En la idea de acabar con las cotorras "prevalece el instinto de caza, la voluntad de hacer de la ciudad un coto"
"Cada tanto, el ignorante de turno saca pecho y se ofrece para masacrar lo que le parezca", manifiesta Emma Infante, máster en Derecho Animal, sobre el extermino de 12.000 cotorras anunciado por el Ayuntamiento de Madrid.
Los medios están haciéndose eco esta semana del controvertido plan del Ayuntamiento de Madrid para acabar con 12.000 cotorras argentinas. La medida se anuncia tras un tiempo aplicando métodos éticos que resultan insuficientes, a juicio del consistorio, de nuevo color político, planteando como necesario el control radical de esta población de aves por constituir una supuesta amenaza a la biodiversidad, entre otras cuestiones, como su cotorreo o el gran tamaño de sus nidos.
Una polémica decisión contra la que se alzan voces expertas que tachan de erróneo el planteamiento, además de considerar su erradicación ineficaz y subrayar el respeto por las aves como un valor en sí mismo. Entre esas voces críticas se encuentra la de Emma Infante, máster en Derecho Animal y cofundadora de Futur Animal, cuya investigación versó sobre la legitimidad o ilegitimidad de matar animales convivientes, quien no duda en condenar duramente la decisión de erradicarlas. Por contra, aboga por un análisis riguroso del problema, pues solo así, opina, de ser necesario, se debería aplicar un tratamiento integral del mismo para controlar adecuadamente la población de estos animales que prosperaron en jardines de ciudades españolas y de otros países europeos tras ser importados como mascotas en su día.
En las antípodas de los enfoques que las ven como una amenaza per se, Infante puntualiza que el concepto de invasión aplicado a las especies y el ecosistema en general está vacío de significado y demasiado a menudo deriva en un malintencionado uso del término ‘invasor’ con fines alarmistas. A su juicio, “la llegada de una nueva especie no es un problema en sí mismo. No debe olvidarse que todas las especies existentes hoy en día han sido ’invasoras”.
Pero, ¿realmente son un peligro para la biodiversidad y su control implica matarlas? ¿Deberíamos preocuparnos por la existencia de estas coloridas aves en jardines, catalogadas en distintos medios como una ‘plaga’ o incluso llegando a llamarlas ‘el insoportable demonio verde’? El problema esencial se centra, a juicio de la experta, en una falta de respeto camuflada por un uso eufemístico de los términos, cuyo contexto es muy concreto, entrando en juego aspectos como el instinto de caza, la ignorancia y la sinrazón: “Es un tema tan primitivo como recurrente. Parece que cada tanto el ignorante de turno saca pecho y se ofrece para masacrar lo que le parezca. Creo que prevalece el instinto de caza, la voluntad de hacer de la ciudad un coto. Algún biólogo trasnochado puede apoyarlo pero no lo hace ni la ciencia ni la razón. Incluso, no hace tanto, un individuo se ofrecía a matar mediante flechas, independientemente de que la ley prohíbe su uso en vía pública, y en Sevilla hay un chanchullo con la ordenanza que va por ahí también”.
Contraria a toda actuación institucional que falsee la realidad, Infante aboga por la transparencia a la hora de transmitir los mensajes, así como por el respeto como aspecto irrenunciable al elegir entre distintos métodos de control. Además de entender que debe valorarse a estas aves como una riqueza ambiental: “Es vergonzoso, porque se maquillan los términos, pero queda clara la falta de una voluntad real de respetar a las preciosas cotorras, de las que hay subespecies, y que son súper listas, amén de guapas”, dice.
El discurso mediático también adolece de inexactitudes, apunta, no contribuyendo en modo alguno a la formación de una opinión pública informada. Muy al contrario, en muchas ocasiones desinforman y crean confusión. Al respecto, considera “escandaloso que hayan incluso emitido que pueden llegar a ‘peligrosas’, como acabo de ver en las noticias de Telecinco″. En relación a las cotorras argentinas, Infante apunta que “el mito de la competencia con las especies autóctonas es insostenible”. Y explica la razón así de sencillo: “Imagina que un amigo tuyo de 200 kilos que se harta de hamburguesas, fritos y pasteles, atribuyera su obesidad al consumo puntual de pistachos. Pues quieren matar a los pistachos. De un modo caro, nada ético e ineficaz”.
A consecuencia del exterminio, “la naturaleza compensa este tipo de campañas con una mayor fertilidad, obra y gracia del vacuum effect”, además de apuntar que hay otros frentes que abordar para proteger a la fauna autóctona y que, sin embargo, no se atacan con la urgencia e intensidad que sería necesario. Tal y como ocurre, sin ir más lejos, con la peligrosidad que supone “la contaminación y captura para su uso en competiciones de canto”. Y, sea como fuere, en perfecta sintonía con la posición de Infante, cabe recordar que ciencia y ética deberían ir siempre de la mano, alejadas de simples sospechas e intereseses económicos.