El tiburón sigue ahí
La maravillosa película de Spielberg, que apela a miedos profundos, creó, quizá para siempre, un cierto temor a meter el pie en el agua.
“El tiburón sigue ahí”. Más o menos dicha así, es una de las frases recurrentes en la memorable película de Steven Spielberg, Jaws/Tiburón, y sus secuelas, que estos días de paulatina entrada en la “nueva normalidad” cumple cuarenta y cinco años, ahí es nada. Una de las películas más taquilleras de todos los tiempos, a pesar de su elevado coste provocado por un accidentadísimo rodaje, y de las malas críticas iniciales, que como es frecuente, no aciertan con el gusto del público, que es el que de verdad vale.
Es común estos días, en conversaciones con colegas y amigos cinéfilos/cineastas, comparar el desarrollo del covid-19 con las tramas de la saga cinematográfica Jaws. Un tiburón llega hasta una apacible y tranquila zona, y comienza a hacer de las suyas. Al principio casi nadie lo ve, y otros lo obvian. Piensan que una amenaza de esas características nunca llegaría a su territorio, estas cosas siempre ocurren fuera. Y después, aun cuando es evidente la amenaza del escualo, los poderes empresariales fácticos presionan a las autoridades para abrir las playas, la economía es lo primero. Pero, en la saga Tiburón, el escualo sigue ahí, y esa decisión apresurada es letal.
Nuestro particular tiburón actual, la pandemia, se ha llevado a personas de todo tipo y condición, especialmente ancianos, en unas residencias, que cuanto menos, no estaban preparadas para tan poderoso escualo, y cuyos responsables ahora luchan por liberarse de que les caiga la culpa del desastre, ocultar más o menos las mordeduras, y quizá intentar engañar la conciencia.
También este escualo pandémico se ha llevado por delante a personas extraordinarias como José María Calleja. También a otras pendientes de juicio, como Juan Cotino. O a indeseables, como el torturador Antonio González Pacheco, alias Billy El Niño, apodo que hace bueno al célebre forajido del far west. Justicia divina, o al menos natural, antes que la terrenal.
Ese verano de 1975, hubo miedo en las playas americanas. Y unos meses después, en el resto del mundo, incluido España. La maravillosa película de Spielberg, que apela a miedos profundos, creó, quizá para siempre, un cierto temor a meter el pie en el agua. Este verano va a ser un poco parecido, para algunos, los más precavidos, y no tanto para otros, los más despreocupados, ante la posibilidad de que el covid-19 nos llegue a morder.
“El tiburón sigue ahí”, nos dice nuestro particular Roy Scheider, el doctor Simón. Porque el escualo siguió volviendo, hasta cuatro veces en secuelas cinematográficas oficiales, y otras apócrifas como aquella entretenidísima Tiburon 3, de mi querido Enzo G. Castellari.
Y en la vida real, será así también si no se toman las necesarias precauciones, si no nos adelantamos a un ataque peor. Porque entonces sí que vamos a tener que tirar de la frase más recordada de Tiburón: “Vamos a necesitar un barco más grande…”.