El peso de la historia: dominación racial y armas de fuego en Estados Unidos
No es casualidad que los blancos estén más a favor del derecho a las armas que los negros y los miembros de otras minorías étnicas.
En Estados Unidos rara es la semana en la que no se producen no solamente numerosos asesinatos por armas de fuego, sino también matanzas masivas. Centros comerciales, lugares de culto e instituciones educativas sufren inesperados y brutales asaltos en los cuales fallecen los inocentes compradores, feligreses y alumnos que tienen la mala suerte de encontrarse presentes cuando una persona descontenta con su vida decide entrar allí a disparar a los concurrentes. Un episodio particularmente impactante ha sido el de Uvalde, Texas, donde el día 24 de mayo un chico entró en una escuela elemental con un rifle semiautomático AR-15, arma de estilo militar que lanza múltiples proyectiles en rápida sucesión. El asaltante había comprado este rifle legalmente nada más cumplir 18 años. Antes de ser abatido por las fuerzas del orden, logró matar a 19 estudiantes y a dos profesores.
En este caso, tanto el asaltante como la mayor parte de las víctimas eran hispanos, lo que le resta tensión racial a la matanza. Si el asaltante hubiese sido blanco y las victimas personas de color o viceversa los elementos raciales del asalto se habrían resaltado inmediatamente. Sin embargo, sea cual sea la identidad de los asaltantes y de las víctimas de cada matanza, hay que comprender que lo que ha llevado a Estados Unidos a este punto es su historia de dominación racial. La cadena de circunstancias que ha hecho que el país permita la posesión de armas de fuego es conocida, pero algunos detalles quizás merezcan un breve repaso.
La segunda enmienda a la constitución, que garantiza el derecho a las armas, fue aprobada por el congreso en 1789 y ratificada en 1791. Parece que esta enmienda se refería a la necesidad de tener armas para participar en las milicias que organizaban los diversos estados. La tradición de tener armas de fuego, ininterrumpida en la historia de Estados Unidos, procede de Inglaterra, donde los protestantes poseían el derecho a las armas, derecho que les estaba negado a los católicos. Es decir, que la posesión de armas era un método de control de la mayoría protestante sobre la minoría católica. En Estados Unidos, con la segunda enmienda a la constitución, se concedió el derecho a las armas sin distinción de religión.
En el contexto americano, este derecho se convirtió en un método de control de la mayoría blanca sobre la minoría negra, a la que le estaba prohibido el acceso a las armas. De hecho, en algunos casos, esas milicias de las que habla la segunda enmienda a la constitución eran las fuerzas que se usaban para controlar a los esclavos negros. La dimensión racial del derecho a las armas es evidente en el hecho de que, mucho después de la abolición de la esclavitud, este derecho siguió negándose o limitándose a los negros a través de diversos subterfugios.
Aparte de poseer una historia esclavista, Estados Unidos es una sociedad de frontera, un país que se formó a base de subyugar y marginar a pueblos tales como los indios americanos, los hispanos y los habitantes originales de Alaska, Hawaii y otros territorios. Existía una mala conciencia por las atrocidades cometidas, la cual se traducía en un temor a los pueblos dominados. En cierto modo, este temor no ha desaparecido. A poco que se hable con los que dicen que necesitan armas para defenderse, se percibe que no visualizan a los hombres que temen como rubios de ojos azules. Los hombres peligrosos que tienen en mente son negros o de tez oscura. Las armas les protegen de sus miedos.
No es casualidad que los blancos estén más a favor del derecho a las armas que los negros y los miembros de otras minorías étnicas. Tampoco es casualidad que los sureños estén más a favor del derecho a las armas que los norteños. La guerra civil de 1861-1865 no está superada y hay quienes dicen que, aunque el norte ganó el enfrentamiento bélico y logró abolir la esclavitud, el sur ganó el combate ideológico y acabó imponiendo el supremacismo blanco.
El peso de la historia es aplastante. Hay estudios que muestran que cuantos más prejuicios racistas tiene una persona, más ardientemente defiende el derecho a las armas. Pocos sentimientos hay más fuertes que el miedo al “otro”. Si a esto sumamos el uso político y económico que se ha hecho de ese miedo comprendemos la situación actual. Los republicanos ganan muchos votos y la industria del armamento gana mucho dinero con ese miedo. Y los republicanos y la industria del armamento están profundamente ligados y se protegen mutuamente, adoptando posiciones cada vez más extremistas. Cultivar el miedo de los blancos a las minorías étnicas se ha convertido en un lucrativo negocio no solamente para la industria del armamento, sino también para los canales de televisión y radio y otros medios de comunicación de ultraderecha, los cuales, en lugar de información fidedigna, difunden bulos perniciosos, creando un ambiente de guerra civil.
Mientras los republicanos defienden a ultranza el derecho a las armas, los demócratas, que son partidarios de establecer limitaciones a este, carecen de suficientes votos para llevar a cabo incluso pequeñas reformas, como subir la edad legal para comprar armas de 18 a 21 años o prohibir la venta de rifles semiautomáticos como el AR-15. Debido a las peculiaridades del sistema político americano, que concede dos senadores a cada estado, sea cual sea su volumen de población, el senado está dominado por los más numerosos y
menos poblados estados rurales, que son los más conservadores. Esto quiere decir que los demócratas necesitan super-mayorías para poder gobernar, sobre todo por la existencia del procedimiento obstruccionista conocido como filibuster, el cual, una vez invocado, hace que se necesiten 60 votos, y no 51, para pasar una moción.
En estos momentos los demócratas, aunque cuentan con el apoyo de la mayor parte de los ciudadanos, carecen de suficientes votos en el Senado para efectuar cambios significativos. Es una situación muy difícil. Y sin embargo no se abandona del todo la esperanza de que la matanza de Uvalde, Texas, sea la que haga que las cosas empiecen a cambiar. Hay débiles indicios de cierta conciencia de que las cosas han llegado demasiado lejos y de que se debe tomar alguna medida bipartidista. En el ambiente polarizado y tenso en el que se encuentra el país actualmente, cualquier iniciativa bipartidista, por pequeña que fuera, sería bienvenida, porque, aunque no fuese suficiente para solucionar el problema de las armas de fuego, podría marcar el comienzo de un cambio de tendencia.