículo de bachillerato. ¿Qué le parece?
Esto forma parte de la desaparición progresiva de las Humanidades a la que estamos asistiendo. Cada vez que tiene que entrar un nuevo saber en el currículum, dicen “quitemos el latín, porque es una lengua muerta, para qué sirve”, o “quitemos el griego, la filosofía”... Progresivamente van desapareciendo las Humanidades, y son la argamasa que da sentido a todo, que une todo. Un médico que no tenga algo de formación humanística podrá ser un buen médico, pero no un gran médico; un arquitecto que no tenga algo de formación humanística podrá ser un buen arquitecto, pero no será jamás un gran arquitecto. Las Humanidades son absolutamente esenciales, también porque te ayudan a desarrollar la capacidad asociativa.
Como soy un poco paranoico, hubo un momento en el que pensaba que los políticos tenían un plan concreto para eliminar las Humanidades de los estudios para crear sociedades dóciles, sumisas, donde la gente no piensa. Porque una de las cosas que te hacen las Humanidades es pensar, te hacen libre. Así que pensé que había un plan, pero luego llegué a la conclusión de que no, de que es por pura ignorancia. Ni siquiera han dicho: “Vamos a quitar un poco de filosofía, un poco de literatura, un poco de latín, hasta quitarlo todo, y entonces será una sociedad perfecta para los políticos porque habremos perdido completamente la capacidad de pensar”. Pues no, no hay plan, es pura ignorancia.
Aunque no exista tal plan, ¿se está consiguiendo tener una sociedad más dócil, más sumisa?
Sí, vivimos en sociedades muy injustas contra las que la gente no se rebela. El mundo es tan injusto que merecería que estuviéramos todo el día protestando en la calle. De vez en cuando se publican unas cifras —que, por cierto nunca salen en primera plana a cinco columnas, como debería— de que el 10% de la población detenta la riqueza del 90% restante, y esto es una injusticia de tal calibre que tendríamos que estar en la calle con una pancarta. No estamos porque nos hemos resignado. La sociedad española es una sociedad resignada, a la que le hicieron una estafa tremenda en el 2008 con esto que llamaron crisis y a la que han venido estafando desde entonces cada año con una cosa. Es una sociedad tan civilizada que no ha protestado, que no se ha movido, salvo movimientos que ha habido, pero que no guardaban relación con la agresión que habían vivido. Se han resignado. Hay un grado de sumisión incomprensible, teniendo en cuenta la agresión de la que estamos siendo objeto.
¿Y cómo pueden llegar a explicarse esas proporciones del 10% y el 90% de la riqueza?
Se ha llegado hasta ahí porque hemos construido esa historia. Podría haberse construido otra, pero no. Y, además, no escandaliza. Ya cuando se dice, se dice como algo casi pintoresco. No escandaliza que mueran miles de niños en el mundo cada minuto, habiendo solución. Porque la hay. No se muere por escasez; hay riqueza para todos. Pero no hay decisión política, al contrario. En España, por ejemplo, nos estamos latinoamericanizando: cada vez la riqueza está en menos manos, luego hay una clase media muy pequeña y luego, un ejército de pobres. Esto no es bueno ni para los ricos, porque en una sociedad las clases medias funcionan como argamasa y su existencia garantiza la existencia del ascensor social, que significa que aunque vengas de abajo puedes subir o que el que está arriba, si no se lo gana, puede bajar.
En fin, hemos construido esta historia, ¿qué le vamos a hacer? Pero no tiene ningún sentido. Si fuera rico, a mí no me gustaría vivir en una sociedad donde no puedo salir a la calle porque en cada semáforo me encuentro a alguien pidiendo. Lo incomprensible es que a los ricos les parezca bien.
En cuanto al ascensor social, publicó hace un par de semanas un reportaje El País que decía que se necesitan cuatro generaciones (120 años) para pasar de una clase social a otra.
Excepto si es hacia abajo. En otros tiempos, para pasar de la clase media a la indigencia tenías que tener una vocación de indigente enorme, porque siempre había alguien que te paraba en el camino. Pero ahora, das un traspiés y pasas de la clase media a la indigencia en dos días.
En una entrevista que le hicimos hace justo un año nos decía que “la situación política es mala, porque no se percibe un horizonte de cambio a mejor”. Ahora que está a punto de haber elecciones, ¿cómo lo ve?
(Sonríe) Creo que ha empeorado algo… De hace un año a aquí han pasado cosas que no nos hacen más optimistas. Ha aparecido la ultraderecha fascista y los partidos de izquierdas se han atomizado, de manera que se presentan 4.000 a las elecciones, y este es un modo de que no gane ninguno. Ha pasado un año, pero no te puedo dar buenas noticias.
¿Le preocupa la irrupción de la extrema derecha en el panorama político español, aquí que nos creíamos inmunizados?
Creo que estaba mejor cuando estaba fagocitada por el PP. Antes existía, pero ahí. A esa extrema derecha le daba vergüenza ser extrema derecha, y estaba escondida. De repente, han perdido la vergüenza. Y esto es malo, porque ser fascista debería dar vergüenza. Uno puede tener tendencias fascistas, pero debería disimularlo por lo menos. Y, de repente, se ha normalizado. Lo malo que tiene la aparición de la ultraderecha es la normalización. Ultraderecha había antes, pero daba vergüenza. Y ahora algunos lo llevan con cierto orgullo: “Yo soy fascista, a mí me encantaba Franco, soy partidario de fusilar a los rojos, no hay que sacar de las fosas comunes a los familiares de estos seres miserables…”. El hecho de que se haya normalizado el discurso fascista es lo que da miedo.
¿Cuál cree que ha sido el desencadenante para que esta extrema derecha “fagocitada” haya salido a la luz?
La pérdida de prestigio de la política. Este tipo de populismos siempre surgen cuando la política convencional rompe los vínculos con los ciudadanos. Es lo que pasó en la Alemania de Hitler. El partido socialista tuvo ahí mucha responsabilidad porque solamente se preocupaba de cuestiones cuantitativas y de corto plazo. La falta de inteligencia política para manejar esto que han venido llamando crisis ha desvinculado a los políticos de sus representados y es el momento en el que aparecen este tipo de propuestas estrambóticas. En cierto modo, estas cosas mesiánicas actúan como proveedores de sentido cuando la sociedad ha perdido el rumbo. Es ahí cuando aparece un Mesías que te dice que vas a atravesar el desierto con él y que vas a llegar a buen puerto. Hay gente que está deseando creérselo y se apunta.
¿Estamos inundados de fake news?
Parece que es una evidencia y que se han normalizado. Además, los que las producen las llaman verdades alternativas. Todo esto empezó con un asesor de Trump que dijo: “Esto no es una mentira, sino una verdad alternativa”. De nuevo, se ha normalizado. Ahora, gran parte del trabajo de los periódicos serios es luchar contra las fake news. Pero no van a dar abasto. Es como un tenista al que estuvieran lanzando mil pelotas a la vez. No puede responder a todas.
Me recuerda un poco a lo que sucedió con las drogas. La droga aumentó cuando se empezó a perseguir, ese fue su momento de mayor esplendor. Igual que la mayor gloria del alcohol en Estados Unidos coincide con su prohibición. Sabemos cuál es la solución, es evidente, pero no lo hacemos porque hay intereses económicos brutales y no sabemos quiénes son los últimos beneficiarios. La persecución lo que hace es estimularlo. Pero con las fake news no puedes hacer nada. Es droga, pero funciona en tales cantidades que lo único que puedes hacer es dedicarte a desmentir.
En una entrevista de hace unos días calificó de “prepotente” a la Real Academia Española (RAE) por su postura con respecto al lenguaje inclusivo. ¿Es la RAE machista? ¿Qué propone usted para el lenguaje inclusivo?
Bueno, yo hice un comentario con buen tono, pero de repente el titular suena a… Lo que intenté decir, en buen tono y sin deseo ninguno de que se convierta en el titular de la entrevista, es que hay un malestar evidente en el lenguaje que se manifiesta todos los días, y especialmente desde el feminismo. Además, yo percibo ese malestar en mí mismo, porque escribo seis artículos a la semana y me encuentro en muchas ocasiones con que con el genérico (masculino) no llego. Me encuentro en una situación incómoda, porque no quiero recurrir a la falta de economía —utilizar masculino y femenino— y me tengo que buscar la vida. Es un malestar que antes no existía porque la mujer no estaba visibilizada en muchas áreas. Y ahora está visibilizada, pero yo sé que si pongo “el hombre de las cavernas” el lector ve un hombre, no una mujer. Es así. Entonces, ¿qué hago? Me pasa todo el rato... Sé que si pongo “el fotógrafo”, no hay ninguna posibilidad de que el lector vea una fotógrafa. Muchas veces, por ejemplo, pongo “el fotógrafo o la fotógrafa” y, entre paréntesis, “el genérico, que no llega”. Resuelvo la ausencia de economía con esa ironía. Espero que al lector le compense.
En cualquier caso, hay un malestar real y, ¿cómo responde la academia a este malestar? Diciendo: “No, es imaginario, está todo perfecto como está”. Es como si voy al médico, le digo que me duele la cabeza y me dice que no, que no me duele la cabeza. Hombre, no niegue mi experiencia. Dígame que no tiene solución mi dolor de cabeza, o que no se ha inventado una medicina, pero no me niegue mi experiencia. Creo que lo que está haciendo el mundo académico, y está mal hecho, es negar la experiencia o atribuirla a la ignorancia: “Es que ustedes son unas idiotas y por eso tienen estos problemas”. Creo que esa no es la actitud. La actitud sería reconocerlo como gente sabia y ver si ese malestar tiene fundamento o no. A lo mejor la respuesta es: “Lamentamos el malestar, pero no encontramos solución”. Esa sería una actitud decente, y no esta prepotencia.
Usted ha criticado muy duramente la pederastia dentro la Iglesia. No sé si vio la entrevista de Salvados al Papa… ¿Qué le pareció su postura?
En primer lugar hay que felicitar a Évole por conseguir esa entrevista, es una proeza periodística... ¡Ya sólo le queda entrevistar a Dios! (risas) Respecto a las respuestas del Papa, no me pareció que dijera nada especialmente interesante. Pero el Papa acojona; incluso cuando dice tonterías, están dichas desde el Papa. Si haces una lectura muy rebuscada puedes decir que este hombre está intentando aggiornar [actualizar] la Iglesia, hacerla un poco más laica. Pero, vamos, finalmente la Iglesia es lo que es: una organización supermachista que tiene a las pobres monjas de criadas y que, además, intentan hacer creer al mundo una cosa verdaderamente delirante, y es que ese señor de blanco es el representante de Dios en la Tierra. En fin, yo creo que el Papa no se lo cree. Yo creo que el Papa es ateo (risas). Pero si de verdad el Papa se creyera que es el representante de Dios en la Tierra, la cosa sería… grave.
Esto me recuerda a la serie The Young Pope, no sé si la ha visto…
Sí, es estupenda, me encanta.
¿Le gustan las series, entonces?
Sí, lo que pasa es que hay muchas, hay una avalancha de series tremenda, y es difícil escoger. Me gustaría tener un prescriptor de series que me asegure que una me va a gustar. Me cuesta mucho encontrarlas. Y ya no puedo con las que son semanales; necesito empezar una serie y vérmela entera, cogerme un sábado y verme tres capítulos. Me gusta mucho las que me gustan.
¿Alguna en especial, que nos recomiende?
Me gustaba Borgen, pero le tengo perdida la pista. Me gustaba The Good Wife y me gusta la secuela, The Good Fight… Pero no al modo en el que me gustó Mad Men o Los Soprano, no al modo en el que me ha gustado El joven Papa.
¿Y libros, que esté leyendo ahora o alguno que le haya marcado últimamente?
Acabo de terminar uno que me ha gustado mucho, Cambiar de idea, de Aixa de la Cruz, que además es muy joven. Y me ha gustado mucho también Mamá, del periodista argentino Jorge Fernández Díaz. También estoy leyendo un libro de ensayo sobre la historia de la humanidad, que se llama Armas, gérmenes y acero, de Jared Diamond. Utiliza una perspectiva diferente a la habitual y es muy interesante.