El ser humano contra el propio ser humano
Una serie de etiquetas que nos pueden servir -o no- para no cometer ciertos errores a la hora de relacionarnos con los demás.
Nadie cuestiona que las más profundas traiciones las realizan aquellos a los que más estimamos o aquellos en quien más confiamos. Podríamos decir que el ser humano se encomienda en cuerpo y alma a los seres que más aprecia y, por ende, en un acto de generosidad ofrece al otro individuo su más preciado patrimonio: su íntima heredad.
Por lo general, desde un punto de vista práctico, los seres humanos, en ese ademán de establecer una especie de registro de personas a las que sí puede desvelar sus más íntimas pulsiones y a quienes es mejor dejarlos para otro momento, establecen una serie de roles a los semejantes que no siempre suelen estar a la altura de la exigencias o necesidades.
Como protección ante posibles decepciones o revelaciones no correspondidas, desvelo, mi querido y estimado lector, un pequeño manual que, a costa de errores y aciertos, en pro de la experiencia y como culmen del estudio empírico más nefasto habido y por haber, establece una serie de etiquetas que nos pueden servir -o no- para no cometer ciertos errores a la hora de relacionarnos con los demás.
La primera relación que se establece entre diferentes individuos es la de denominar al sujeto en particular, fulano, mengano o zutano: dícese de ese señor o señora que no conocemos del cual no tenemos apenas interés conocido por saber quién es.
El segundo escalón que se establece entre las personas es el denominado “conocido”: individuo del que carecemos información útil, pero que sin embargo nos cruzamos habitualmente por la calle y nos dirigimos a él con un “buenos días”, sin más ánimo que continuar con nuestras cosas, absortos en nuestros quehaceres.
La siguiente evolución de las relaciones sociales se establece con el “compañero” o “colega”, con el cual compartimos un mismo lugar de ocio o de trabajo, según se mire, y sólo nos mueve un interés profesional o individual. “Las amistades” son una evolución dentro de las relaciones sociales que establece un nexo emocional de cierta importancia. Las personas se conocen, comparten intereses y lugares comunes con frecuencia. Las denominadas “buenas amistades” tienen las mismas características que las anteriores, pero en este caso también comparten ciertos detalles de esa íntima heredad que fundamenta al ser, confesiones y algún secreto que otro innombrable.
Y por último, están los llamados “amigos”. Una serie de señores y señoras en vías de extinción a los que nunca exiges nada, porque simplemente de ellos sale todo. No los necesitas, se prestan. No preguntas por ellos, porque sencillamente están.
El gran problema del ser humano, a veces y solo a veces, radica precisamente en eso. En una cuestión de perspectiva. Asignar a cada uno el rol que desempeña en nuestras vidas para no amanecer una mañana de agosto, al alba, apuñalado por el amigo/a del alma.