El virus nos aísla, pero somos nosotros quienes debemos aislarlo
Cada vez que oigo las sirenas imagino a un nuevo contagiado siendo trasladado al hospital
El inusual silencio que reina en Suzhou, propicia que los pocos sonidos que genera la ciudad sean mucho más perceptibles. Uno de los sonidos que se repiten estos días es el de las sirenas de las ambulancias. Cada vez que las oigo en la distancia imagino a un nuevo contagiado siendo trasladado al hospital, un nuevo contagiado que se enfrentará a un destino incierto.
Terminé mi anterior artículo advirtiendo sobre la posibilidad de que cerraran mi urbanización. Solo un día más tarde ya vino una persona a registrar quién vive en nuestro apartamento y a instruir que solo una persona por familia está autorizada para salir a comprar comida cada dos días. Estas instrucciones, aunque eran esperadas, han caído como un jarro de agua fría.
A estas alturas ya habíamos limitado nuestras actividades fuera del recinto de forma voluntaria. Sin embargo, la situación tras esta nueva limitación que se ha establecido resulta deprimente y desalentadora. De repente mi vida se ha visto reducida a un espacio de poco más de 90 metros cuadrados que comparto con mi familia china y a un recinto común en el exterior, que por fortuna es relativamente amplio. La elegante valla perimetral que rodea nuestra urbanización marca los límites de nuestro confinamiento. Aunque no lo han prohibido expresamente, sí nos han recomendado no pasar demasiado tiempo en el exterior.
La tensión empieza a aflorar y se hace patente sobre todo en mis vecinos de arriba, quienes no paran de discutir sin motivo. Todas las discusiones arrancan con “Ni gan ma?” (¿Qué estás haciendo?).
Si apareciera un caso confirmado en nuestra urbanización, las medidas se recrudecerían. Ya no podría salir nadie de nuestro apartamento. Algún funcionario vendría dos o tres veces diarias a casa y nos proporcionaría comida y demás elementos de primera necesidad al mismo tiempo que se llevarían los restos, basuras, etc. Nosotros no podríamos abandonar nuestra casa bajo ningún concepto.
En las casas en las que se ha registrado un caso, se coloca un papel en la puerta que anuncia que en esa familia ha habido un infectado. Por supuesto, ese infectado ya está en hospital, pero su familia permanece aislada en su apartamento. Ese precinto se renueva cada vez que se provee de alimentos a los aislados. En ese precinto se puede leer “no molestar, buena suerte”.
El número de casos confirmados en mi ciudad no aumenta de manera notable, pero sí lo hace de forma constante. En una ciudad de más de 10 millones de habitantes, encontrar 9 o 10 nuevos casos diarios no parece una cifra alarmante, pero si consideramos la capacidad de contagio del virus, todas las precauciones son pocas.
Existe una extensión de WeChat (el Whatsapp chino) que geolocaliza todos los casos conocidos de infectados con un punto rojo. Visito a diario este mapa y ajusto la escala a un círculo de 800 metros de diámetro alrededor de mi localización. Esta mañana ha aparecido un nuevo punto rojo, el decimocuarto. Cada nuevo caso supone el aislamiento de una urbanización completa. Mi urbanización, que es similar a las que me rodean, tiene 2.400 apartamentos, es decir, puede albergar unas 7.200 personas. Por fortuna, la mayor parte no están completamente ocupados, ya que hay gente que no pudo regresar de sus vacaciones de año nuevo y otros apartamentos fueron comprados como inversión y nunca habitados. No obstante la media de habitantes por urbanización es de unas 5.000 personas. Así pues, cada nuevo punto significa el aislamiento de 5.000 personas más.
Ahora mismo es posible abandonar mi ciudad, sin embargo no es posible acceder a ella libremente sin un permiso. Las personas autorizadas que llegan a la ciudad deben someterse a un periodo de aislamiento domiciliario de 14 días. Atendiendo al punto de partida de las personas que desean regresar, podrán o no conseguir el permiso para hacerlo.
Muchas de estas personas que no han podido regresar habían dejado a sus mascotas aquí y hay un grupo voluntario que está cuidando de ellas. Los pocos perros que se ven han sido educados para que no se acerquen a los extraños.
En mi rutinario paseo por la urbanización, encuentro poca gente y la que encuentro baja la mirada y se aleja de mí de forma evidente. Lo entiendo, yo misma lo hago. Casi de manera instintiva he desarrollado un catálogo de estrategias para evitar entrar en el ascensor con alguien. Si encuentro a una persona en el rellano tomo el ascensor opuesto, o disimulo de forma no demasiado convincente fingiendo que he olvidado mirar el buzón, del que ni tan siquiera tengo llave. Nuestros vecinos del piso 26 directamente toman las escaleras para evitar el ascensor.
Los paquetes, comprados por Internet, se amontonan en la puerta de la urbanización. Los repartidores los dejan allí y cuando los vecinos salen a buscarlos, un funcionario los examina antes de permitir su entrada. El comercio electrónico en China que representa la abrumadora cifra del 50% del comercio electrónico a escala mundial, también se ha visto seriamente afectado. Hay un número creciente pedidos cancelados por falta de suministro.
Una de las primeras cosas que se agotan en los supermercados son los fideos instantáneos. Las decenas de metros que ocupan este tipo de productos en los lineales del supermercado están vacías, salvo un hueco perfectamente surtido y rebosante de producto, se trata de los fideos fabricados en Wuhan.
El espacio reservado al optimismo es cada vez más reducido. El sentir general era que en la segunda mitad de febrero la vida se parecería mucho a una vida normal. Esa fecha ya ha desaparecido de la mente colectiva y la nueva fecha clave se ha puesto en el comienzo de marzo. Había que poner una fecha, pero esta vez en lugar de escribirla con tinta, se ha escrito con lápiz. Son cada vez más insistentes las voces (algunas con cierta autoridad) que dicen que algo parecido a la normalidad no llegará antes de tres meses, mientras que otros hablan de seis.
El virus de Wuhan, (Wuhan de Bingdu), cada vez ocupa más espacio quitándonoslo a nosotros. ¡Tiene que llegar un momento en el que seamos nosotros quienes lo aislemos!