En un año pasé de no correr más de 2 km a terminar la maratón de Nueva York
"Yo nunca podría correr una maratón".
"La distancia más larga que he recorrido es desde el sofá al frigorífico".
"Estás loca".
Eso es básicamente lo que oí cuando le dije a cualquier ser con oídos que iba a correr la maratón de Nueva York. Y se lo dije a todos los que tenían oídos.
No hace mucho tiempo, yo habría reaccionado igual. Como espectadora habitual y participante novata, he llorado en las calles de Brooklyn viendo a miles de corredores avanzando en trombas de colores fosforitos y me he preguntado año tras año por qué iba alguien a correr voluntariamente un kilómetro, o aún peor, 42,2.
Y entonces, hace un año y algo, el 14 de octubre de 2017, corrí mi primera carrera, una media maratón. Solo ocho semanas después de haber corrido por primera vez más de un kilómetro y medio. La primera vez de mi vida.
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Me pasé los primeros 28 años de mi vida evitando los deportes como si fueran una plaga. El último año y medio lo he pasado no solo iniciándome en las carreras de larga distancia, sino pasando de 0 a 42,2 en un abrir y cerrar de ojos. Chupaos esa, campamentos de verano de artes y manualidades.
La primera pregunta que me suelen hacer es cómo llegué hasta este punto en las carreras de resistencia. La verdad es que llegué de muchas formas. Algunas las recuerdo y otras, no. No fue algo que pasara de la noche a la mañana, claro, pero no es sencillo señalar el momento exacto en el que empecé a sentirme una "corredora de verdad".
Entrené. Muchísimo.
Seguí el programa de entrenamiento gratuito del corredor Hal Higdon tanto para mi media maratón como para mi maratón. Es, en esencia, una combinación de correr, entrenamiento funcional y descanso. Maldije mucho. Como un mal novio, el entrenamiento para mí se compone en un 95% de malos momentos y un 5% de momentos muy buenos. Correr puede parecer imposible, insatisfactorio e interminable, pero el subidón de los corredores al acabar es real e increíble.
Y, como sucede con un mal novio, olvidaba todos los aspectos negativos de un ejercicio horrible en el momento en el que lo terminaba e inmediatamente pasaba al siguiente.
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A diferencia de lo que sucede con un mal novio, esos momentos difíciles me hicieron más fuerte, rápida, segura y capaz, física y mentalmente. Los 5 kilómetros que antes me parecían imposibles, día a día empezaban a resultarme un poquito menos imposibles. Y así sucesivamente, sin prisa pero sin pausa, kilómetro a kilómetro. Creé mis mantras y metí 18 horas de música en mi lista de reproducción (puedes verla aquí, siempre y cuando no juzgues las canciones que hay) y simplemente me obligué a mí misma a hacerlo. Just do it es un eslogan pegadizo y se convirtió en una parte fundamental de mis recordatorios diarios. Simplemente vístete y sal ahí afuera, siempre puedes parar y caminar, pero al menos inténtalo.
Para ser sincera...
Empecé a correr porque quería adelgazar, pese a los muchos artículos que se contradicen y debaten la eficacia de correr para adelgazar y pese a mi propio camino para aceptarme tal y como soy. Perdí algo de peso y gané músculo, el pack completo. Sin embargo, lo que correr ha conseguido con mi ansiedad, mi mente saturada y mi relación con la comida ha resultado ser más importante.
Me explico: creo firmemente que no necesitas "ganarte" una comida de recompensa por hacer ejercicio y muchas veces suelto una parrafada sobre lo importante de comerse esa maldita hamburguesa con queso, aunque no hayas hecho ejercicio ese día. Y otras muchas veces estoy hasta arriba de mierda. Me lamento con cada trozo de comida que entra en mi cuerpo y me siento más cómoda de repente considerando que me estoy "dando un capricho" después de un duro entrenamiento.
Pero cuando corres distancias largas, tienes que comer mucho. Necesitas combustible. Cuando empecé a pensar en la comida como el combustible que me ayudaría a llegar a la cima de esa colina, una vez pasado ese umbral, mi mentalidad cambió. No es tanto el hecho de haber perdido la mentalidad de "me lo he ganado" como dejar de concederle a la comida el poder de dominar mis pensamientos. ES REVITALIZANTE.
Hay ciertas cosas que aprendí durante el proceso, algunas por mi cuenta y otras con ayuda de algún amigo o entrenador, y me gustaría compartirlas con todo el que quiera embarcarse en esta aventura.
Preparar la maratón de Nueva York implica empezar a entrenar en verano, cuando hace calor y hay neblina y humedad
No pasa nada por saltarte alguno de esos entrenamientos y es normal que los que sí hagas te dejen completamente agotado. Cuando llega el fresco, te sientes mucho mejor.
Pero no te saltes ningún entrenamiento pasado el 1 de septiembre (a un mes de la maratón). Te sentirás mucho mejor preparado mentalmente el día de la carrera si sabes que has hecho todo lo posible para prepararte. Y puedo asegurar que es un buen truco de manipulación mental.
Está todo en tu mente
Un día vuelas en el kilómetro 30 y al día siguiente te estás arrastrando en el kilómetro 5. Es normal. Bueno, es más bien relativo, pero le pasa a todo el mundo.
Antes de mi primera media maratón, tenía mucha ansiedad por terminar para demostrarle a la gente que podía hacerlo. Tras hablar con un psicólogo deportivo que me recordó que corría para mí y no para los espectadores, mi mentalidad cambió. Mi madre aún estaba aparcando el coche cuando crucé la línea de meta en mi primera carrera y (casi) me dio igual.
Puedes hacerlo. Créeme. El número de amigos y familiares que me han mirado a los ojos y me han dicho que no pueden creer que YO esté corriendo una maratón ha sido enorme. Una de mis amigas lloró cuando me dijo lo orgullosa que estaba de lo que estaba haciendo. Vale, llevábamos ya tres tequilas en esa boda, pero sirve.
Se va haciendo cada vez más factible, pero no más predecible. En septiembre, corrí otra media maratón y estaba yo muy gallita. Estaba entrenando para una maratón, al fin y al cabo, así que ¿qué problema podían suponerme 21 míseros kilómetros? La noche anterior había cenado lo que no debía y tuve que parar para usar el baño prácticamente cada dos kilómetros y soportar calambres durante casi toda la carrera. Que alguien me recuerde por qué me meto en estos fregados.
Ah, ya lo recuerdo: porque es increíble
Dos semanas antes de la maratón, seguí el consejo de otros corredores y me uní a grupos de corredores para practicar los últimos 20 kilómetros del recorrido. Siempre me había dado miedo correr con más gente (apenas puedo respirar cuando corro y mucho menos mantener una conversación) y me preocupaba lastrar al grupo. Sin embargo, los corredores son las personas más alentadoras del mundo. Me pasé la mayor parte del recorrido charlando, chocando los cinco con otros grupos de corredores y tomando contacto con el duro final del recorrido de la maratón, algo que me habían dicho muchas veces que tenía que hacer sí o sí. La energía que sentí ese día me dio ganas de echarme a llorar. Por cierto, muchos grupos de corredores son gratuitos. Recomiendo encarecidamente que los busques.
La experiencia es mucho más grande que uno mismo. Me enorgullece decir que recaudé casi 4000 dólares para la Sociedad Americana contra el Cáncer y que corrí junto con otros participantes que también recaudaron miles de dólares para otras organizaciones benéficas.
Así que incluso cuando quise dejarlo, cuando estaba perdida en Chinatown en busca de más Gatorade e incapaz de sentir las piernas, seguí adelante.
Unos pocos datos más: todas las canciones de Taylor Swift tienen un ritmo perfecto para correr, te lo aseguro. No hace falta que leas cada artículo de internet sobre correr una maratón, pero lo vas a hacer. Si corres la maratón de Nueva York, lleva mucha ropa de abrigo, que no te importe dejarla durante la larguísima espera en Staten Island. Y, sobre todo, DISFRUTA. O inténtalo, al menos.
Llega el día de la carrera
Disfrutar, la disfruté. La mayor parte. Es verdad que si tienes el nombre estampado en la camiseta te sientes una estrella. A mí me pasó durante las seis horas (sí, seis) que tardé en recorrer los cinco distritos. Cuando estás de pie en el Puente de Verrazano-Narrows con otras 50.000 personas, ver la silueta de Manhattan en la distancia es emocionante. Chocarle los cinco a los niños en las aceras es adorable. Ver lo feliz que está la gente animando a los desconocidos te hace recobrar la fe.
Cuando las piernas se me empezaron a agarrotar en el kilómetro 23 y no paré, pensé durante un buen tramo que no iba a conseguirlo y empecé a cuestionarme por qué había decidido apuntarme. Pero veía a amigos y familiares animándome por toda la ciudad como auténticos campeones y me recargaron las pilas. Mi amigo y entrenador encargó que me hicieran este increíble dibujo y corrió conmigo cuando me encontraba al borde de las lágrimas, me frotó crema para los doloridos músculos de mis piernas y me volvió a asegurar que podía hacerlo. Sonreí todo el trayecto sin importar cómo me sentía. Me servía de ayuda.
Estallé histérica cuando crucé la línea de meta. En parte porque no podía ni andar y en parte porque pensaba que podía haber hecho la maratón en menos tiempo (estoy intentando olvidarme de esto, pero quiero ser sincera) y sobre todo porque ni en un millón de años pensé que llegaría este día.
Lo primero que pensé fue que nunca volvería a meterme en nada parecido. Fue el día más duro de mi vida física, mental y emocionalmente. 25 minutos después, en el metro para reunirme con mis amigos y engullir una hamburguesa con queso, ya estaba hablando sobre apuntarme a la maratón de Chicago.
Creo que eso es a lo que se refieren cuando hablan de la iniciación de un corredor de maratón. Apúntate a la carrera, haz eso que tanto miedo te ha dado siempre y que no te crees capaz de hacer, porque puedes hacerlo, y si puedes con eso, ¿quién sabe de qué más eres capaz?
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.