El PP, a la casilla de salida
La derecha, por el momento, no ha acertado en su cálculo y el tiro le ha salido por la culata.
La derecha (política, económica y mediática) había fiado todo a una legislatura corta. Desde el primer minuto, y a pesar de haberse celebrado dos elecciones en un año con parecido resultado, consideraron ilegítimo al gobierno entre PSOE y Unidas Podemos. No respetaron ni los cien días de cortesía: no dieron tregua desde el arranque y se enfrascaron en una persecución sin cuartel contra una coalición que representaba la expresión democrática de la ciudadanía española en las urnas. Cuando el mandato apenas si había echado a andar, con Moncloa ajustando aún piezas, creyeron ver en la pandemia causada por el Covid la oportunidad para acelerar su estrategia y hacer descarrilar al gabinete presidido por Pedro Sánchez. De ahí, la irresponsabilidad de no apoyar en tres ocasiones el estado de alarma o la movilización de las CCAA gobernadas por los conservadores como un ariete más de desgaste. Toda valía en pos de su objetivo particular.
El tiempo suele poner las cosas en su sitio y ha terminado dando la razón al Gobierno, con una gestión de la primera ola del coronavirus con muchas más luces que sombras. Del mismo modo, ha desnudado la mezquindad del PP: ha quedado patente la falta de visión de estado del primer partido de la oposición, su escasa altura de miras y su obsesión por derribar al Ejecutivo en lugar de vencer al virus. Además, la labor de las autonomías dirigidas por la derecha, una vez consumada la desescalada y transferido el mando único, ha puesto a Pablo Casado frente al espejo de sus contradicciones y sus pasadas de frenada. Y de nuevo con el despropósito de Madrid como pesado lastre para los populares.
Isabel Díaz Ayuso, considerada por la dirección nacional del PP como modelo de sus políticas para España, su alternativa frente a lo que despectivamente llaman modelo social-comunista, se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza por una gestión que es un compendio de improvisación, ocurrencias y caos. La presidenta madrileña, tutelada por el gurú Miguel Ángel Rodríguez, sólo se ha dedicado a confrontar con el gobierno de España para tapar su más absoluta incompetencia. Madrid vuelve a ser el epicentro del Covid, acumulando más de un tercio de los casos y fallecimientos. Y Ayuso, impávida, ni ha sabido, ni ha podido y, por eso, ha llegado tarde y mal a todo: desde ser la última CCAA en exigir el uso obligatorio de mascarillas hasta decretar la restricción de movilidad para casi un millón de madrileños cuando el virus cabalgaba desbocado desde muchos días antes. Si esto es lo que el PP ofrece para el resto del país, aviados vamos.
Y como a perro flaco todo son pulgas, en pleno achique de agua por los patinazos de su protegida Ayuso, a Casado le ha estallado el caso Kitchen, que ha impactado como un meteorito sobre la sede de la madrileña calle Génova. Este escándalo, que no ha hecho más que empezar, tiene ya imputados al ex ministro de Interior Jorge Fernández Díaz y a su ex número dos, Francisco Martínez, señalados a Mariano Rajoy y María Dolores de Cospedal, y en términos de ética e higiene democrática deja muy tocada, casi hundida, la autoridad moral del PP. No puede dar lecciones de nada quien usa las instituciones con métodos mafiosos para tapar su propia corrupción. Le quedan largas jornadas de pesadumbre y caras largas a Casado. La Kitchen promete emociones fuertes.
El Gobierno, entretanto, sigue trabajando en su hoja de ruta: haciendo frente a la crisis social y económica del Covid a través del diálogo social, construyendo una sociedad más justa y más decente con iniciativas como la nueva ley de memoria democrática o profundizando en los contactos con otras formaciones políticas para sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado para 2021.
La derecha, por el momento, no ha acertado en su cálculo y el tiro le ha salido por la culata. Casado padece el mal de Sísifo y por más que intenta llevar la roca montaña arriba, ésta acaba rodando de nuevo abajo. La inconsistencia e inutilidad de su propósito lo vuelve a situar en la casilla de salida. Este ‘castigo’ político demuestra la inutilidad de una estrategia en un momento histórico que requiere unidad y sumar fuerzas para superar el desafío sanitario, económico y social que nos plantea el Covid. Eso es lo que demanda la ciudadanía.