El talento de Sílvia Munt
Les recomiendo encarecidamente que busquen y se aproximen a 'Quia', una pequeña joya de tono amable y voces soberbias.
Hay días en que las noticias son terribles. Meses de verano en que términos como “segunda ola” no remiten al surf, sino a una pandemia y temporadas en las que la fe en la humanidad se disipa sin remedio.
Pero también hay días en los que llegas a un hotel de noche, cansada, con quinientos kilómetros a tu espalda y un sinfín de problemas, enciendes el televisor y una película te reconcilia con el mundo. Y esa película se llama Quia.
La actriz y cineasta Sílvia Munt, que ya poseía un Goya por la dirección de su cortometraje documental Lalia (1999), se inició en el universo del largo televisivo en 2001 con esta cinta valiente que expone de manera espléndida la capacidad de resiliencia del ser humano
Todo comienza en el seno de una familia acomodada. La hija mayor, Glòria (Àngels Gonyalons), quiere divorciarse de Carles (Abel Folk) un médico con el que ya no parece tener nada en común. Agobiada, Glòria confiesa la decisión de poner fin a su matrimonio a su padre, Frederic (Simón Andreu), un viudo centrado en su trabajo, que apenas presta atención a ningún otro aspecto que no sea el de las fusiones y las adquisiciones y al que, por descontado, le trae sin cuidado el futuro matrimonial de su hija.
En esa vorágine de entregarse a la empresa sin descanso, tener reuniones y firmar acuerdos sin control, Frederic sufre de repente una embolia, algo que le deja postrado en una cama de hospital, donde se despierta desorientado. Allí es atendido por su yerno Carles, quien les comenta a su mujer y a sus cuñados (Àlex Brendemühl y Rubén Ametller) que Frederic va a precisar de ayuda, ya que se enfrenta a un proceso de recuperación lento e impredecible.
Para su rehabilitación, Carles le presenta a Quia (Mirtha Ibarra), una fisioterapeuta cubana que intentará restituir su salud primero en el hospital y, después, en casa. No obstante, Frederic no destaca por su ductilidad, imponiendo su criterio por encima de su propio bienestar. El revés de salud unido a su consustancial falta de adaptación hace que la rehabilitación del empresario sea harto difícil. Aunque se niegue a recibir cuidado alguno, su precario estado acaba por decantar la balanza a favor de Quia, a quien acepta en su casa a regañadientes.
A pesar de que la fisioterapeuta es una persona de trato sencillo, la intransigencia de Frederic puede con su temple. Tampoco ayuda que la empleada del hogar (Maife Gil), que ha establecido una relación amoroso-maternal con Frederic tras una vida entera trabajando a su servicio, imponga su particular modo de entender la dieta para un enfermo. Con tantos frentes abiertos, e incapacitada para llevar a cabo su trabajo del modo en que debiera, Quia empleará una cantidad de paciencia rayana en la sobredosis para doblegar la voluntad de Frederic, conseguir que acceda a realizar sus ejercicios, vestirse y, sobre todo, ducharse, mientras el mundo que les rodea se adapta a la nueva situación.
Solo cuando el tiempo pase, el tratamiento de choque de Quia surta efecto y el enamoramiento surja entre ambos, saldrá a relucir la verdadera valía de la resiliencia.
Escrita por Anna Llauradó, el guion de Quia remite un tipo de cine que es muy frecuente en la comedia francesa, con esas cintas repletas de buen gusto y mesura protagonizadas por François Cluzet o Fabrice Luchini; de hecho, Quia se parece sobremanera a Un homme pressé (2018, Hervé Mimran) y a toda esa corriente de películas de primer orden que destacan por su belleza, distinción y urbanidad.
El ambiente que crea Sílvia Munt no solo es propicio para la reflexión, sino que excede en calidad a una película creada expresamente para su emisión televisiva. Es muy fácil entrar en el mundo que Munt propone y sentirte cerca de sus protagonistas, dos personas desheredadas que se encuentran y se aman sin entender por qué.
Desconozco si el acceso a Quia es sencillo, dado que se trata de un telefilme de hace más de una década y esto dificulta que pueda tener cierto bagaje en alguna plataforma contemporánea, sin embargo, les recomiendo encarecidamente que busquen y se aproximen a esta pequeña joya de tono amable y voces soberbias -las de Andreu, Gonyalons o Folk (mi admirado Abel Folk)-, las cuales dan una dimensión todavía más profunda a cada una de las palabras que pronuncian.
Una película que muestra el talento de su directora, Sílvia Munt, para trascender lo mundano, que además es lo suficientemente franca como para embelesar por su esmero y cuidado, y lo suficientemente humana como para hacer recordar que, en medio de tanta adversidad, siempre hay espacio para la esperanza.