El mejor vino blanco siempre es un tinto
Antes era muy habitual escuchar entre un grupo de amigos acodados en la barra de un bar, al ver aparecer una copa de vino blanco, que un espécimen macho/varón/masculino, de pelos en pecho, afirmara con su vozarrón: "El mejor blanco siempre es un tinto".
Los blancos, según su criterio, son para mujeres, jóvenes y gais; los hombres beben tintos. Craso error, en especial en estos tiempos en que la calidad de los blancos españoles es sensacional. Y, ¿qué aporta un blanco en una tarde estival? Frescura, ligereza sin perder un ápice de sabor.
España, ¿un país de tintos?, sin duda lo era, cuando de cada diez botellas que se consumían solo una era de blanco, panorama que se ha trasformado a dos tercios de tintos y un tercio de blancos, a groso modo. Cada vez abro más botellas de blancos en casa, y también lo consumo en las modernas tabernas que tanto cuidan los vinos por copas. Me aporta intenso placer, cuerpo, carácter, notas afrutadas y florales pero sin la pesadez de muchos tintos.
Desgraciadamente muchos vinos tintos españoles son pesados/aburridos, les falta frescura y fluidez, debido a sus intensos taninos, procedentes tanto de largas maceraciones del mosto con el hollejo de la uva, o por un exceso de crianza en barrica de roble. Hay un mito muy extendido de que entre el consumidor español gusta mucho la madera; lo pongo en duda. Es el recurso fácil del mal bodeguero que asfixia su vino en roble, que oculta su deliciosa frutosidad, sin duda una de las mayores fuentes de placer del vino.
Cada vez más mujeres y jóvenes en España eligen una copa de vino blanco, en especial en verano cuando el calor aprieta, frente a una burbujeante caña de cerveza, cuyos sabores son siempre igual; en especial entre las simplonas rubias lager, que son más un refresco que una cerveza de intenso cuerpo y amargor, como muestran muchas de las sensacionales cervezas artesanas que como setas primaverales han brotado en nuestra piel de toro.
Algunos bebedores tradicionales de tintos tan solo admiten ciertos blancos con pescados y mariscos, como manda la tradición, tal vez por la similitud de color entre la carne roja y el vino tinto, y los pescados blancos y los vinos del mismo color. Pero en una buena armonía entre un plato y un vino, es más importante la intensidad de sabor y el equilibrio entre ambos; los vascos los saben muy bien, que acompañan un bacalao al pilpil con un tinto de crianza riojano. En mi opinión, para un delicioso pollo asado es mejor armonizarlo con un blanco de chardonnay del noreste español, blancos de variedad foránea originaría de la Borgoña, que tiene más cuerpo que la mayoría de los vinos tintos.
El panorama de seductores vinos blancos se ha incrementado mucho en España: sensacionales y etéreos albariños de Rías Baixas, que con su vibrante acidez resultan muy refrescantes; pero en Galicia encontramos otros vinos con más cuerpo y sabor, como los Ribeiros, donde predomina la autóctona treixadura, o los sabrosos vinos de godello de Valdeorras, de intensas sensaciones.
Los ya mencionados chardonnays de Navarra o Somontano, regiones cercanas al Pirineo, dan unos vinos con cuerpo y gran carácter, con excelente integración de la madera de la barrica de roble; blancos ligeros del Penedés, de variedades autóctonas, xarello, macabeo y parellada, que entre ellas se complementan.
Suaves vinos afrutados los airén manchegos, y no me olvido del gran éxito de las tabernas españolas: el verdejo de Rueda, que se pide por su tipo de uva; pero tenemos que estar precavidos ante la gran avalancha de marcas, muchas de ellas elaboradas en cierta cooperativas para clientes finales, que destinan los viñedos más jóvenes a estas marcas. Corremos el riesgo de pedir un verdejo en un bar que sea acuoso y simplón, con tan solo cierto amargor final, que nos indicarían su procedencia de cepas muy jóvenes. Y otra desgracia de los verdejos es que cada vez son más parecidos entre ellos, por lo algunos bebedores se han cansado de su monotonía, renunciando a su consumo ante su fulgurante éxito.
La gran diversidad de estilos y de marcas, cada vez más atractivas de vinos blancos españoles, no hace pensar que no es tan solo un refresco para calmar la sed veraniega, sino una digna opción sensorial, donde apostamos por el placer, pero sin pesadez de muchos tintos.