El ruido y la furia
Cada vez que en España hay que tomar decisiones históricas, la reacción de las derechas se caracteriza por el histrionismo, el aspaviento irracional y las palabras de grueso calado.
Cada vez que en España hay que tomar decisiones históricas, la reacción de las derechas se caracteriza por el histrionismo, el aspaviento irracional y las palabras de grueso calado. Al calor de la aprobación de los indultos a los presos catalanes del procés, de nuevo han activado sus viejas tácticas para la crispación y la división. Esas sobreactuaciones siempre me recuerdan una obra de Faulkner, ‘El ruido y la furia’. Y no sólo por el título. En la novela se relata el ocaso, la destrucción final, de un viejo y tradicionalista linaje sureño de EEUU. De la misma forma, el pensamiento conservador se resiste a asumir la decadencia de su visión unívoca de este país, muy alejada de la pluralidad y la diversidad que enriquecen y forjan la España real. No aceptan que su perspectiva decimonónica, rancia y uniformadora no refleja la verdadera imagen de este país.
Como sus antecesores, Pablo Casado ha recurrido a los discursos inflamados e hiperventilados, al insulto al adversario político, al grito desesperado de una ensoñada pero falsa traición a este país, a las mesas de recogidas de firmas… Todo por torpedear pasos que buscan favorecer la convivencia y el reencuentro. Nada muy diferente de lo ofrecido por la derecha en nuestra historia reciente, con el fin de ETA o con grandes conquistas en derechos sociales como el divorcio, la interrupción del embarazo, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la regulación de la eutanasia. Desde que recuperamos la democracia, nunca han estado en los momentos importantes. Ni siquiera votaron el título VIII de la Constitución, el que contempla el Estado de las Autonomías y su desarrollo. No resulta complicado colegir que de ese error deriva su dificultad para entender hoy la España plural que somos.
Con la aplicación del 155, con las sentencias a los líderes independentistas y ahora con los indultos ha funcionado el estado de derecho. Todas son decisiones amparadas por nuestro ordenamiento jurídico, que es la base para un buen funcionamiento del sistema democrático. Se produce esta medida gracia en defensa del interés general, con todas las garantías legales y buscando la concordia y la reconciliación dentro de Cataluña y de Cataluña con el resto de España. No era opción el inmovilismo… ni el choque de trenes. Modus operandi de la derecha cuando regía los destinos de este país, con M. Rajoy a los mandos. La fórmula mágica del PP sólo alimentaba al independentismo y la polarización. Con su inoperancia y su actitud hostil, la solución se situaba y se sitúa cada vez más lejos e imposible. No hay que olvidar que el referéndum y la declaración unilateral de independencia ocurrieron en tiempos del PP en la Moncloa.
Hay que afrontar con política un problema de naturaleza política. Se abre el tiempo del diálogo y de la búsqueda del reencuentro. El Gobierno que preside Pedro Sánchez ha tomado una decisión oportuna, valiente, que no está exenta de riesgos. La audacia es una cualidad fundamental para encarar las cuestiones complejas. El liderazgo se demuestra y se ejerce en los momentos históricos. No se trata de seguir cavando trincheras, ni ahondando en las fracturas, sino de trazar puentes para el entendimiento mutuo.
Nadie se va de rositas: los principales encausados se han pasado casi cuatro años en prisión. Al PP habría que pedirle que abandonara la retórica hueca y que respondiera con la misma lealtad que ellos recibieron del PSOE en su etapa de Gobierno; habría que retarlo a decir, alto y claro, si quiere que se solucione el conflicto o que se enquiste y perdure en el tiempo; exigirle que no continúe arrojando gasolina al fuego y que ayude a unir; que supere la miopía y actúe con más altura política… Porque, como ha escrito el cantautor catalán Lluís Llach, los indultos son buenos para los presos, pero malos para el procés. A ver si se enteran en la calle Génova.