¿El último presidente de España?
La política española es un deporte de riesgo en el que compiten todos contra todos y, al final, siempre ganan los nacionalistas.
Pedro Sánchez llega a la presidencia de España con el apoyo necesario y unánime de los nacionalistas vascos y catalanes. ¿A cambio de qué lo apoyaron? ¿Qué le pidieron para hacerlo presidente? Si fueran ratones, uno diría que le pidieron queso. Si conejos, zanahorias. Pero ¿qué pediría acaso Quim Torra, quien siempre ha declarado que su única hambre es la independencia de Cataluña?
Desde luego que nadie piensa que Sánchez les haya prometido la independencia. Tampoco hacía falta. Basta con que les conceda las condiciones que lo posibiliten a corto plazo. "Yo no quiero que el lobo se coma a las ovejas, de verdad que no lo quiero... Yo simplemente me comprometí a dejar abierta la cancela de la majada por las noches, y lo que tenga que ser entre el lobo y las ovejas, que sea".
Resulta paradójico que, justo cuando la unidad de España está más amenazada que nunca, Pedro Sánchez llegue a la presidencia del país con el apoyo de los amenazadores, de los nacionalistas. Eso es como si el nuevo jefe de los bomberos obtuviera su cargo gracias a los votos de los pirómanos.
Y no menos paradójico es que esto ocurra con un presidente de izquierdas, pues, como bien dijo Alfonso Guerra, la unidad de España no es otra cosa que la igualdad de todos los españoles. ¿Qué defensa de la igualdad se puede esperar de quien consiguió sus votos cruciales de los mayores enemigos de ella?
Al aventurar un probable final de esta nueva legislatura, más de uno podría pensar en la paradoja de "La vieja hacha del abuelo". Si a la vieja hacha del abuelo se le cambia la cabeza de metal, y luego también el mango de madera, ¿seguiría siendo acaso "la vieja hacha del abuelo"? Si en el trascurso de este nuevo Gobierno se acaba dividiendo España en 3 ó 4 partes, ¿de qué país entonces seguiría siendo presidente Pedro Sánchez? Difícil decirlo, pero desde luego que eso ya no sería España, ni muchísimo menos, y, en cambio, habríamos de gritar atribulados que él fue el último presidente de los españoles.
Claro está que esas cosas no se pueden saber de antemano. Como dice un amigo mío, ningún europeo de 1618 se despidió diciendo: "Adiós, familia, que me voy para la Guerra de los Treinta Años". Sin embargo, uno puede intentar guiarse por los indicios. Por ejemplo, nada hace pensar que durante el mandato de Macron los nacionalistas corsos vayan a conseguir la independencia de Córcega. ¿Existen indicios de que bajo el Gobierno de Sánchez los nacionalistas catalanes pudieran conseguir la independencia de Cataluña? Al menos hay uno: la resolución total y demostrada de los líderes nacionalistas por alcanzarla lo antes posible (por eso Puigdemont eligió a Quim Torra). Y otro: esos mismos nacionalistas dispuestos a todo son quienes han hecho posible la investidura de Pedro Sánchez. He ahí los actores sobre el escenario: los que tienen hambre y quien les debe una comilona. ¿De qué otro modo se podría desarrollar así ese drama?
Los tiempos en España ya son muy otros. Pujol antes pactaba privilegios en el Majestic, es cierto, pero también advertía con aquello de "Hoy paciencia, mañana independencia", y el caso es que ahora para los nacionalistas ese mañana ya llegó. Si lo que Sánchez les ha prometido son más privilegios, tiene que saber que todo lo que les dé será usado inmediatamente en nuestra contra. Todo lo que les dé será como, en vez de agua, darles gasolina a los bomberos para que intenten apagar el incendio. A ellos les da igual Mariano que Pedro que Sancho, el problema lo tienen es con el resto de los españoles, tanto de fuera como de dentro de Cataluña. Remitámonos, si no, a los muy ilustrativos y edificantes artículos del president Torra. Su desprecio es profundo e innegociable. Sólo la independencia y nada más que la independencia.
¿Qué prometió Pedro Sánchez a los nacionalistas catalanes? (y los nacionalistas vascos vienen empujando detrás). ¿Qué compromisos adquirió con ellos? ¿Acaso mil abjuraciones de la Fiscalía? ¿Acaso indultos presidenciales? ¿Acaso un referéndum de independencia? ¿Acaso será Sánchez el último presidente de España? Esta suprema y sobrevenida generosidad de los nacionalistas a la hora de encumbrar a Sánchez me recuerda un célebre vallenato colombiano cuyo estribillo tan pícaro como romántico decía: "A cambio de qué, si yo... no recibo nada...".