El melón de Giorgia Meloni
Aunque la denominación “ministra” ya hace años que se sabe que es la adecuada para mujeres, aquello que denominamos ideología le pasa por encima como si fuera una apisonadora.
La nueva primera ministra italiana, Giorgia Meloni, lo tiene clarísimo. A finales de octubre, a poco de ser nombrada, anunció que quería que se refirieran a ella como “primer ministro” y no como “primera ministra”, masculinizando así su cargo y condición. No esperaba menos, casi me alegro: se agradece la transparencia. Ha reabierto un melón antiguo, nunca se puede dar nada por sentado. Aunque la denominación “ministra” ya hace años que se sabe que es la adecuada para mujeres, aquello que denominamos ideología le pasa por encima como si fuera una apisonadora.
Muchos años. En 1979, Margaret Thatcher ganó las elecciones y se la denominó, tras estériles y vanas discusiones, “primera ministra británica”. Que la denominación para el cargo era “ministra” volvió a quedar claro en 1998, cuando un montón de ministras, entre ellas, Martine Aubry, Ségolène Royal, Catherine Trautmann o Elisabeth Guigou, entre risas y pese a la pataleta de la Academia Francesa, eligieron el artículo femenino, “madame la ministre”, y no el masculino, “madame le ministre”, para denominarse.
Pero la ideología es la ideología y vemos que hay quien es más institutista que el IEC (Institut d’Estudis Catalans) y, a pesar de ser mujer y, además, lingüista, se autodenomina “editor” o “presidente”. También hay quien es más academicista que la Real Academia; recordemos que en 2019 Iván Espinosa de los Monteros, en la sesión de constitución de la Mesa del Congreso, se refirió reiteradamente a la presidenta, Meritxell Batet, como “presidente” (“Tenemos a una misma presidente” / “la señora presidente ha hecho un alegato final precioso”...).
La tildó así para escarnecerla a ella y al resto de mujeres saltándose el criterio del diccionario normativo, que lleva un montón de años certificando que existen las presidentas; basta con mirar la entrada correspondiente. De hecho, la palabra «presidenta» está documentada desde 1495.
A raíz de la decisión política de Meloni, la Unión Sindical de Periodistas de la RAI —televisión pública italiana— ha lamentado que Meloni vaya en contra de las normas europeas sobre el uso del femenino en los cargos públicos y las profesiones. Lo ve como un retroceso peligroso y aseguró que existen presiones de la dirección de la RAI para que se utilice la denominación en masculino al referirse a Meloni puesto que así ella lo ha pedido.
El argumento de la petición tiene sentido. Sería bonito que cada persona se autodenominara como quisiera, especialmente si todo el mundo pudiera hacerlo. Si no tienes poder, es difícil que tengas la libertad de hacerlo; especialmente si disientes del establishment.
Es bueno recordar los casos paralelos de “lideresa” y “miembra”. Cuando Esperanza Aguirre se autoproclamó “lideresa” nacional en rueda de prensa en noviembre del 2007, los medios de comunicación lo vieron la mar de gracioso y no tuvieron palabras de reproche o burla para el engendro. Aguirre añadía al anglicismo «líder» el innecesario sufijo -esa que suele tener una connotación despectiva. Por ejemplo, cuando se revisó el diccionario normativo catalán, se preguntó a las poetas cómo querían ser denominadas y se decantaron por el término invariable, “poeta”, que pasa a ser femenino si va precedido, por ejemplo, del artículo “la”.
“Poetessa” (el equivalente castellano es “poetisa”) también consta en el diccionario, desde luego, pero como forma secundaria. Esperanza Aguirre con su gracieta hizo que parte de los medios adoptaran el horripilante “lideresa”.
Cuando poco después, en junio de 2008, Bibiana Aído en rueda de prensa se atrevió a pronunciar el término “miembras” —“estoy convencida de que el compromiso con la igualdad de los miembros y miembras de esta comisión será muy relevante”— abrió la caja de los truenos.
¡Madre mía! La acusaron de dar un patada al diccionario, ¿y Aguirre no?; de saltarse sus reglas, ¿Aguirre no? De cargarse la lengua castellana, de estar pendiente de banalidades, de hacer una atrabiliaria proposición. Tres santos varones dictaminaron que “miembra” es una incorrección: “No figura en el diccionario de la Real Academia Española. [...] Proferirla es una ‘estupidez’, una ‘sandez’ y una muestra de ‘feminismo salvaje’”. Se habló de “burla, irritación, chanza, sonrojo, vergüenza, sarcasmo...” y otro santo varón de la cofradía de los Benditos Estremecimientos añadió pontificando que ”¡es una vergüenza que una ministra de España utilice el español de esa manera!» [...] Eso solo se le puede ocurrir a una persona carente de conocimientos gramaticales, lingüísticos y de todo tipo”.
Como ya anunciaba el tono de los improperios (y supongo que el pavor al «feminismo salvaje») la caza de brujas derivó en una hemorragia de insultos personales y profesionales. Ni que decir tiene que “miembra” se utiliza desde hace tiempo con toda normalidad. Hay infinidad de casos. De hecho, el Grupo de Arte Feminista Polvo de gallina negra de Maris Bustamante y Mónica Mayer, utilizaba ya el término en 1987 en la obra de teatro Madre por un día. Una cosa es hacer la pelota a los usos patriarcales con denominaciones vejatorias o que al menos ridiculizan a las mujeres como Aguirre con su superfluo invento, pero ¡ay si osas “inventarte” una palabra! —aunque se trate de una derivación perfectamente regular— porque no la tienes, porque quieres nombrar y dar protagonismo (también) a las mujeres.