Helena Legido-Quigley: “Ómicron te hace cuestionar tus propios planteamientos de salud pública”
Entrevista con la experta en sistemas de salud: "En esta nueva etapa hace falta entender mejor el sufrimiento de la población y todas sus ansiedades".
Cuando la epidemia de SARS-CoV-2 estalló, a principios de 2020, Helena Legido-Quigley (Barcelona, 1977) estaba trabajando en la Universidad de Singapur, investigando cómo los sistemas de salud deben prepararse para hacer frente a un “choque” importante. “En Singapur se toman muy en serio la ‘pandemic preparedness’, y eso es justo lo que estaba estudiando cuando pasó todo”, explica a El HuffPost por teléfono.
Por las circunstancias de la pandemia, Legido-Quigley acabó viniendo a España, donde decidió involucrarse más en la respuesta a la crisis. “Era imposible no intentar colaborar”, dice. Más adelante, como experta en análisis comparativo de sistemas de salud, la Organización Mundial de la Salud le pidió que formara parte del panel independiente de evaluación de respuesta a la pandemia, y no pudo negarse. Después de muchas investigaciones, estudios y artículos científicos a lo largo de los dos últimos años, esta doctora en Salud Pública “creía” que en 2022 podría relajarse “un poco”. “Y no, nada que ver”, lamenta.
Helena Legido-Quigley se lleva consigo el “honor” de haber participado en el panel independiente impulsado por la OMS, pero también el agotamiento después de dos años sin parar, la “tristeza” de ver que se siguen ignorando muchas de las recomendaciones de los expertos para evitar una futura pandemia, y la “incertidumbre” actual que ha planteado la llegada de ómicron. “Nos está poniendo en una situación en la que las medidas de salud pública deben ser reconsideradas”, reconoce.
¿En qué sentido es ómicron distinta? ¿Por qué ha cambiado de esta manera la evolución de la pandemia?
En el informe del panel ya decíamos que la mala distribución de las vacunas era uno de los principales riesgos actuales. Aparte de la inequidad, decíamos que había más posibilidades de que surgiera una variante nueva si los países no estaban vacunados y, desgraciadamente, es lo que hemos visto ahora.
También he de reconocer que no nos esperábamos el factor de que fuera tan infecciosa y que diera lugar a cifras tan desproporcionadas en muchos países. Tenemos que aprender que con el covid es muy difícil predecir lo que va a ocurrir. Voy un poco en contra de esos expertos y expertas que se lanzan a comentar cosas como ‘el covid ya se ha acabado’ o ‘el año que viene ya lo acabamos’ o ‘vamos a pasar a una fase endémica’. Se ha errado mucho en la comunicación de riesgos; se nos vendió que la vacuna iba a conseguir que todo esto se acabara, y ahora entre la población hay una gran incertidumbre porque no ha sido así.
Esas cifras tan desproporcionadas de contagios que causa ómicron hacen que los gobiernos se planteen un cambio en el abordaje de la pandemia. ¿Cómo debería ser?
No tengo claro todavía cuál es la mejor manera de gestionarlo. Hasta ahora se ha insistido mucho en si mascarillas sí o mascarillas no, pero no hemos hablado de medidas estructurales. Hemos tenido dos años para fortalecer nuestro sistema de salud, nuestras plantillas, la atención primaria, la salud pública, y eso no se ha hecho. Pero ahora, en la situación en la que estamos, con cientos de miles de casos, es cierto que hay que buscar nuevas soluciones.
Yo siempre he estado en contra de las dicotomías, y siempre he defendido que los líderes políticos tienen que priorizar que no se colapsen los sistemas de salud, pero, en este punto, algunos países también deben tener en cuenta que no se colapse la sociedad. No es únicamente un tema económico; es también un tema social. Es complicado mantener a un millón de personas en cuarentena. Quizás hay que buscar modelos alternativos para poder lidiar con este incremento increíble. Hay que pensarlo muy bien, hay que diseñarlo muy bien, y es superimportante involucrar a la población y comunicarlo de una manera adecuada.
Después de una semana pensándolo, a día de hoy me inclinaría por un modelo en el que nos movamos ligeramente hacia la autogestión –si los pacientes pueden hacerse un test en casa–, pero siempre tiene que estar muy bien coordinada con los sistemas de salud. No tiene que ser, para nada, dejar solo al paciente, como se está haciendo en algunos sitios. El paciente tiene que ir acompañado. Sabemos por otras pandemias que, aunque se puede enfatizar en algunos momentos la autogestión del paciente, este siempre debe tener un seguimiento por parte de un profesional o estar conectado al sistema.
Lo que plantean algunos epidemiólogos es que el virus pueda abordarse de una forma similar a la gripe en España, con una red de médicos centinela.
Está claro que tenemos que pensar nuevas maneras de organizar nuestro sistema de salud y de adaptarnos a una nueva realidad. Ómicron nos ha pillado desprevenidos en este sentido, y es normal que haya incertidumbre y confusión. Estamos aprendiendo mientras va pasando.
Ómicron te hace cuestionar tus propios planteamientos de salud pública. Yo siempre era muy estricta con la necesidad de hacer el seguimiento de contactos, con las cuarentenas de 14 días como mínimo… Y luego, ver que la realidad es que también se pueden colapsar tus servicios esenciales hace que te replantees este tipo de estrategias. Todavía hace falta más tiempo para ver qué sistema puede ser el más óptimo.
También hemos visto estos días que el modelo de “autocuidado” puede traducirse en desamparo para la población, que además de tener que preocuparse por las pruebas, los contactos y los resultados, recibe mensajes cambiantes y a menudo contradictorios por parte de las autoridades. ¿Habría que mejorar la comunicación, en este sentido?
Estoy totalmente de acuerdo. La comunicación de riesgos en salud pública es fundamental. Cuando hemos analizado los distintos países, a aquellos que ya tenían estrategias de comunicación o que dedican financiación a estas iniciativas les ha ido mucho mejor. Ahora, en la nueva etapa que estamos, con tanta incertidumbre y con la población tan harta, se tendrían que redoblar fuerzas. Después de dos años, no podemos más. Como expertos, damos recomendaciones, pero soy muy consciente de que la población ya no puede más, porque a mí también me pasa. Hay que pensar en medidas que tengan en cuenta lo social, lo económico y la parte médica, que no sean dicotomías.
Creo que la comunicación de riesgos ahora mismo está confundiendo a la población, que no tiene claro qué se tiene que hacer. Si lo ideal es no ir a atención primaria a hacerte un test cuando no tienes síntomas, tiene que explicarse claramente; hacen falta figuras de relevancia en las que confíe la población, y hace falta involucrar a la población en el diseño de esas medidas. Ahora nos hace falta entender mejor el sufrimiento de la población y todas sus ansiedades. Estamos en una etapa nueva. Es muy importante que la población confíe en las medidas y entienda, pero se están dando mensajes confusos.
Por otra parte, creo que los medios de comunicación no han ayudado mucho en algunos casos. Se ha enfatizado un poco el mensaje alarmista por parte de ciertas personas en televisión, y esto hace que la desconfianza de la población crezca.
Últimamente se lee y oye a mucha gente decir: “Nosotros ya hemos hecho todo: nos confinamos, nos pusimos mascarilla, nos vacunamos. ¿Y los políticos? Ahora les toca a ellos reforzar el sistema sanitario”. ¿Comparte esta idea?
Sí. La población, en general, ha sido muy responsable cumpliendo su parte. Y reconozco que los políticos y los responsables de salud pública han tenido un papel complicadísimo, escuchando a la ciencia y tomando decisiones en base a eso. Pero la parte de fortalecer nuestro sistema de salud, que es fundamental, se tendría que haber hecho ya, y ahí la mayoría de líderes políticos han fallado. En este sentido, también creo que debería haberse creado una Agencia de Salud Pública, y es muy buena noticia que ahora se plantee.
En 2014 ya estudió el impacto de los recortes y de la política de austeridad sobre la sanidad en España y otros países. ¿Eso nos penalizó en esta crisis?
Sí, completamente. En su momento, cuando hicimos este estudio nos llovieron muchas críticas. Ahí decíamos que las medidas de austeridad iban a tener un impacto negativo en nuestros sistemas de salud, y que lo veríamos a largo plazo. La salud pública se recortó un 75%. En ese momento pensé: como tengamos una epidemia, como tengamos una crisis grande, no vamos a estar preparados. Al volver a España de Singapur, también lo iba pensando.
Para ese paper entrevisté a médicos en Cataluña sobre las medidas de austeridad, y recuerdo que fueron de las entrevistas más duras que hice. He entrevistado en países africanos, en Latinoamérica, sobre el sida, sobre el ébola… Y en Cataluña me encontré a médicos que me decían: no me importa que me recorten el sueldo o que me quiten las vacaciones, pero las medidas que se están introduciendo van a afectar a la calidad del sistema. Efectivamente, ahora lo hemos visto. Y es una pena, tenemos a nuestros profesionales de la salud que no sé ni cómo aguantan.
Aparte de la necesidad de financiar mejor y reforzar los sistemas de salud, ¿cuáles fueron las principales conclusiones extraídas por el panel independiente de la OMS?
El primer resultado chocante fue darnos cuenta de que, anteriormente al nuestro, había habido 12 paneles sobre el SARS, el MERS, etcétera, también con expertos a nivel mundial que daban recomendaciones, pero esas recomendaciones fueron ignoradas por los líderes políticos. Para nosotros, eso ya era un aprendizaje: teníamos que intentar que esta vez no sucediera lo mismo. Lo dijimos muy claro: para evitar la próxima pandemia, tenemos que introducir estas recomendaciones. Y, si se hubieran introducido antes, nos habría ido mucho mejor. La mayoría eran estructurales, cosas que había que cambiar a nivel internacional.
Estamos todos muy preocupados mirando lo que pasa a nivel nacional, o incluso de nuestra comunidad autónoma, y no nos damos cuenta de que muchas de las discusiones que se están teniendo a nivel internacional son fundamentales para dar respuesta a una posible nueva pandemia. Ni a los medios de comunicación ni a la gente les interesa demasiado; creo que los políticos perciben eso y, por tanto, no lo priorizan, porque sienten que no les va a dar rédito político.
Para mí, esa es una de las grandes tristezas habiendo trabajado en el panel independiente. Estas recomendaciones a nivel internacional son igual de importantes que las que necesitamos en el ámbito nacional.
Está claro que los países no estaban preparados para esta pandemia. Pero, ahora que hemos tenido este gran ‘aviso’, tampoco parece que quieran prepararse para la siguiente amenaza que, por desgracia, sabemos que vendrá.
Sí. A nivel internacional, quiero ser optimista. Algunas de las recomendaciones que dimos, como la de firmar un tratado internacional de pandemias en la OMS, sí que se han escuchado. Pero nosotros queríamos cambios por encima de la OMS, incluso. Queríamos que el covid se discutiese en la asamblea de las Naciones Unidas. Temas como el sida se discutieron allí, y tuvieron una gran repercusión. En cambio, con el covid no ha sucedido, y me parece muy extraño.
También defendemos que haya un Global Health Council que esté formado por líderes mundiales, pero también por la sociedad civil, donde estén representados todos los países, y donde se tomen decisiones a nivel internacional. Actualmente no lo tenemos. Esto también significa discutir la cuestión de la financiación, la organización de las vacunas… Este es un tema fundamental; la propuesta es que tenemos que movernos de un sistema de caridad a que sean un bien común. Que todo el mundo tenga acceso a las vacunas y, además, se diversifique la producción de las mismas, sobre todo para que África y Latinoamérica puedan producir más vacunas.
Visto lo visto, esta última propuesta de que las vacunas sean un bien común suena algo utópica.
Sí. El tema de las vacunas es complicado. Hay que ver qué propuestas más prácticas se pueden dar para que realmente se cambie el sistema.