El remedio de Epicuro en tiempos de COVID
Este personaje es conocido por el gran público por su defensa del hedonismo, de la búsqueda del placer. Esto es cierto, pero no por ello ignoró el dolor.
Superada la barrera psicológica del millón de muertos, el impacto de la pandemia COVID-19 ha puesto en entredicho nuestra capacidad de respuesta, no sólo como sociedad, sino también como individuos.
En las ciudades de todo el mundo se esboza un panorama verdaderamente aterrador, con calles vacías, enfermos hospitalizados que no pueden ser visitados por sus seres queridos, ancianos que viven en soledad…
El coronavirus ha desdibujado nuestra zona de confort y ha sembrado nuestras vidas de incertidumbres. La frágil globalización en la que vivimos y los porosos sistemas de gobierno se sienten incapaces de ofrecer soluciones y, al final, lo que aflora es el miedo. Y ya sabemos que este sentimiento nos impide ser felices.
En estos momentos de tribulación es posible que la lectura de los clásicos nos provoque el placer y la serenidad que todos necesitamos.
Los griegos utilizaban un antiguo remedio al que bautizaron como tetrapharmakos –tetrafármaco– para curar las heridas. Estaba formado por cera amarilla, resina de pino, colofonia y sebo de carnero. Al parecer, cuando estas sustancias se mezclaban se conseguía un denso ungüento, que al aplicarlo sobre las heridas facilitaba la supuración de los “humores” dañinos.
Basándose en esta fórmula, hace casi dos mil trescientos años, el filósofo griego Epicuro de Samos diseñó un remedio para el alma, un “ungüento” para alejar los miedos y para que nuestra vida fuese lo más dichosa posible.
Los cuatro elementos balsámicos de Epicuro eran: “no temas a dios, no te preocupes por la muerte, lo bueno es fácil de conseguir y lo espantoso es fácil de soportar”. Así de fácil o así de difícil.
En la Antigua Grecia vivían con un miedo permanente a sufrir un castigo divino, por lo que se preocupaban sobremanera en evitar ofender a los dioses del Olimpo. Epicuro no negaba su existencia pero defendía que pertenecían a una esfera de la realidad diferente a la nuestra –intermundos– y, por tanto, era absurdo estar persistentemente turbados por sus decisiones.
Respecto al temor a la muerte, el filósofo griego lo racionalizó en una de sus sentencias más conocidas: “la muerte no es nada para nosotros, porque cuando estamos ella no está, y cuando ella está, nosotros ya no estamos. ¿Por qué preocuparse entonces?”.
El filósofo consideraba que con un mínimo esfuerzo se puede conseguir el sustento y el refugio que requerimos diariamente, pero si uno quiere más de lo que necesita va a provocar una necesidad superflua que, a la larga, condicionará parte de nuestra existencia. Para Epicuro el que disfruta de los placeres con moderación alcanza la felicidad.
Este personaje es conocido por el gran público por su defensa del hedonismo, de la búsqueda del placer. Esto es cierto, pero no por ello ignoró el dolor. Los epicúreos comprendieron que esa sensación forma parte de nuestra naturaleza, pero que no es eterna y que después de ella vendrán momentos placenteros. Si aceptamos esta reflexión dejaremos de temer al dolor.
Para los filósofos epicúreos, estoicos y escépticos una persona puede alcanzar el equilibrio y, finalmente, la felicidad mediante la disminución de la intensidad de las pasiones y deseos que alteran su equilibrio mental y corporal. A esta disposición del estado de ánimo la denominaron ataraxia –ausencia de turbación–.
En tiempos de pandemia quizás deberíamos hacer uso del sentido común y recuperar la filosofía epicúrea, aplazando todos los deseos placenteros pero innecesarios para otros momentos de la vida. Graduemos nuestras pretensiones, centrémonos en la búsqueda de la ataraxia y del bienestar común. Larga vida a Epicuro…