Elogio de la vejez. Del espíritu y de la mente
¿Por qué te han de humillar considerándote por defecto una ignara (¡hala!) sólo porque eres vieja?
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Una de las páginas llenas de vida de Vivian Gornick es esa visita a una autora y amiga mayor que ella a quien valoraba mucho que vivía en una residencia.
Contribuye a este exilio o aniquilación mental del que habla, por ejemplo, que si eres vieja o lo pareces pueda ocurrir que vayas a una visita médica y te hablen en voz muy alta. Hace falta una determinada actitud y un determinado estado de ánimo para decir que ni estás sorda ni eres especialmente lela, que no es necesario que chillen; sobre todo si se tiene en cuenta que no eres tú quien tiene la sartén por el mango.
Una vez un médico me propuso participar en una prueba clínica. Le dije que sí y luego me explicó el procedimiento. Cuando llegamos a la administración de la medicina que ensayaban, de pronto dijo: «es posible que le den una medicina que no sea una medicina». «¡Ah!, un placebo», repliqué yo. El médico se quedó mirándome muy sorprendido.
¿Por qué te han de humillar considerándote por defecto una ignara (¡hala!) sólo porque eres vieja? Tanto cuesta decir: «quizá le darán un placebo» y, según la cara que pongas, te lo expliquen; o te pregunten directamente si sabes lo qué es.
Al final del fragmento, Le Guin habla de la extrañeza que ocasiona la vejez, y no por una cuestión de belleza y fealdad. Esta extrañeza y amedrentamiento aumenta a causa de la constante minusvaloración con que eres tratada, la presunción de que no sabrás qué es un placebo o la opinión generalizada de que la gente vieja es retrógrada.
En TV3 pasan un anuncio de un programa propio que se dedica —si hacemos caso a su propaganda— a desmontar tabúes sobre diferentes grupos sociales marginados por causas variadas. Pues bien, lo protagoniza el actor que lo conduce y de pronto para mostrar cómo están de arraigados los tabúes, se pone él como ejemplo y afirma que es joven y que considera que tiene una mente abierta pero a pesar de esto... Caramba, no es necesario que salga de su casa para empezar a desmontar tabúes y tópicos.
Cuesta creer que piense que Santiago Abascal o José María Aznar cuando eran jóvenes fueran la mar de progresistas y demócratas, y sea justamente la vejez o los años lo que les hace comulgar con una ideología tan carcamal y llena de carcundia. Que los compare con Dolores Ibarruri, Manuela Carmena, Federica Montseny, Clara Campoamor..., reflexione y a ver qué conclusión extrae el joven actor.
Cuesta creer que piense que, por ejemplo, la fisiología Rita Levi-Montalcini, a medida que puso años fue transformándose en una reaccionaria corta de miras y estrecha de mente. O que pueda pensarse de las dos autoras que hoy brindan citas: Gornick publicó La mujer singular y la ciudad cuando tenía 84 años; Le Guin un texto escrito entre 1992 y 2004, por tanto, entre los 63 y los 75 años.
Un desafortunado titular —por más de una razón— reciente sobre la muerte de la espía británica Valerie Pettit ilustra que ser vieja es aún peor que ser viejo: «La pacífica abuela que ocultó su pasado como la gran espía del MI6 en la Guerra Fría, hasta su actual muerte».
Pues mira, no, nunca fue abuela (y, aunque en el titular no se cite su nombre, tiene suerte que no hayan usado un diminutivo). ¿Se imaginan un titular así para despedir a Kim Philby o a Anthony Blunt?
Si difícil será dotar económicamente a las residencias para que la vida sea digna y no un trampolín hacia la muerte, no lo será menos romper el tabú de que la vejez es pura miseria intelectual y sentimental. Habrá que recordar la clásica atribución de virtudes como la sabiduría, la prudencia y la templanza a viejas y viejos.
Vieja dama indigna que soy, acabaré con un poco de humor —aunque se rumorea que la gente anciana es incapaz de él— parafraseando una sentencia de Agatha Christie: «Ves con un arqueólogo (o una arqueóloga). Cuanto más vieja te hagas, más encantadora te encontrará».