En busca de la institucionalidad perdida
Si es cierto que la cara es el espejo del alma, el espíritu de Pablo Casado anda muy afligido. La microexpresión, el tono, la mueca, el gesto rápido… El candidato de la eterna sonrisa ha mutado. Todo en él ahora es desconsuelo. No es para menos: el descalabro, el 16,70% de los votos, los 66 escaños, los apenas 200.000 votos que le separan de Ciudadanos, el peor resultado de la historia del partido y un equipo de bisoños con los que tendrá que hacer política los próximos cuatro años. Si es que llega, claro. Antes tendrá que conservar la joya de la Corona; esto es, la Comunidad de Madrid. En buena medida, la diferencia entre una nueva derrota y una victoria pírrica la marcará el sillón de la Puerta del Sol. E Isabel Díaz Ayuso ha sido, como otras muchas, una apuesta personal del presidente del PP. Su futuro orgánico depende de ella, y en el PP hay quien no las tiene todas consigo.
La política de fichajes no ha sido tampoco su fuerte. Cambien el nombre de Fátima Bañez por el de Juan José Cortes como número uno por Huelva al Congreso de los Diputados y tendrán la resultante del PP de Casado. Fin de la cita. Hay muchos más ejemplos. El error del presidente del PP no fue sólo el discurso, ni el miedo a VOX, ni el abandono del centro político. La elección de los equipos está también en su debe. Y no sorprende que haya voces que clamen por el inmediato relevo del secretario general, Teodoro García Egea. Nunca antes el PP tuvo un número dos tan exótico en la acción y en el verbo. Hasta el 26-M, no obstante, están prietas las filas. Nadie quiere dos suicidios en primavera. Y una catarsis antes de municipales y autonómicas llevaría al PP directamente al segundo.
Así que como uno muere sólo cuando ya no es y de momento Casado sigue siendo presidente del PP, además de jefe de la oposición como segunda fuerza política, hay un atisbo para la esperanza y la resurrección. “Si lo logró Pedro Sánchez, por qué no va a hacerlo él”, se preguntan en su equipo, donde hay un profundo debate entre quienes apuestan por una nueva estrategia que deje atrás la sobreexcitación, la derechización del discurso y los excesos en el verbo y quienes no son partidarios de abandonar la dureza. Los españoles han votado mayoritariamente moderación, diálogo y acuerdo, pero en Génova sigue habiendo quien cree que la confrontación directa es el camino con el que no perder las esencias y tampoco, los principales apoyos mediáticos. Entre unos y otros, están los de la “oposición firme responsable” que explicitó Casado tras su entrevista con Sánchez.
“Menos 155, menos Bildu y más pensiones y cambio climático”, defienden no obstante los que admiten que el marco de la crisis territorial y la confrontación permanente con el independentismo no sean más que “café para los muy cafeteros, pero no de más que para 66 diputados”.
Quienes así hablan son conscientes de los errores de campaña, de la disparatada batalla por el liderazgo de la derecha que Casado protagonizó con VOX y con Ciudadanos y de que, tras la debacle, el presidente del PP no tiene más salida que recuperar la institucionalidad perdida en los últimos meses. Referirse a Sánchez como “presidente Sánchez” en más de media docena de ocasiones, como ha hecho después de su primer encuentro en La Moncloa con el jefe de Gobierno en funciones, es solo el comienzo de una nueva andadura que tendría como objetivo “salvar al soldado Pablo” y a la que, dicho sea de paso, el PSOE no es ajeno.
A los socialistas les interesa más un Casado dispuesto al acuerdo en asuntos de Estado y abierto a un canal fluido de comunicación constante que un Rivera del que no se fían, y que parece dispuesto a todo con tal de hacerse con el liderazgo de la derecha política dejando a un lado la centralidad que representó antes de la moción de censura que convirtió a Sánchez en presidente de Gobierno.
En el nuevo PP ya hay quien ha entendido por fin que hacer oposición no es sinónimo de destrucción y que, en ocasiones, si se hace de forma inteligente, y no sobreactuada, puede dar buenos réditos. El ejemplo que más se recuerda fue la llamada oposición útil de Zapatero entre 2000 y 2004, cuando PP y PSOE alcanzaron dos grandes pactos de Estado, contra el terrorismo y por la Justicia. El entonces jefe de la oposición al Gobierno de Aznar no confrontó con ninguno de los dos asuntos, no planteó ni una sola pregunta parlamentaria, no vertió un solo reproche y no lanzó ni una sola insidia.
Para hacer eso, hay que tener una convicción muy profunda de que la oposición útil no es más que la que sirve a los ciudadanos, y no a los intereses partidistas. Y por mucha ironía que su práctica suscite, en ocasiones convierte a quien la ejerce en merecedor de un apoyo social mayoritario. Sólo un PP que transite por esa senda será capaz de recuperar la credibilidad y la institucionalidad perdidas y necesarias para volver a ser partido de Gobierno. En ello están algunos convencidos. Si consiguen salvar los muebles dentro de poco más de dos semanas, Moncloa primará la relación con Casado frente a Rivera. En política, como en la vida, las relaciones personales al final también cuentan. La que mantiene Sánchez con Casado siempre fue cordial y fluida. Y con Rivera, no hay posibilidad alguna de que así sea.