El peor rostro de la política
El cuento es el de nunca acabar: la utilización de la cuestión catalana –con demagogia incluida– para conseguir votos en otros puntos del Estado, especialmente en el sur. No es la primera vez –ni será la última, en la incendiaria y mediocre política española– que esto sucede. Los protagonistas ahora son el PP y Ciudadanos, como en ocasiones anteriores lo había sido el PSOE de Alfonso Guerra, Rodríguez Ibarra, José Bono o la misma Susana Díaz.
La competencia entre el PP de Casado y el C's de Rivera para ver quién se sitúa más en el extremo derecho y cuál de ambos lanza los mayores improperios contra el soberanismo catalán suponen la peor cara de la política. Es el populismo en su peor expresión. Ambos dirigentes han situado el conflicto catalán en el eje central de sus respectivas intervenciones en la campaña andaluza, con el único objetivo de generar más crispación y obtener rédito por ello.
Casado ha llegado a comparar los lazos amarillos que el independentismo utiliza en solidaridad con los presos políticos y los exiliados (y reclamar su puesta en libertad ante el abuso desproporcionado que supone su encarcelamiento) con las estrellas amarillas con las que los nazis marcaban a los judíos en la Alemania de los años 30. Y se queda tan ancho. Esto en cualquier país civilizado de Europa (los países, por cierto, que no han encontrado razón alguna para detener a Carles Puigdemont) hubiese situado el líder de un partido que gobernaba hasta hace seis meses y que aspira a volverlo a hacer en la picota.
Y Ciudadanos ha trasladado a las calles andaluzas su autobús contra posibles indultos a los líderes independentistas (a pesar que aún no ha empezado el juicio) en el que aparecen los rostros de Puigdemont y Junqueras, mientras Rivera se atreve a decir en sus mítines que "no es momento de insultar" tras lanzar toda su bilis contra todo aquello con lo que no comulga.
Es el populismo más bajo al que pueden llegar dos líderes que aspiran a gobernar un país. Con sus intervenciones que sólo buscan mantener la tensión y la confrontación en la cuestión catalana, Casado y Rivera se sitúan en el mismo grupo que Trump, Salvini, Maduro o Le Pen. La demagogia en la máxima expresión para conseguir la movilización del odio como arma política.
Ni a Casado ni a Rivera (como tampoco a Santiago Abascal, el dirigente de Vox con quien estaría dispuesto a pactar Ciudadanos) les interesa que la cuestión catalana vuelva al terreno del cual nunca debería haber salido: el de la política. Rajoy fue el primero en lanzar gasolina a base de demagogia, recogiendo firmas contra el proyecto del Estatut, en 2005, con el único objetivo de erosionar a Zapatero. Fue en la misma época en la que Rivera lanzó su partido, bajo un único propósito: el odio; en este caso, el odio al catalanismo.
Cuando ambos irresponsables iniciaron esta política de demagogia contra Catalunya (que había tenido claros precedentes tanto en el PP como en el PSOE), el independentismo convencido no llegaba al 20%. Ahora es de la mitad de la población, gracias en muy buena parte por esta política de odio lanzada desde una parte sustancial de la clase política y convenientemente alineada con determinados medios de comunicación, jueces y extremistas diversos.
La historia se repite. Siempre con el mismo argumento, Catalunya, y el mismo objetivo: obtener réditos políticos a base de lanzar gasolina. Es el cuento de nunca acabar, que pone de manifiesto el delicado estado de salud que padece una política española que debe de recurrir constantemente al lanzamiento de dardos envenenados para obtener pan para hoy y hambre para mañana.
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