Ángel Viñas: “Franco era un mentiroso compulsivo”
Entrevista con el historiador y diplomático, autor de ‘La otra cara del caudillo’, quien cree que Vox representa a "los vencedores tontorrones".
El currículum de Ángel Viñas (Madrid, 1941), es casi tan extenso como los 45 años que han transcurrido desde la muerte de Francisco Franco, de la que este viernes 20-N se cumple el aniversario. Viñas, funcionario, economista, diplomático e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo, es doctor en Ciencias Económicas y un autor prolífico, gran conocedor de la figura del dictador.
A sus 79 años prepara nuevo libro en el que promete desvelar cosas de Franco que en pleno 2021, cuando llegue a las librerías, aún no se saben. Mientras, hay que conformarse con el último, La otra cara del caudillo (Planeta, 2015), donde pasa revista a la vida de uno de los generales más determinantes de la historia de España.
Franco fue expulsado del Valle de los Caídos hace poco más de un año. Y, desde entonces, su figura está más envuelta, si cabe, en un halo de curiosidad, indiferencia, desconocimiento, odio, admiración, rechazo y veneración. No obstante, la Parroquia de los Doce Apóstoles de la madrileña calle de Velázquez celebra esta noche una misa en su nombre.
El mito de Franco se ha construido sobre la imagen de un hombre abnegado en el trabajo, moralmente recto y austero. ¿Quién era Franco en realidad?
Hubo dos cosas que me impresionaron de él cuando publiqué las memorias de Francisco Serrat, un diplomático español que estaba en la cabeza del escalafón en 1936 y a quien Franco nombró secretario general de relaciones exteriores. En primer lugar, que no tenía ni pajolera idea de lo que era la política internacional, era un ignorante total. Y, en segundo lugar, que eso de que Franco se dejaba las cejas trabajando y preparando operaciones, nada de nada. Era un tío de que se reunía con sus amigotes, casi todos militares, y se pasaba la vida de charla.
¿Era un impostor?
No, quiero decir que la idea de que Franco era un genio se hizo después. Como todo hijo de vecino, Franco fue aprendiendo sobre la marcha. Lo que pasa es que se rodeó de pelotas. No era un idiota, a Franco no se le debe subestimar, pero tampoco se le debe sobreestimar. Tenía ideas muy fijas y si la realidad no encajaba con sus ideas, tanto peor para la realidad.
¿Cómo reescribe Franco la historia una vez en el poder?
Vendió que era poco menos que un genio que llevó a España a la victoria, que la hizo grande y la desarrolló. Pero la actuación de la gente se refleja en papel, en las órdenes… Franco, ya subido al caballo, se rodeó de sicofantes y se apuntó el tanto como un militar y político excepcional y como un hombre con una visión grandiosa del porvenir de España.
¿Y qué medios empleó para apuntarse ese tanto?
[Ríe] Cuando uno tiene una dictadura parecida a la nazi y a la fascista pues lo único que necesita es tener mano dura sobre la Administración y al que se salía del cesto, a pegarle. Pero no se salía del cesto.
¿Y qué hizo al final de su vida?
Tuvo una caída importante, física e intelectual, en los últimos 12 años de su vida. A él, cuando la política española se hace más complicada, sobre todo la economía y la política exterior, eso ya a Franco… Él se cogió dos temas centrales: la sucesión y mantener el sistema funcionando. Eso es lo único que le preocupó. También tenía la manía de industrializar España. A diferencia de Salazar, comprendía que España tenía que industrializarse. El problema era cómo.
¿Qué sociedad crea Franco?
De vencedores. “Hemos ganado la guerra, os vais a enterar de lo vale un peine”. Y los vencidos, pam, a la basura. Esa es una sociedad que, los años no pasan en balde, evoluciona, tiene hijos, hay que educarlos… Y la industrialización tuvo sus consecuencias: la desertificación del campo, la gente se mudó a las ciudades y tuvo la habilidad de dejar que los tecnócratas le marcaran el rumbo, porque las ideas económicas de Franco eran de una simpleza tal que podrían haber valido en la guerra... pero en 1955 eso ya no era aplicable en una Europa que iba dejando atrás las secuelas de la guerra mundial. Los tecnócratas llegaron a convencerle de que no había alternativa a desaflojar la economía y decir bye bye a la autarquía, a que había que abrir las fronteras y las puertas a la inversión extranjera y al turismo.
¿Qué relación tuvo con EEUU?
Franco tiró por los aires la sacrosanta independencia de España con tal de recibir ayuda económica, política y militar. Sin ello, no sé qué hubiera pasado con la dictadura. Los pactos con EEUU fueron un parteaguas. Todo eso proviene de las decisiones tomadas por él en 1953 para llegar como fuera a un pacto con EEUU. Y eso lo sabían los norteamericanos y lo tenían asumido hasta después de la muerte de Franco. La historia de España no es concebible sin la conexión con EEUU.
¿Cómo veía la democracia liberal?
Tenía una idea muy peculiar de democracia: la democracia orgánica, es decir, aquí mando yo. Pero como eso en los años 50 y en los 60 no se podía afirmar con esa rotundidad había que disfrazarlo. Usó el término de democracia orgánica porque el término democracia siempre pinta bien… Ante EEUU hay que tener una democracia, pero no una cualquiera, si no la orgánica. Y la revistió con unas cortes para aplaudir las decisiones del mando. Al final mandó la triada Falange, Ejército e Iglesia.
¿Por qué se siguen celebrando misas en su honor hoy día?
En 1936, el adjunto del secretario de Estado del Vaticano se entretuvo con el embajador británico y le dijo: ‘Mire, tenemos un problema porque la Iglesia católica española no es como una europea, es una iglesia esencialmente nacionalista que ha perdido la conexión con las tendencias intelectuales y políticas del catolicismo moderno’. Ya está. Esa Iglesia es la que ayuda a Franco a ganar la guerra y el Vaticano trata de sacar tajada. Y quedan los residuos de esa Iglesia que no quería ponerse al día y que quiere mantener el control ideológico de la población, algo que se hizo a través de la Educación.
¿Por qué nunca ha sido la Educación en España capaz de articular un consenso sobre Franco?
Esto es otro problema que me mete en la actualidad. La democracia española no ha sabido, no ha querido o no ha podido, elija el término que más guste, ajustar cuentas con el pasado colectivo. Así de simple y complicado. No hemos sabido ajustar cuentas con el pasado colectivo.
¿Por qué?
Porque en el pasado colectivo hay muchos monstruos y es mejor que no se despierten. Ahora con la nueva ley de Educación, que no conozco, eh, pero que en cuanto han empezado a primar la educación pública, algunos dicen: ¡No, nos quieren quitar la privada! La libertad de elección del colegio… ¡Ah, noooooo, que tenemos que pagar más por la concertada! Ah, que nos quitan la religión como asignatura que puntúe… Pues ya está. Eso no es ni más menos que la configuración actual, en el año 2020, de resabios de la Iglesia católica que hubo en los años 30, cuando la República.
¿Cómo ha tratado la democracia a Franco?
El sistema político le ha tratado bien en el sentido de que no ha sido capaz de generar un discurso alternativo. El Estado, salvo en pocas ocasiones, ha dicho: ‘Eso, a mí, pim’. No quiero decir que la democracia española sea una emanación literal del franquismo, ni mucho menos. Pero… siempre se ha dicho ‘que la historia que la hagan los historiadores’. El Estado no se mete en eso. La democracia española no es militante. No ha sido como la italiana, como la francesa o como la alemana. Algunos sectores dicen que el tiempo pasa y que esto se olvida. Y lo que pasa es que el tiempo pasa, sí, pero no se olvida. Por eso está la Ley de Memoria Histórica. Con esa ley, el Gobierno central por primera vez, como emanación del Estado español, ha querido tomar parte activa en lidiar con el pasado. Y eso la derecha española no lo tolera.
Vox está a la que salta...
Vox dice muchas tonterías y barbaridades de boca de sus dirigentes. Y representa a una parte de la sociedad española que ha existido siempre. Es decir, los vencedores tontorrones que no han sabido adaptarse porque no tenían un partido que los representara. Esos tontorrones estaban muchos en el PP, pero el PP es algo más complicado que la emanación de un partido franquista. Hay franquistas en él, pero es más complicado. Y, claro, ha llegado Vox y dicen: ‘Este nos representa’. Nacional populista, encima, como en los años 30.
¿Qué complejos tuvo Franco?
Supongo que tenía complejos porque siempre se auto proyectó como la mamá de Tarzán, como un súper-hombre: el nuevo Cid, Hernán Cortés… Se han dicho una cantidad de estupideces de él... Y él nunca dijo: ‘No’. Se creó una especie de aureola en la que creyó. Y eso puede ayudar a superar un posible complejo de inferioridad. Era bajito, tenía la voz aflautada, un padre viva la virgen y masón…
¿Qué secretos cree que llevó Franco a la tumba?
Muchos, muchos. Franco quería proyectarse de una determinada forma al exterior. Y no tenía inconveniente en mentir, en trastocar la realidad, era un mentiroso compulsivo. Esto lo he descubierto y analizado en su titánica lucha por obtener la cruz laureada de San Fernando, la máxima condecoración militar. La pidió y se la denegaron. Luego se la dieron, porque cambiaron las normas de concesión. En 1945 el servicio histórico militar publicó el primer volúmen de la historia de la guerra y el primer volúmen no es sobre la guerra, sino sobre los antecedentes. Y ahí, los militares españoles del ejército de la victoria hacen un escrito y preguntan a Franco. Y el resultado es que él refleja no el papel que tuvo en la preparación del golpe de Estado, si no el que le hubiera gustado tener: se autoproyectó como el corazón del golpe, el tío que ha hecho todo y era rigurosamente mentira.