Emmanuel Macron es un dios Eolo en ropa interior de terciopelo
Como todo aventurero, que al menos lo fue y espera seguir siéndolo, he sido susceptible al nuevo impulso que la carrera de Emmanuel Macron parecía dar a nuestra vida política enquistada por los partidos. Había una voluntad de bordear los dogmas y las afiliaciones ideológicas, lo cual, unido al dinamismo de su edad, parecía prometedor.
A lo largo de sus declaraciones, la brisa refrescante se puso a dar vueltas de una forma furiosa, hasta el punto de que me hizo sentir la inquietante atmósfera que precede a un ciclón. Fue ahí cuando se despertó mi mirada de experto en personalidades para tratar de comprender qué lógica comportamental difundía a los cuatro vientos la inspiración inicial de En Marche! (el movimiento fundado por Macron que lleva las siglas de su propio nombre).
EL SONIDO TRANQUILIZADOR DE LA NADA
Lo que llama más la atención al escuchar a Macron es su capacidad de ocupar el espacio sin que sus palabras puedan traducirse de ningún modo en la acción. Esta desconexión profunda de la inteligencia frente a la acción parece abrirle un paso ilimitado en el registro de la audacia: qué más da el mensaje siempre que esté bien dicho, bien recitado, bien sentido, seguro de sí mismo. Es la esperanza loca del alumno vago que cree que la música bastará para hacerle recitar las tablas de multiplicar. Es —con perdón para él— Otis (el actor Édouard Baer) describiendo su profesión de escriba en un monólogo errático célebre en Astérix y Obélix: Misión Cleopatra.
Es, para los poetas, el "abolido bibelot de inanidad sonora" de Mallarmé que prueba a hacer política.
POESÍA CRIMINAL
La referencia poética no es en vano: Mallarmé, precursor de los surrealistas, fue el primero en liberar a la poesía de una exigencia de sentido. El objetivo era llegar a la música pura, incluso a costa de que las palabras unidas no tuvieran nada que ver entre sí. Esta poesía, sin embargo, lejos de los ritmos saturados del sonido luminoso de Verlaine, sólo tenía por víctima a las palabras, las hojas sangrantes de tachones, los ojos y los oídos de su auditorio.
En política, la consecuencia no es la misma y el precio a pagar es caro en lo que a dramas humanos se refiere. Los cinco años de la no-presidencia de Hollande dejan ahora cicatrices que dan a la letanía anafórica del "Moi président" el sabor amargo de la predicción de la llegada de las plagas de Egipto.
MISTIFICACIÓN DE LA ACCIÓN
Lo que caracteriza a la personalidad de un jefe es, más que la capacidad de generar un sueño (con o sin programa), la postura silenciosa del discernimiento y el lenguaje sobrio de la acción. Cuando habla un jefe, prepara o emite mensajes ejecutorios. Tiene, por consiguiente, una doble obsesión: decir únicamente lo que será ejecutable y filtrar del debate lo que él quiere dejar al margen.
Emmanuel Macron hace exactamente lo contrario: le gusta generar eslóganes (Penser Printemps, Révolution...) creados para no sobrevivir más allá del tiempo del discurso y añade promesas huérfanas (acabar con las 35 horas semanales para los jóvenes, convenciones democráticas europeas...) o provocaciones (Argelia, cultura francesa...) que hacen el plan de acción totalmente ilegible.
¿POR QUÉ ESTE ÉXITO?
El énfasis y el irrealismo de las declaraciones políticas no son nuevos. ¿Cómo escapa Emmanuel Macron, al menos aparentemente, del desprestigio que los acompaña? El exbanquero tiene todos los atributos del consultor y, lo que es más, del consultor acomodado que se paga el lujo de jugar a ser emprendedor.
Para acompañar personalmente a esta población, sé diferenciar entre el líder del proyecto que pone algo de sí mismo en la aventura y el oportunista que prueba un modelo antes de revenderlo por un beneficio sustancial. Y, si hay alguna evidencia indiscutible, es que no hay proyecto, ni grosor, ni identidad en el contenido de Macron: sólo hay un business model del pensamiento político, con la fabricación colaborativa de tramos de viento efímero con replicación mediática. Como en algunas start-ups, el éxito viene con la emoción inicial, con un gusto inesperado, con la actuación del profesional de las diapositivas que, durante una presentación, hace creer a la opinión —como las start-ups hacen con los inversores— que el golpe del siglo está a la vuelta de la esquina.
UN PROBLEMA MÁS PROFUNDO: LA INCAPACIDAD DE PILOTAR
Sin embargo, la sanción no tarda en llegar, con la desilusión y la quiebra. Analizando las disposiciones innatas de la personalidad es como se puede entender (y decir y predecir) los comportamientos que están por venir. Emmanuel Macron no tiene ni la capacidad de discernimiento propia de los jefes naturales ni la fuerza de entrenamiento de una visión que él generaría por sí mismo. Si tomamos una metáfora musical, podríamos decir que Macron funciona como "arreglista"; es decir, el que da valor a una composición que viene de otra persona antes de transmitirla a un jefe de orquesta que no es él. En música, esta es una etapa útil pero discreta, pues no tiene valor sin el impulso del compositor y la presencia dirigente del jefe de orquesta. En un mundo mediático que sólo intenta captar la atención el mayor tiempo posible sobre temas superficiales, el arreglista se convierte en el rey. No sorprende, por tanto, que el programa de Macron haya tardado tanto en emerger. Pero inquieta, sobre todo, en él, la ausencia de una capacidad de pilotaje a falta de inspiración.
Es un pequeño Jesús muy suave, con ropa interior de terciopelo, el que se ofrece a los electores fieles, a los programas de televisión y a los mítines místicos de Emmanuel Macron. Pero resuenan, bajo ese Che Guevara de los barrios burgueses bohemios, los peligros del que secundó a Castro. Es un dios Eolo que todavía no calcula cuánto mal pueden hacer la desmesura, la inconsecuencia y la trayectoria aleatoria de sus vientos a la realidad del ser vivo. Hay que escuchar a Macron en dos tiempos, tal y como se discierne la proposición de un consultor: con el sonido y la imagen primero, para ver lo buena que es su actuación, y con el texto y el silencio después para encontrar el camino de la razón.
Este post fue publicado originalmente en la edición francesa del 'HuffPost' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano