El mayor obstáculo para los chicos que hacen ballet suelen ser sus propios padres
A mi hijo Jack siempre le ha encantado bailar. Cuando tenía 8 años, se inventaba sus propias coreografías con canciones populares. De modo que, cuando a los 11 años nos preguntó si podía ir a clases de danza, nos pareció totalmente normal. Al igual que muchos chicos, su primera experiencia fue en clases de hip hop. Pero nunca le terminó de gustar; yo me di cuenta de que le resultaba aburrido, por lo que le propuse tomar clases de ballet.
Al principio, Jack se resistió, pero le acabó dando una oportunidad. Hace 8 años de aquello y no ha dejado de bailar ballet desde entonces.
En el mundo del ballet, Jack forma parte de la minoría: en Estados Unidos, hay 3,5 millones de niños que estudian danza y, de los que hacen ballet, únicamente un 10% son chicos. Jack fue el único chico en su clase de ballet durante los primeros años, hasta que se cambió a una escuela específica para chicos.
La mayoría de los chicos que hacen ballet se enfrentan a una gran resistencia por parte de sus familias, amigos y de la sociedad en general. Yo también estoy orgulloso de formar parte de esa minoría: de acuerdo con Doug Risner, un profesor de danza en la Wayne State University, solo un 32% de los bailarines dicen recibir apoyo por parte de sus padres. Este estudio sugiere que las madres desempeñan un papel fundamental al exponer a sus hijos al baile en un primer momento y apoyándoles a lo largo de su formación. Pero la mayoría de los bailarines no reciben apoyo por parte de sus padres.
Llevo dos años desarrollando un documental sobre los problemas a los que se enfrentan los chicos jóvenes que deciden hacer ballet, cuando optan por hacer oídos sordos a lo que "deberían hacer" los chicos. Mientras dirigía y producía el documental Danseur, he sido testigo de las contundentes líneas que trazamos como sociedad y que delimitan lo que los chicos "deberían" o "no deberían" hacer. He entrevistado a más de 24 bailarines y sus historias son tristemente similares: acoso verbal y físico, ataques, etc. Risner descubrió que aproximadamente un 96% de los chicos que bailan se han enfrentado en algún momento a ataques verbales o físicos.
Lo que me resultó más preocupante fue el hecho de que los ataques provenían directamente de familiares: padres, padrastros, tíos o hermanos, muchos de los cuales tenían miedo de que el ballet "convirtiera" a los niños en gais. Uno de los bailarines a los que entrevisté me confesó que ya no tiene contacto con su padre biológico, dado que estaba totalmente en contra de que su hijo bailara y se rompió su relación.
Desde pequeños, a los niños se les enseña a adorar a los atletas y se les satura con imágenes de jugadores de fútbol o baloncesto. Esto es algo considerado normal en nuestra cultura. El horario de un bailarín no tiene nada que envidiar al de los atletas de élite. Un bailarín que comience a estudiar ballet a los 8 o 9 años habrá acumulado cerca de 10.000 horas de baile entre entrenamientos y ensayos cuando cumpla los 18. Los chicos y los hombres que se dediquen íntegramente al baile invertirán incluso más horas en el gimnasio y en sesiones de fisioterapia para mantenerse en forma, al igual que esos atletas profesionales.
Y ese es solo el comienzo de los muchos sacrificios que tienen que hacer los jóvenes bailarines por su arte. La mayoría se ven obligados a recibir clases en casa, algunos debido a la gran cantidad de horas que pasan en las clases de baile cada día y otros por el acoso que sufren en el colegio normal. Porque, para los chicos, el ballet no es normal: el estereotipo es una niña o un chico gay y afeminado. Y aunque muchos piensan que la sociedad está progresando y es cada vez más comprensiva e inclusiva con aquellas personas que desafían las normas de género, la realidad en el caso de los jóvenes bailarines sugiere que aún queda mucho camino por recorrer.
El problema va más allá del ballet: incentivamos la fuerza por encima de todas las formas de arte y, a menudo, forzamos a los niños a hacer deportes organizados en detrimento de las artes en los colegios. Como sociedad, no solo estamos fallando a los bailarines de ballet, sino también a los niños que quieren ser violinistas, actores o escultores.
Muchos de los niños y hombres a los que entrevisté aceptaron el acoso y los abusos, dando a quienes les atormentaron el beneficio de la duda. Culparon a la ignorancia o al trasfondo cultural. Algunos casi se culparon a sí mismos por el acoso que habían sufrido. Peter Weril, que baila en el Pennsylvania Ballet, me dijo: "No es normal ser chico y bailar ballet, siempre rodeado de mujeres y medias de baile". Tal vez les resultaba más sencillo aceptar las convenciones sociales y estar de acuerdo con que no es normal que los niños bailen ballet.
Para que cualquiera de los chicos a los que entrevisté tengan éxito en su carrera como bailarines, necesitan tener una identidad definida. Es su mecanismo de defensa. A ellos, al contrario que la gran mayoría de los chicos, simplemente les daba igual no encajar. Querían ser quienes eran, sin importar lo que los demás (o sus padres) pensaran de ellos.
No paramos de escuchar que la verdadera felicidad nace de hacer lo que nos gusta. Pero en el caso de mi hijo, ese consejo debería venir acompañado de una advertencia: hacer lo que te gusta puede provocar que seas un marginado social, que te llamen "maricón", que te agredan físicamente o que tu familia y amigos te repudien.
Los chicos que eligen bailar ballet realmente saben lo que les gusta y a lo que se quieren dedicar el resto de sus vidas, y luchan para conseguirlo. Es algo muy inspirador. Todos deberíamos tener esa suerte.
Scott Gormley es un productor de cine independiente y director del documental 'Danseur'.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por María Ginés Grao.