El síndrome de La Moncloa
Sánchez ignora a los críticos y los sondeos, da por hecho que se reunirá con Torra, que habrá PGE y que llegará a 2020.
Cuenta la leyenda —y corroboran algunos comportamientos— que todos los presidentes de Gobierno sufren un curioso fenómeno en sus segundos mandatos. Se aíslan, se protegen y se encapsulan. Dejan de escuchar a la calle, pero sobre todo se rodean sólo de aquellos que les dan la razón.
Le pasó a Adolfo Suárez al ignorar la crisis de su partido y desdeñar la posibilidad de un golpe de Estado. Le ocurrió a Felipe González, a quienes los suyos llamaban directamente "Dios". De Aznar lo contó todo el que fuera su portavoz, Miguel Ángel Rodríguez, en un libro en el que confesó no reconocer a su jefe pasados unos años por creerse infalible. De Zapatero hay multitud de testimonios que acreditan que, para cuando detectó la magnitud de la crisis económica, su proyecto político ya había sido pulverizado. Rajoy era más de imbuirse en los datos económicos que de escuchar consejos.
Pedro Sánchez no iba a ser la excepción. Lo sorprendente es que el síndrome, a diferencia de a sus antecesores, no le ha llegado con los años, sino en seis meses. Como todos, el actual presidente del Gobierno se ha rodeado de un equipo, que salvo alguna excepción, está tan fascinado como él mismo por la fastuosidad del poder y la moqueta que pisan a diario.
Ni las adversas encuestas, ni la irrupción de Vox, ni las críticas internas, ni el rearme de la derecha, ni la posibilidad de que el Consejo de Ministros en Barcelona resulte una zapatiesta de la que el Gobierno salga mal parado... No hay nada que haya hecho perder a Sánchez el ánimo ni la seguridad en sí mismo con la que llegó a La Moncloa el pasado mayo.
Hasta el próximo viernes, todos los esfuerzos del Gabinete presidencial están centrados en los preparativos del Consejo de Ministros y en transmitir, en palabras del ministro del Interior, que el de Sánchez no es un Gobierno secuestrado ni un Gobierno invasor (sic). Todo parece estar atado, incluso la posterior reunión de Sánchez con Torra, a juzgar por las señales emitidas desde La Moncloa. El presidente mismo se muestra confiado, según ha trasladado durante la tradicional copa navideña a la prensa, en que habrá finalmente encuentro bilateral. Más bien un cara a cara, que se celebraría con posterioridad a la reunión del Consejo en la Llotja de Mar, si bien ha dejado la pelota en el tejado del president de la Generalitat. Lo que sí está sin cerrar es su presencia a la entrega de los premios Ferrer Salat que organiza la patronal Foment del Treball, a la que sí está confirmada la presencia de seis ministros.
Pero si todo sale según lo esperado —y el objetivo es "restablecer la interlocución con Torra y un diálogo fructífero sobre las cuestiones que realmente importan a los ciudadanos"— se abrirá una puerta para que los independentistas permitan tramitar los Presupuestos Generales del Estado. Y de ser así, hay más posibilidades de que las cuentas sean apoyadas por los partidos catalanes que de que un "no" rotundo obligue a la disolución anticipada. La apuesta presidencial sigue siendo 2020, un escenario por el que ni los más optimistas del PSOE se atreverían a apostar. Si acaso Zapatero, del que muchos prefieren no opinar, después de sus declaraciones sobre la necesidad de que Sánchez mantenga abierto el diálogo con los independentistas.
No son ni la opinión ni las posiciones del ex presidente socialista lo que más conviene a Pedro Sánchez en un momento en el que electorado del PSOE no ve con buenos ojos la relación con el independentismo catalán y mucho menos su dependencia de él para seguir en el Gobierno. Así piensan quienes no olvidan además que es a Zapatero, junto a otros tótem del socialismo, a quien se atribuye la autoría intelectual del 1-O, no del catalán, sino el que abrió en canal al partido para que Sánchez no fuera investido en 2016 con los votos del independentismo.
Más allá de declaraciones de apoyo, lo que Sánchez busca es tiempo que ganar. Primero que pase sin incidentes el 21-D, después la formación de Gobierno en Andalucía, la presentación de los Presupuestos en enero y más tarde que Ciudadanos entre en pánico por la irrupción de Vox y la transferencia de voto del PP a la formación de ultra derecha.
Y si se cumple todo ello, vaticinan en el Gobierno, habrá que revisar los análisis sobre una supuesta fortaleza de las derechas y poner en cuarentena todos los augurios sobre el temprano final de la Legislatura. Hasta aquí el diagnóstico "monclovita" y, con él, los primeros síntomas de que el síndrome de La Moncloa ya ha afectado a un inquilino más porque en su partido están seguros de que ya no hay más línea divisoria que la trazada entre la España que defiende la derecha y el Gobierno Frankenstein de una izquierda apoyada por los nacionalismos.