El populismo entra con fuerza en la Policía
Nos jugamos mucho en contar con una policía democrática, bien formada y con condiciones laborales dignas.
Mientras andamos entretenidos con la entrada del verano, las bodas del futbolista y la modelo presentadora, o la princesa del pueblo y el discreto conductor de ambulancias, con los mismos efectos sedantes que los que antes tenía la del torero y la tonadillera... y mientras nos entretenemos con los pactos poslectorales cerrados, los que se encuentran en ciernes, o los que habrán de llegar en el futuro, pocos están prestando atención a una noticia que se me antoja una de las más importantes que se han producido en los últimos días. El triunfo electoral del populismo en las elecciones sindicales de la Policía.
Habrá quien piense que se trata de un asunto menor, pero yo creo que es un tema relevante y un buen ejemplo de lo que está pasando en este país de todos los demonios. Un sindicato fraguado hace poco más de dos años, legalizado hace un año y de cuyas propuestas sabemos muy poco, se ha alzado con la mayoría absoluta en la representación sindical de los policías nacionales. Todo un paradigma, prototipo y demostración práctica de lo que nos está pasando.
Lo ocurrido es de manual, traspasable y aplicable en cualquier otro ámbito. De hecho ya ha pasado en la política nacional. El mapa electoral del bipartidismo, corregido por los partidos nacionalistas, dejó paso a la pluralidad, diversidad y dispersión de fuerzas políticas. No digo que sea malo. Tan sólo que pasó.
Los argumentos de la autodenominada nueva política eran simplones, pero muy efectivos. La casta, la derechita cobarde, los corruptos, la renovación y el cambio generacional. Pronto se ha deshinchado el globo y la burbuja. En buena medida, la nueva política ha enseñado una cara de viejos perros con distintos collares, de cambiemos todo para que nada cambie. Un cierto dontancredismo y gatopardismo que se escondía tras la operación.
No menos podía pasar y ha pasado en otros ámbitos. También en la policía. Estas cosas pasan cuando el malestar creciente por la crisis hace crecer la sensación de agravio y maltrato. Estallan cuando ese cúmulo de agravios, reales o presentidos, se desata a causa de una espoleta que hace que todos los individualismos confluyan en la falsa imagen de que unas cuantas propuestas, son la solución a todos los problemas. La crisis, los recortes, el empobrecimiento generalizado, han sido las espoletas que han sembrado el campo de minas. No es fácil verlo venir.
Hace cincuenta años, para quienes vivíamos en los barrios obreros, los grises del Land Rover y las lecheras y los civiles del Dyane 6, que patrullaban las calles sucias y muchas veces sin asfaltar, eran los “desertores del arado”. Nos pegaban, nos detenían, algunos torturaban y nos conducían ante los Tribunales de Orden Público para una condena segura.
Organizaciones como el Sindicato Unificado de Policía (SUP), o la Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC), han removido con mucho esfuerzo esa mentalidad y han hecho que entendamos que son trabajadores, mal pagados, maltratados y con condiciones de trabajo injustas, derivadas de la herencia autoritaria del franquismo, nunca bien enterrado. Muchas de esas personas se jugaron su libertad, sanciones, expulsiones, por defender la libertad sindical y los derechos laborales de policías y guardias civiles.
Alguien cuenta que los ganadores de estas elecciones sindicales han contado con la ayuda inestimable del despacho de abogados del marido de Begoña Villacís. Otros inciden en la vinculación de algunos de sus miembros con la ultraderecha. Sinceramente no creo que entre nuestros policías haya más ultraderechistas que entre mis vecinos de barrio, o entre la ciudadanía en general. Decenas de miles de policías manifestándose y cientos de miles de firmas reivindicando soluciones, no pueden ser explicados de forma tan simplista y estereotipada.
Yo buscaría respuestas en otros lugares. Uno de ellos, el malestar general e histórico creado por el desprecio a las reivindicaciones policiales de ver equiparados sus salarios con los de los cuerpos policiales autonómicos o la policía local. Buscaría explicación en los recortes en los medios humanos y materiales que garantizan las condiciones de trabajo y la seguridad en el ejercicio de la función policial, incluida la mejora de la prevención de riesgos laborales y de suicidios
Revisaría las jornadas irregulares y prolongadas, las horas extraordinarias no pagadas, la promoción profesional, reclasificaciones y formación permanente. Prestaría atención a situaciones como las creadas al mandar a Cataluña a miles de policías en un barco tuneado con la imagen de Piolín, con total imprecisión, cuando no ambigüedad en las órdenes y la sensación de abandono ante las consecuencias judiciales de esas decisiones políticas.
Esos malestares enquistados y nunca bien encauzados, terminan trayendo estas consecuencias. Unas consecuencias que pueden tener efectos desastrosos hacia el interior del Cuerpo Nacional de Policía y hacia la ciudadanía, si no se afronta el malestar, se traduce en negociación y se concreta en acuerdos.
Las aguas desbordadas terminan volviendo a su cauce y me suena bien la reflexión de algún compañero del SUP. Me explica que no han sabido transmitir al conjunto de los compañeros y compañeras lo que se ha conseguido a lo largo de estos años, ni tan siquiera lo positivo que pudiera haber en el acuerdo de equiparación firmado en 2018. Algún otro me recuerda que la foto de Colón no les ha hecho ningún bien. Los trabajadores quieren que sus sindicatos defiendan sus intereses laborales y no que se hagan fotos ideológicas con partidos políticos.
En cualquier caso, todos coinciden en que hay que recuperar la confianza de las compañeras y compañeros a base de trabajo riguroso y sin caer en el populismo. No me parece mala idea. La autocrítica que piensa en los fallos y errores propios es el mejor camino para recuperar la confianza en uno mismo y la de los demás. Nos jugamos mucho en contar con una policía democrática, bien formada y con condiciones laborales dignas.