El posible nuevo escenario que acompaña a los indultos
La operación, bien gestionada por ambas partes, puede sentar las bases para buscar una solución al eterno conflicto catalán, a pesar de la oposición de los extremos.
Cuando en 2005 —tras la aprobación de la propuesta del nuevo Estatut por el 90% del Parlament—, Mariano Rajoy inició una campaña de recogida de firmas para oponerse a la iniciativa, todo empezó a arder. Con la herida de la derrota electoral del año anterior, tras la pésima gestión de los atentados del 11-M, todavía supurando, el PP se echó en brazos del populismo más barato y arrojó litros y litros de gasolina por todos los rincones de España para utilizar las aspiraciones ampliamente mayoritarias de autogobierno de los catalanes como munición contra el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero.
Ese fuego aún quema y, junto al desenlace final de la judicialización del Estatut, fue el origen del aumento considerable del independentismo en Cataluña, que hasta entonces había sido una opción minoritaria. La burda utilización del PP y la derecha mediática del siempre difícil encaje catalán en el puzle español —sumado a la falta de habilidad del PSOE para encauzar la operación— acabó provocando la desconexión masiva de una parte sustancial de la sociedad catalana.
El episodio actual de los indultos a los políticos independentistas vuelve a escenificar la misma dinámica: un Gobierno socialista —más por necesidad que por convicción— da un paso decisivo para curar la herida catalana; la derecha española —esta vez, además de por su entorno mediático habitual, acompañada por el entramado judicial— clama al cielo y utiliza la polémica para acusar al Ejecutivo de “querer romper España”.
Mientras tanto, el independentismo más radical y alejado de la moderación y del pragmatismo (en 2005, representado por ERC y hoy por la mayoría de sectores —si bien, no todos— de ese complejo conglomerado que es Junts) evita cualquier complicidad con la medida, que considera insuficiente e interesada. Otra vez, los extremos se retroalimentan. Ambos se necesitan para poder mantener la tensión y justificar su posición…
Cualquier intento por solucionar el conflicto catalán pasa por la libertad de los presos políticos (y la búsqueda de una solución, aunque será mucho más compleja, a los exiliados). Que nueve personas estén en la cárcel por sus ideas y actuación política, más allá de (la falta de) legitimidad que tenían para tomar las decisiones que adoptaron, es un despropósito sin parangón en la Europa civilizada.
En Cataluña existe una amplia mayoría inclinada a solucionar de manera inmediata la privación de libertad a los políticos independentistas. Solo el 22% de los catalanes se pronuncia a favor de que cumplan la pena, según una encuesta de GAD3 para La Vanguardia. Pero en cambio, la cifra aumenta considerablemente entre el conjunto de españoles, hasta alcanzar el 65%.
Esta diferencia sustancial de voluntades evidencia la incrustación del conflicto y su difícil resolución. Hay dos mundos sumamente alejados, y eso es lo que agrada a ambos extremos. Unos lo necesitan para sacer su sed de venganza y autoridad y los otros para continuar alimentando el relato unilateralista.
El difícil paso adelante del Ejecutivo central para propiciar los indultos puede ser, precisamente, un instrumento para neutralizar a ambos extremos. Pedro Sánchez no lo hace realmente porque crea de pleno en este camino, sino, básicamente, por aritmética parlamentaria. La única opción para que la suma generada en la moción de censura del 2018 llegue al final de legislatura es solucionando la terrible anomalía del encarcelamiento a los líderes del procés.
Pero lo relevante, a parte del indulto en sí, es que, con esta medida, Sánchez da recorrido a su anunciado propósito de desjudicializar el conflicto catalán y trasladarlo al terreno del que nunca debería haber salido, que es el de la política. Se trata de una operación que, bien gestionada por ambas partes, puede sentar las bases para encontrar un marco que permita una solución al eterno conflicto.
El autogobierno catalán ha sido abordado por todos los Gobiernos desde los inicios de la Transición sin voluntad de resolución más allá del corto plazo. Desde el café para todos hasta el procés, pasando por las negociaciones de socialistas y de populares con Jordi Pujol a cambios de apoyos parlamentarios, nunca se ha tratado el asunto catalán con visión de futuro, sino del presente que marcan las legislaturas.
Los indultos pueden romper, por primera vez en 40 años, esta tendencia. No es que Sánchez, precisamente, tenga perfil de estadista, pero su determinación —y, especialmente, la de Podemos— por afrontar el asunto abre un nuevo escenario. Este marco coincide además con el cambio, que no es menor, en la presidencia de la Generalitat y la necesidad imperiosa para ERC de ofrecer resultados para dar continuidad a su apuesta por el diálogo. Es una de las últimas oportunidades… a pesar de la tormenta generada en los extremos.