En defensa de la ley de eutanasia
La confrontación entre la señorita y el señorito se saldó con victoria del segundo. Pletórico de ego se alzó sobre el púlpito dispuesto a pronunciar las grandes pero huecas palabras. El partido de la vida se moviliza contra la ley de eutanasia por innecesaria e injusta. Cuando uno se autodenomina como partido de la vida hace suponer que el resto son los partidos de la muerte. Vida y muerte, sin matices, como cara y cruz de una moneda, lo bueno y lo malo, lo que hay que defender y lo que hay que combatir sin necesidad de puntualización alguna.
La vida siempre es un regalo y la muerte un castigo sean cuales sean sus circunstancias. La dignidad y la indignidad está claro a quién califican, no hay duda que valga, la vida siempre es digna pero la muerte no y, sin embargo, no siempre es así, a veces es todo lo contrario, es la vida la que es indigna y es la muerte la que tiene dignidad. El simple existir ya es complejo, pero es difícil reconocer esta complejidad cuando todo en la vida de uno ha sido sencilla, cuando siempre se le han ido facilitando las cosas; el discurso es entonces solo palabras y arengas, nada de realidad y es también entonces cuando se dice, sin duda alguna, que la eutanasia siempre es innecesaria.
No en todos los casos hablamos de un dolor físico que se pueda solucionar con calmantes, el dolor insoportable es muy variado, físico y psicológico, sobre uno y sobre los demás, dolor que no está siempre en nuestras manos poder solucionar. ¿Sabe uno lo que significa la inmovilidad y la dependencia absoluta? Una doble dependencia, la de uno mismo y la de la persona o personas que tienen que cuidar de ti.
Depender de una máquina para sobrevivir, hacerlo pasando de una cama a una silla, viviendo en una casa sin ascensor, atrapado en ella, o permanecer inmóvil en una cama un día tras otro, decenas de años, centenares de meses, miles de días, centenares de miles de horas, millones de minutos. Puede parecer un tiempo de nada un minuto pero puede bastar con una prueba, acuéstese y permanezca inmóvil, no mueva nada, ni una pierna, ni un brazo, ni un dedo, aguante así hasta que considere que la situación le resulta inaguantable, entonces espere un minuto más para después valorar cómo viviría millones de ellos.
Piense si calificaría alegremente como humano, caritativo, cruel, justo o injusto a la persona que obliga a permanecer en una vida así o a la que ayuda a salir de ella. ¿Dónde se encuentra la injusticia? El partido de la vida se ha convertido en el del sufrimiento. En situaciones así es cuando podemos de verdad hablar de derecho a la vida, cuando esta no supone una obligación, cuando podemos elegir por una parte de ella: la muerte. Miles o millones de minutos, todo es cuestión de esa ley de eutanasia.