El rey llama a "integrar nuestras diferencias" y "no caer en los extremos"
En su mensaje de Navidad, Felipe VI hace una defensa cerrada de la Constitución y sitúa Cataluña como uno de los principales problemas del país. "No vivimos tiempos fáciles", lamenta.
Cataluña como una de las “serias preocupaciones que tenemos en España” y el temor a que el país se quede inmóvil y “encerrado en sí mismo” —como “en otras épocas del pasado”—, arriesgando a que se pierda “el paso ante los grandes cambios sociales, científicos y educativos”. Esos han sido los dos elementos clave en el tradicional discurso de Navidad del rey, en el que ha hecho una defensa cerrada de los valores de la Constitución, apenas ha tenido palabras para la igualdad de genero o los jóvenes pero sí para apuntalar la idea de que España es “una nación”.
El mensaje —de más de 12 minutos de duración y poco menos de 1.500 palabras grabado en el Salón de Audiencias del Palacio de La Zarzuela—, le ha servido al rey para tratar de insuflar aliento en una sociedad preocupada e inquieta que vive “tiempos de mucha incertidumbre, de cambios profundos y acelerados” y defender con vehemencia la voluntad de entendimiento y de “integrar nuestras diferencias”, siempre bajo el marco de la Constitución.
La Carta Magna, ha recordado, “reconoce la diversidad territorial que nos define y preserva la unidad que nos da fuerza”. “Pensemos en grande”, ha animado para instar a avanzar “todos juntos” con ambición. “Sabemos hacerlo y conocemos el camino”, ha subrayado.
Felipe VI, vestido con traje azul marino, camisa azul claro y corbata con lunares, ha reconocido que “no vivimos tiempos fáciles”, aunque dispone de la receta para combatir las turbulencias: confianza firme “en nosotros mismos y en España”. La historia, ha añadido, ha demostrado que el país ha sabido abrirse paso ante los problemas aplicando generosidad, rigor, determinación, reflexión y serenidad. “Tenemos razones sobradas para tener esa confianza”, ha insistido.
En relación a la crisis institucional y política que atraviesa el país, el monarca las reconoce y las enmarca entre esos problemas “graves” que sobrevuelan la realidad actual, aunque se muestra optimista en que se superarán todos los escollos que se pongan por delante. Sobre la situación política, el rey se ha limitado a recordar que corresponde al Congreso, según establece la Constitución, tomar la decisión que considere más conveniente para el interés general de todos los españoles.
Unos españoles que en los últimos años han virado hacia la radicalización de sus posturas, no sólo a consecuencia del problema catalán sino también en el ámbito político. No en vano, formaciones como Vox han atraído millones de votos, hasta el punto de constituirse como la tercera fuerza política tras las elecciones del 10 de noviembre. En relación a las pulsiones independentistas en Cataluña y a las condenas por el 1-O, Felipe VI ha deslizado —sin vincularlo de forma expresa— que “vivimos en un Estado Social y Democrático de Derecho que asegura nuestra convivencia en libertad”.
“No debemos caer en los extremos, ni en una autocomplacencia que silencie nuestras carencias o errores, ni en una autocrítica destructiva que niegue el gran patrimonio cívico, social y político que hemos acumulado”, ha abogado el rey. Para no echar por la borda los avances logrados en los últimos 40 años, tras la muerte del dictador Francisco Franco, el monarca ha apelado a mantener “unos mismos valores sobre los que fundamentar nuestra convivencia, nuestros grandes proyectos comunes, nuestros sentimientos e ideas”. Discrepancia sobre un consenso común: la Democracia. Y tres valores a compartir:
El primero, “el deseo de concordia” que se logró gracias a la responsabilidad, a los afectos, la generosidad, al diálogo y al respeto entre personas de ideologías muy diferentes, y que “derribó muros de intolerancia, de rencor y de incomprensión que habían marcado muchos episodios de nuestra historia”.
El segundo, “la voluntad de entendimiento y de integrar nuestras diferencias dentro del respeto a nuestra Constitución, que reconoce la diversidad territorial que nos define y preserva la unidad que nos da fuerza”.
Y el tercero, la defensa y el impulso de la solidaridad, la igualdad y la libertad como principios vertebradores de nuestra sociedad, “haciendo de la tolerancia y el respeto manifestaciones del mejor espíritu cívico de nuestra vida en común”.
Del mismo modo que, en el discurso del año pasado, las mujeres y los jóvenes gozaron de un protagonismo incuestionable, este año apenas se han quedado en una mera nota al pie. Sobre los jóvenes, el monarca ha mencionado la falta de empleo a la que se enfrentan y, sobre el preponderante papel que están desempeñando las mujeres en el siglo XXI, se ha limitado a constatar “la desigualdad laboral” que sufren frente a los hombres.
Ni una palabra más.
Elogio de España y de los españoles
La española es una “una sociedad que ha experimentado una transformación muy profunda, como jamás antes en nuestra historia; que vive conforme a valores y actitudes compartidos con las demás sociedades libres y democráticas; que es y se siente profundamente europea e iberoamericana; y que no está aislada, sino muy abierta al mundo y plenamente integrada en la sociedad global. Una sociedad que ha hecho frente –y ha superado– situaciones muy difíciles con una serenidad y entereza admirables, demostrando una gran resistencia y madurez”.
Felipe VI, que ha recordado su compromiso de servir a España con lealtad, responsabilidad y total entrega, ha fijado los principales retos a los que se enfrentan los españoles en cinco ejes: la nueva era tecnológica y digital, el rumbo de la Unión Europea, los movimientos migratorios, la desigualdad laboral entre hombres y mujeres o la manera de afrontar el cambio climático y la sostenibilidad. Todas ellas son cuestiones que “condicionan ya de manera inequívoca nuestras vidas”. También ha dejado espacio para una brevísima mención a “las dificultades económica” de muchos españoles, entre los que no se encuentran la familia real.
España, en fin, es un gran país con una gente inigualable, según se desprende del discurso. La sociedad ha demostrado una “serenidad”, “madurez”, “resistencia” y “entereza admirables” para afrontar cualquier desafío, además de ser “emprendedora” y “generosa”, poseer una “gran creatividad” y un “liderazgo indiscutible” en casi cualquier ámbito.
El país no le queda a la zaga: España es “una nación” —no una nación de naciones, sino “una nación”— que goza de “una posición privilegiada para las relaciones internacionales gracias a su clara vocación universal, a su historia y a su cultura”. De ahí que quienes nos visitan, invierten o deciden vivir aquí “lo reconocen y lo destacan”. No sólo eso. En una defensa clara de los servicios públicos, el rey ha valorado prestaciones sociales como la educación, la sanidad o la red de infraestructuras de comunicaciones. Elementos todos ellos que garantizan “como pocos la seguridad de los ciudadanos”.
El rey ha concluido su mensaje con la tradicional despedida en las lenguas cooficiales —Eguberri on. Bon Nadal. Boas festas— y el deseo de su parte, de la reina y de las infantas, de unas “muy felices Pascuas y todo lo mejor para el Año Nuevo 2020”.