En el corazón de Oxford y AstraZeneca: así son las personas que fabrican la ansiada vacuna
Somos un puñado de personas apasionadas con un mismo objetivo: desarrollar una vacuna para acabar con la pandemia.
La doctora Amy Flaxman rompió a llorar cuando se enteró de la noticia.
“Me eché a llorar de inmediato. Fue un alivio. Fue emocionante. Habíamos dedicado muchísimo esfuerzo para llegar a ese punto”.
La noticia de que la vacuna de la Universidad de Oxford era muy efectiva para detener el coronavirus se hizo eco en todo el mundo. Pero, para Flaxman, una de las inmunólogas que desarrollaron la vacuna, la satisfacción fue aún mayor.
“Obviamente dedicamos mucho esfuerzo para que la vacuna fuera segura. El siguiente aspecto peliagudo era la eficacia. Por eso fue un alivio cuando lo logramos”, explica.
La carrera para desarrollar la vacuna contra el coronavirus empezó justo después del inicio de la pandemia. Equipos de científicos de todo el mundo pusieron en pausa sus respectivos proyectos y se centraron en un objetivo claro: encontrar la forma de ponerle fin al virus que estaba sometiendo a la sociedad.
El proyecto de la Universidad de Oxford junto con la farmacéutica AstraZeneca fue desde el primer momento uno de los caballos ganadores.
Con una subvención de 65,5 millones de libras (unos 72 millones de euros) por parte del Gobierno británico, los científicos del Jenner Institute y de Oxford unieron sus fuerzas para desarrollar la vacuna, una misión de una envergadura sin precedentes en dicha universidad.
En una situación normal, los científicos a menudo trabajan por su cuenta en sus respectivos proyectos y algunos equipos se dedican a investigar enfermedades como la malaria, explica el doctor Sean Elias. Pero, en la batalla contra el coronavirus, “todo el mundo arrimó el hombro en un mismo proyecto”.
“A mucha gente le sorprendió esta pandemia, pero quienes investigamos sobre enfermedades infecciosas y vacunas ya conocíamos los riesgos”, asegura Elias. “Tampoco es que esperáramos que fuera a suceder a lo largo de nuestra vida, pero conocíamos la situación a la que podíamos llegar si pasaba”.
Pero saber eso no ha suavizado las enormes exigencias que implica trabajar en la vacuna que el mundo entero espera a medida que las muertes siguen en aumento.
Hasta la fecha, más de un millón y medio de personas han fallecido en todo el mundo y en España van casi 50.000 a causa de un virus que era un desconocido al comienzo de 2020.
La doctora Amy Flaxman, que también ha trabajado en vacunas como la del ébola y la gripe, asegura que el desarrollo de la vacuna contra el coronavirus ha sido “mucho más intenso”.
“Anteriormente habíamos trabajado con el MERS [el Coronavirus del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio] y los ensayos empezaron con solo 24 voluntarios. Para estos ensayos hemos contado con miles de voluntarios, y eso implica un volumen de datos mucho mayor que tenemos que analizar”, expone.
“De marzo a abril de este año vivimos un cambio drástico en el laboratorio. Fue una labor muy complicada, pero como siempre teníamos a un equipo ocupándose de algo, entre todos lo hemos sacado adelante”.
Esto se tradujo en madrugones, noches hasta las tantas y fines de semana en el laboratorio con periodos de hasta diez días de trabajo sin uno de descanso.
“En las primeras etapas de los ensayos, algunas personas trabajaban hasta muy muy tarde”, recuerda Elias. “Algunos se quedaban hasta las 3 de la madrugada”.
Eso demuestra el gran sentido de la responsabilidad y de compromiso entre los investigadores, señala el doctor Mustapha Bittaye.
En mitad de una pandemia sin precedentes, los científicos decidieron echarle una carrera al virus. “La única forma clara de llegar al final de la pandemia es la vacuna, cosa que todo el mundo sabía. Éramos todos conscientes de la responsabilidad que teníamos. Es un virus muy contagioso y muy letal”, comenta Bittaye.
Y añade: “Saber que lo que estás haciendo va a beneficiar a toda la sociedad hace que te concentres y te esfuerces aún más”.
Por si esa presión fuera poca, también eran muy conscientes de que si un solo miembro del equipo contraía el coronavirus, todo el desarrollo se retrasaría.
“Lavarnos las manos es algo que siempre hacemos en el laboratorio”, explica Bittaye. “Pero ahora lo hacíamos sabiendo que si uno de nosotros contraía el virus, el equipo entero tendría que aislarse. Por eso tuvimos mucho más cuidado y prestamos más atención a los detalles”.
Al igual que en muchos otros lugares de trabajo, llevar mascarilla, guardar las distancias y evitar que los distintos equipos se contaminaran entre sí fue fundamental.
Pero Bittaye señala que, pese al enorme impacto de la pandemia, el proceso que siguieron fue similar al de cualquier vacuna previa, solo que a mayor escala.
“Algo que me sorprendió fue ver que no hicimos nada que no hubiéramos hecho antes”, recalca.
Entre sus responsabilidades constaban el análisis de los anticuerpos de los voluntarios, una tarea que también asumió Flaxman entre sus muchas funciones.
“Jamás imaginé que todo lo que había hecho en el pasado sería un calentamiento para una misión mayor”, comenta Bittaye. “Antes no sabía que todo lo que hacía era exactamente lo mismo que tendría que hacer en un proyecto tan importante como este”.
Resulta complicado exagerar cuánto significaron los resultados de los ensayos para las personas que le han dedicado tanto esfuerzo durante los últimos meses.
El 23 de noviembre, la Universidad de Oxford y AstraZeneca publicaron la esperada eficacia de su vacuna y la noticia corrió como la pólvora por todo el mundo.
Los primeros resultados de sus estudio arrojaban un 70% de eficacia, pero el porcentaje aumentaba hasta el 90% entre los voluntarios que solo recibieron media dosis en la primera de sus dos inyecciones.
Mucha gente piensa que los trabajadores ya se habían enterado de la noticia de antemano, pero lo cierto es que solo aquellos de mayor rango conocían los datos antes del comunicado público, explica Elias, entre cuyas funciones también estaban las relaciones con la prensa.
“El día en que anunciaron la eficacia de la vacuna, me despertó mi novia a las 8 de la mañana diciéndome: ‘Acaban de anunciar la eficacia de tu vacuna’. Lo comprobé desde el móvil y me di cuenta de que tenía que llegar al trabajo lo antes posible”, ríe Elias.
“Casi nadie sabía nada, solo los jefes, los demás nos enteramos esa misma mañana”, asegura. “Obviamente sospechábamos algo y teníamos datos parciales, pero la información más importante la guardaban a buen recaudo los peces gordos para que no hubiera filtraciones ni nada de eso”.
Para Bittaye, el anuncio también fue un alivio. “Echando la vista atrás, fue un momentazo para todos. Nunca imaginé que viviría algo así en mi carrera”.
Cuatro días después de la publicación de los resultados, el Gobierno británico solicitó a la agencia reguladora de medicamentos del país que decidiera si aprobaban o no la vacuna de Oxford para su uso público.
Ahora, los investigadores cruzan los dedos para que el proyecto al que han dedicado tantas horas en este 2020 reciba luz verde y pueda empezar a cambiar el curso de la historia junto con la vacuna de Pfizer y BioNTech, que ya lleva una semana siendo administrada a la población británica.
Pero si hay algo que Bittaye quiere que se sepa sobre el equipo que ha desarrollado la vacuna de Oxford y AstraZeneca es que no son unos genios, simplemente unos científicos apasionados que quieren ayudar a los demás.
“Me parece importante que la gente oiga o lea a las personas que desarrollamos vacunas. Nuestras historias son fundamentales para inspirar a quienes quieran hacer una carrera en el mundo de las ciencias y para que crean en sí mismos”, comenta Bittaye.
“Se trata de tener pasión, no de ser unos genios. Lo único que tenemos todos en común es la pasión. Y ya lo dijo Galileo: ‘La pasión es la génesis del genio’”.
“Si te apasiona algo, no existen límites. Puedes hacer todo lo que te propongas. Nosotros no somos un puñado de genios que nos hemos puesto de acuerdo para desarrollar algo. Somos un puñado de personas apasionadas con un mismo objetivo: desarrollar una vacuna para acabar con una pandemia que ha afectado a tantas personas y formas de vida en todo el mundo”, concluye Bittaye.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.