'El retorno de Cometa', la excusa perfecta para volver al circo por Navidad
Un espectáculo familiar en el que se suceden música, bailes, canciones, payasadas y buenos números de circo.
Hacer una recomendación dentro de una sección como Las cinco de Antonio para el mes de diciembre y acertar, es un placer para cualquier prescriptor. Eso es lo que ocurre con El retorno de Cometa, el espectáculo que PerForDance ha creado para el Circo Price en Navidad. Un espectáculo familiar en el que se suceden música, bailes, canciones, payasadas y buenos números de circo con una fluidez que hace que la cosa se pase volando.
El título incluye a Cometa, que encarna Carla Pulpón con simpatía y el pizperitismo de Pippi Calzaslargas. Cometa es un personaje que ya estuvo en este circo, también en Navidad. Esta vez vuelve para ayudar a un adolescente o preadolescente a recuperar el patinete que le ha robado la malvada Señora Malasombra. Una mujer estilo Cruella de Vil a la española, con cierto aire a las brujas de Roald Dahl, y que se podría ver en las grandes y exclusivas avenidas comerciales de Madrid con su collar de perlas.
Un personaje que arranca las mayores carcajadas con la caricatura de señorona malvada que anda por ahí secuestrando juguetes del presentador y show(wo)man, Iñigo Sadaba. Su objetivo no es otro que arruinar la Navidad a los niños y niñas, que aplauden los números circenses y patalean todo lo que pueden, pues así lo han pedido los artistas, en estos días que las mascarillas impiden a los espectadores sonreír.
El caso es que Cometa y el preadolescente se cuelan en el céntrico almacén en el que están secuestrados los juguetes dispuestos a liberarlos. Almacén que, por las imágenes del Ayuntamiento de Madrid que se ven a través de sus ventanas en el fondo del escenario, estaría situado en el edificio del Banco de España que se intenta robar en La casa de papel. Una capital que se llena de peces o de notas musicales o nieve, dependiendo de lo que esté sucediendo en escena, con el uso sencillo pero eficaz de proyecciones de vídeo.
Unos juguetes que aprovechan las ausencias de Malasombra para darse a la fiesta que les tienen prohibidas. Fiestas llenas de buenas coreografías muy actuales que alternan con escenas más o menos largas de comedia típica de payasos, con el bueno, el tonto y el listo, sencillas que no simples. Escenas en las que los paquetes los manda Amancio, jugando con los nombres de Amazon y Amancio Ortega, el dueño de Zara. Chiste que seguramente entenderán más los mayores que han llevado a los niños, pero es que este espectáculo no se olvida de ellos. Es más, pueden ir sin niños, que si llegan con espíritu de circo, del circo de su infancia, también lo disfrutaran.
Fiestas que son amenizadas por artistas circenses, vestidos como juguetes, no solo buenos, sino que han revisado sus números para darles una vuelta de tuerca y dotarlos de belleza y, si han podido, de poesía. Una poesía popular. Como el romanticismo con el que se tiñe el número final de Ángel Guillén y Gema García, los ya clásicos acróbatas en este circo. O como el número de la antipodista Selyna Bogino. O como el número de equilibrios sobre bicicleta de Marco Jackson que seguramente todos los niños querrán imitar luego. O como el número de pool dance aéreo que hace Sergio García, convertido en un remedo de Aquaman, personaje creado al modo en que los circos itinerantes de antes explotaban los personajes y superhéroes populares entre la chavalería.
Fiestas en las que hay números en los que no se sabe a veces bien donde está el circo, la payasada, el baile y el uso de imágenes en movimiento. Como el número de Piquito de Oro, nombre que homenajea a la trapecista Pinito del Oro, que tanto triunfó en el otro Price, el viejo. Número en el que una muñeca tirando a Barbie se transforma en una gamer en un todo un rol modelo de superheroína de videojuegos, en la más pura tendencia actual sobre los modelos poderosos que se ofrecen a las niñas, porque ¿quién ha dicho que los juegos de ordenador no son para niñas?
Si hubiese que ponerle peros, quizás sea el vestuario, no siempre conseguido, a punto de tirar hacia lo chabacano sin caer en ello, y el trabajo con el sonido. Un sonido que tiene un volumen excesivo por lo que a veces se empastan las voces impidiendo apreciar chistes, o un trabajo con la voz con tanta intención como la chillona de Cometa, y las letras de canciones.
Un sonido que sigue la senda actual de atronar al espectador, que tal vez se base en la creencia de que todos los espectadores escuchan música en el móvil con auriculares con el volumen a todo meter. Factor que tal vez compensen por la multitud de referencias a clásicos de la música clásica, como la que siempre han tenido los dibujos animados y otros muchos espectáculos para niños. Clásicos trabajados como standards contemporáneos y que mezclan con gusto y sin pudor con referencias a Shakira, por ejemplo.
Sí, se disfruta como un enano viendo este espectáculo, y los enanos por los que se ha ido al circo, también lo pasan bien. Siempre que esos enanos no sean excesivamente pequeños, para estos ha estado Baby Circus en el Price y en el Teatro Galileo. Para todos los demás, incluidos el preadolescente o adolescente que pondrá cara de perdonar la vida a sus mayores por haberlo llevado al circo y el adulto con prejuicios adolescentes, esta es una buena opción para crear momentos navideños en familia para recordar.