En qué afecta a la monarquía británica la muerte del príncipe Felipe de Edimburgo
El consorte de la reina Isabel II se retiró de la vida pública en 2017.
El príncipe Felipe de Edimburgo ha muerto este viernes a los 99 años. El consorte de la reina Isabel II llevaba retirado de la vida pública desde 2017 y ese mismo año abandonó sus obligaciones reales, por lo que su fallecimiento no alterará en la práctica la actividad monárquica. Eso sí, pasará a la historia como el consorte más longevo en la historia de la monarquía británica.
Durante décadas cumplió la misión de acompañar a su esposa con tal celo que llegó a caer enfermo en 2012, cuando cerca de los 91 años resistió durante hora y media el frío y el viento en una procesión fluvial por el Támesis que celebraba el sexagésimo aniversario de la ascensión al trono de la reina.
En agosto de 2017 protagonizó su último acto en solitario: un desfile benéfico frente al palacio de Buckingham, en el centro de Londres. Aquella decisión supuso un paso atrás con el que se daba una mayor visibilidad al príncipe Carlos, su primogénito y heredero al trono, de 68 años, así como a los príncipes Guillermo y Enrique.
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Felipe se casó con Isabel cuando ella era todavía princesa, en 1947. Por aquel entonces él era príncipe de Grecia y Dinamarca, pero sin trono ni dinero: sus únicos ingresos eran los que recibía por su paga en la Marina Real. Fue el 2 de marzo de 1948 cuando el duque representó por primera vez a la monarquía británica asistiendo a un combate de boxeo en el Royal Albert Hall de Londres.
Desde entonces, acudió a miles de compromisos oficiales, muchos de ellos como acompañante de Isabel II y otros en solitario, a la cabeza de diversas organizaciones sin ánimo de lucro. El duque era patrón, presidente o miembro de más de 780 organizaciones, con las cuales siguió estando “asociado”.
Eso sí, fue siempre una figura controvertida, amada y odiada a partes iguales dentro y fuera de su país. “Damas y caballeros, se presenta ante ustedes la persona con más experiencia en el mundo en descubrir placas conmemorativas”, decía ironizando. En la misma línea se pronunció siempre al referirse a su muerte: decía que no quería provocar “el jaleo” de un velatorio en Westminster. “Cuando llegue mi hora no quiero un funeral de Estado, prefiero un entierro más modesto, acorde con lo que soy, solo un viejo cascarrabias”. Siempre se le recordará por un peculiar sentido del humor y por su mal carácter durante los actos públicos. De él se ha dicho -y escrito-, que no disimula y obvia lo que es políticamente correcto tenga a quien tenga delante.
Aunque siempre ha estado “a la sombra” de Isabel II, su influencia en su mujer y la familia real ha sido enorme. Prueba de ello es cómo en 1969 convenció a Isabel II para que un equipo de televisión grabase la “intimidad familia” y conociera cómo era su familia y cuáles eran sus obligaciones. Las cámaras grabaron durante 75 días sus actividades dentro y fuera de palacio pero el resultado no fue el esperado y la prensa se ensañó con ellos. Él fue también el que apostó por retransmitir la coronación de Isabel II apoyado por su esposa que lo había nombrado coordinador de la ceremonia.
Fue también él quien pidió a los príncipes Guillermo y Enrique que caminaran tras el ataúd de Lady Diana en el funeral, y quien insistió en mantener la privacidad de la familia en esos momentos dolorosos a pesar de las críticas que recibieron la reina y él por no aparecer en público hasta varios días después del entierro de la “princesa del pueblo”.