Encerrado por ser gay: la historia de resiliencia del violinista prodigio Aaron Lee
Con 17 años, su padre lo encerró en una celda hasta que 'cambiara'. Luego malvivió tocando en la calle hasta entrar en la Orquesta Nacional. Si volviera atrás, sólo cambiaría una cosa: "Pediría ayuda".
La palabra ‘orgullo’ se repite varias veces durante la conversación con Aaron Lee (Madrid, 1988), pero no con el significado de ‘sentimiento de satisfacción’, sino con el de ‘amor propio’ o incluso el de ‘arrogancia y vanidad que suele conllevar sentimiento de superioridad’. Lee habla del “orgullo” que lo disuadió de pedir ayuda cuando sus padres lo repudiaron por ser gay, del “orgullo” que hizo que nunca se sintiera un mendigo aunque tocara el violín en la calle para sobrevivir, y del “orgullo” que todavía hoy impide a su padre pedirle perdón por haberle golpeado, amenazado, secuestrado y echado de casa sólo por ser quien es.
La vida de Aaron Lee nunca fue ‘normal’, pero hasta los 15 años podría considerarse envidiable. Hijo de una familia de músicos profesionales surcoreanos, Lee se crió en Barcelona en un hogar “bohemio” pero muy religioso en el que se hablaban varios idiomas a la vez, entre ellos catalán, coreano y castellano. Con 4 años empezó a tocar el piano, con 9 el violín, y con 10 se mudó con su familia a Madrid. Ya en el instituto entendió lo que es sufrir bullying por “chino”, “marica” y “catalán”.
A los 16 años entró a la Universidad, mientras lo compaginaba con el Bachillerato. Por las mañanas iba al instituto y, de ahí, al Conservatorio Superior, donde se quedaba hasta las nueve o las diez de la noche. A los 17 años decidió salir del armario con su familia, y a partir de ahí empezó la verdadera pesadilla en casa. Primero fueron las amenazas, la represión y las visitas a un médico para que le “curara” la homosexualidad. Luego, y puesto que ese médico no veía en Lee ninguna enfermedad, su padre lo intentó por la “vía desesperada”.
Cuando acabó el curso en 2005, su padre se lo llevó de “excursión” a Corea con la idea de “cambiar de aires” y recibir unas clases magistrales de violín con una profesora de renombre mundial. En realidad, esos no eran los planes, y de repente Lee se encontró en mitad de la isla Ulleungdo, entre Corea y Japón, encerrado con su padre en una especie de celda de una iglesia.
“Cuando entramos a ese cuartucho, de 3 x 2 metros, entendí que nos íbamos a quedar en la isla hasta que cambiase”, cuenta Lee. “Mi padre me quitó el móvil, todo el dinero, el pasaporte y el billete de avión, que rompió delante de mis narices”, recuerda. En la celda no había cama ni muebles, sólo su violín y un pequeño televisor, de donde un día salió una noticia que le ayudó a seguir adelante: era el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, anunciando la aprobación de la Ley del matrimonio igualitario.
El encierro en la isla duró cuatro meses, con intentos de huidas y palizas de por medio. En ese tiempo Lee llegó a la conclusión de que tendría que fingir que estaba “curado” si quería salir de ahí con vida. Y así lo hizo.
Pero de vuelta a casa, la situación no mejoró mucho. La familia se mudó a Corea por motivos laborales en 2007, y en plena mudanza un disco de La Terremoto de Alcorcón lo delató. Lee volvió solo a Madrid, y a sus 19 años aprendió lo que es vivir “en la miseria”, aunque nunca llegó a sentirse “miserable”.
Cada día, Lee salía a la calle a tocar un violín carísimo que le había prestado un profesor, y con eso podía sacar 300 o 400 euros al mes. “Estaba muy por debajo del umbral de la pobreza, pero el orgullo me impedía considerarme mendigo. Yo era un músico profesional, me había sacado la carrera en tiempo récord, era uno de los más jóvenes de la promoción”, recuerda ahora. “Eso hacía que le diese la vuelta a la tortilla, que considerase esa situación como una prueba para futuros concursos y me lo tomase todo como un juego”, explica el violinista.
Una fundación como “extensión” de sus antiguos traumas
Con 20 años, Aaron Lee salió de esa miseria al convertirse en la persona más joven en ingresar en la Orquesta Nacional, un puesto que dejó seis años más tarde para seguir “rompiendo techos”. Desde 2015, Lee es presidente de la fundación Arte que Alimenta, una asociación de artistas que organizan eventos culturales con el fin de recaudar fondos para financiar becas comedor para menores en dificultades, becas de estudios para adolescentes del colectivo LGTB rechazados por sus familias y ayudas a mujeres sin hogar. “La fundación es una extensión de mis antiguos traumas: del hambre, del frío, del no tener refugio, del miedo a no saber qué iba a pasar”, explica Lee.
El afán de ayudar a jóvenes en situaciones como la suya es lo que le llevó también a escribir Yo soy el que soy (Letrame), una autobiografía que ya ha sido adaptada al teatro en dos ocasiones, la primera a toda prisa para el Pavón Kamikaze de Madrid, la segunda con más calma para una gira que lo va a llevar por toda España a partir de septiembre, y que se representará de forma puntual en Pinto (Madrid) el próximo 4 de julio por las celebraciones del Orgullo LGTB.
El perdón a unos padres que siguen sin aceptarle
Por si alguien se lo pregunta, la relación entre Lee y sus padres es actualmente inexistente, pero el joven los ha perdonado. “Para mí era una necesidad, no podía vivir con la rabia”, dice. “Es verdad que yo era la víctima, y que ellos se habían equivocado, pero en general, quitando las matemáticas, tener razón en la vida sirve de poco”, zanja. “Aprendí que para poder perdonarme a mí mismo tenía que perdonar antes a mis padres”, reflexiona.
Aun así, sus padres no le han ‘perdonado’ a él el hecho de ser homosexual. “Creo que ellos siguen agarrándose a la fe para que ocurra algo por parte de Dios”, señala Lee. El joven considera, sin embargo, que su padre trató de pedirle disculpas hace unos años, cuando reconoció que “lo de la isla no fue la mejor manera de proceder”. “No sé si eso es una forma de pedir perdón, pero para mí sí lo es, porque al menos reconocieron que se habían equivocado”, cuenta Lee, que vuelve a citar el “orgullo” que existe en la tradición y en la jerarquía coreanas, por el que es muy difícil que un padre rectifique ante su hijo.
Lee considera el caso de su madre “más complejo”. Ella, que en España era “una mujer trabajadora, fuerte e independiente”, en casa no dejaba de ser una mujer sumisa que debía ir “siempre un paso detrás del marido”, como manda la tradición. Todo esto, sumado a “la parte religiosa”, pesó finalmente más que el “instinto maternal” en el silencio de la madre, opina Lee, y al mismo tiempo hizo que el hijo la perdonara a ella antes, porque comprendió “lo que la estaba limitando”.
El suicidio, el elefante en la habitación
A Lee le costó mucho tiempo, terapia y desgaste emocional volver a abrir sus diarios de hace 15 años para plasmar su historia, pero considera que el esfuerzo ha valido la pena. El artista sabe que podría haber sido más morboso y más dramático sin contar una sola mentira, pero no era eso lo que quería contar.
“Esta es una historia de resiliencia, de superación y de empoderamiento, y eso no se hace vendiendo morbo”, aclara. “El objetivo no es vender muchos libros, sino sentir que está sirviendo de algo. Y haber salvado la vida de un chico que se quería suicidar, el hecho de haber podido hablar con él y que me dijese que lo iba a intentar una vez más porque había visto una entrevista que me habían hecho, para mí ya es misión cumplida”, reconoce.
El artista asegura que le han escrito jóvenes LGTB “literalmente de todo el mundo” que le dan las gracias por haberse abierto y le piden consejo. Desde entonces, él mismo gestiona su cuenta de Instagram y les contesta uno a uno, aunque tarde días en hacerlo.
Aaron Lee lamenta que en España, y en general en el mundo, cueste tanto hablar del suicidio cuando constituye la segunda causa de muerte entre los jóvenes, y cuando afecta especialmente al colectivo LGTB asociado a la discriminación que sufren.
“Me da rabia que podamos hablar de covid pero no de suicidio, y es algo que yo he vivido muy de cerca”, se queja. “Claro que me lo he planteado alguna vez, y también el sabotaje, el hacerme daño como válvula de escape... pero eso es por desconocimiento, porque nadie me enseñó que hay otras vías para desahogarme”, cuenta el músico.
“Si pudiese volver atrás, pediría ayuda. Me tragaría más el orgullo”
Lee recuerda a los jóvenes que siempre pueden acudir a la Oficina de Delitos de Odio del Ministerio del Interior, que da un servicio público y gratuito, “y una atención increíble”. Además, anima a denunciar cualquier delito de odio ante la Policía Nacional, que “a día de hoy está muy sensibilizada y muy formada para atender al colectivo de una manera mucho más empática que hace unos años”, sostiene.
“Nos creemos que si no llega a lo físico, si ‘sólo’ es una amenaza, nos lo tenemos que tragar, y no es así”, recalca Lee. “Esas amenazas luego se convierten en palizas o en una costilla rota, pero no hay que esperar a que eso pase para ir a la Policía. Lo primero es pedir ayuda”, insiste.
A día de hoy Lee no se arrepiente de nada, pero sí cree que haría las cosas de otra manera. “Si pudiese volver atrás, pediría más ayuda”, confiesa el músico. “Me tragaría un poco más el orgullo, y vería que no pasa nada por pedir ayuda, ya sea a instituciones públicas, a amigos o a personas cercanas”, cuenta. “Ese orgullo, ese miedo, incluso por lo que le pudiera pasar a mi padre, hizo que yo me frenara muchas veces a costa de mi salud personal, tanto física como emocional”, admite.
Cuando era menor de edad, Lee no quiso recurrir a los Servicios Sociales, “ni siquiera cuando tenía moratones”, por no desestabilizar más su vida y poder seguir adelante con sus estudios. Ahora, echando la vista atrás, Lee se ha dado cuenta de que “ser el violinista más joven en conseguir la licenciatura no es tan importante”, y “tampoco es una prioridad vital ser el más joven en entrar a la Orquesta Nacional”. “La vida no es una competición, no somos caballos de carreras, ni galgos, a los que nos hacen correr hasta perder fuelle”, reflexiona el artista. “Estar bien contigo mismo y estar a gusto es prioritario, y todo lo demás llega, tarde o temprano”, dice.